Archivo de la categoría: HOMILIAS MONS. GÄNSWEIN

HOMILIAS MONS. GÄNSWEIN

23/09/2015 – PREDIGT VON ERZBISCHOF GEORG GÄNSWEIN

PREDIGT VON ERZBISCHOF GEORG GÄNSWEIN

St. Georg Pfarrei Höchstadt Aisch

VIDEOS: k-tv.org

«Vídeo en Alemán»

«Vídeo en Alemán»

FOTOGRAFÍAS: InFranken.de

 FOTOGRAFÍAS: nordbayern.de

9/12/2014 – HOMILÍA DE S.E.R. MONS. GÄNSWEIN EN LA SOLEMNIDAD DE LA VIRGEN DE LORETO

SOLEMNIDAD DE LA VIRGEN DE LORETO

HOMILÍA DE S.E.R. MONS. GEORG GÄNSWEIN

1932539_1507755012826894_7951207337045534939_o

Fotografía de Alessandra Marra

Celebramos hoy la Fiesta de la Virgen de Loreto. Es una buena ocasión para recordar el papel de María como acompañante del Señor. Los teólogos nos enseñan que una sana cristología siempre está acompañada por una sana mariología. Para conocer al Señor debemos conocer también a su Madre. La Encarción de Dios en Jesucristo se manifiesta en la maternidad divina de María. Por ello quien quiere ser cristiano, y quien quiere seguir siendo cristiano, debe mirar a la Madre del Señor, María Santísima. Todas sus acciones, desde el momento de la anunciación a través del Ángel, están orientadas hacia Cristo. María no sólo ha dado la vida terrena a Jesús, también lo siguió y lo acompañó en su viaje.

María es el prototipo de cada vocación cristiana, de cada llamada a participar en la obra que Dios espera de los hombre. María se relaciona con nosotros porque intercede por nosotros ante su Hijo. Todo lo que hace, lo hace en vista de Cristo.

María introduce a Jesús en la vida terrena. Pero no se limita a esto. Ella misma es su principal acompañante. Oculta, sin ningún ruido, sin buscar aplausos ni méritos, lo acompaña en la vida. Cuanto más silenciosamente lo hace, más fuerte y perceptible se hace su palabra y su acción.

María, la primera, aprendió que el Verbo eterno del Padre habita en el silencio, no en el ruido. Así María conserva y medita silenciosamente en su corazón todo lo que ha percibido del Verbo encarnado. Ella sabe que al principio era el Verbo, la Palabra y no la habladuría; y al final no serán palabras vacías, sino de nuevo el Verbo. Gracias a su contemplación, su actividad no se convierte en una actividad vana sino en una acción poderosa y eficaz. Así, no tanto su palabra, pero su acción es un importante ejemplo para todos aquellos que quieren seguir a su Hijo.

María nos hace ver y comprender una importante regla cristiana: «La palabra que te ayuda, no la puedes decir tú mismo», viene de lo alto.

María pregunta al Ángel, después de haber escuchado su increíble mensaje: «¿Cómo sucederá eso si no convivo con un varón?» (Lc 1,34)

La respuesta es: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti « (Lc 1,35)

La palabra que ayuda a María, la dice el Ángel. Consciente de esta experiencia dirá años después a los servidores de la Boda de Caná: «Haced lo que os diga» (Jn 2,5). Ellos no pueden decirse a si mismos la palabra que les ayuda. Es dicha por María.

¡Queridos hermanos y hermanas!

María es como Juan el Bautista, Precursor de Cristo en su camino en el mundo. María esto lo sabe bien. En los grandes Iconos de Cristo, en la Iglesia Oriental, el Señor se representa siempre acompañado de María y de Juan el Bautista. Pero María y Juan son sólo el sonido, no la Palabra. Ambos hacen resonar a su manera la «Palabra». Para que la palabra de Cristo no se vuelva muda, vayamos a María. No lo olvidemos: «La palabra que te ayuda, no la puedes decir tú mismo». Y la palabra que ayuda a nuestra sociedad y a nuestra Iglesia, no la podemos decir nosotros mismos. Pero por otra parte, como María, todos nosotros somos llamados a que no se vuelva muda, decir, donde sea necesario, la palabra que ayuda. Es decir, confesar con valentía nuestra fe.

María acompaña a Jesús en su vida terrena. En toda su vida Ella está con Él, por Él y al lado de Él. María es la primera peregrina por la vía del mundo. Que no es un paseo libre de significado por la Tierra de la Abundancia, sino un valiente caminar con el Señor para acompañarlo finalmente en la cruz. Porque su Hijo vino a buscar y a salvar lo que estaba perdido. María acompaña a Jesús en la pobreza de la gruta de Belén, lo acompaña cuando era un niño en el Templo de Jerusalén, y después en la fuga a Egipto. Después los acompaña en la Boda de Caná y actúa como una sierva, atenta a que no falte lo necesario para la fiesta de la boda.

¡Queridos hermanos y hermanas!

El caminar de María al lado del Señor hace escuela. Poco tiempo después otras mujeres y hombres acompañan a Jesús para servirlo en su camino de Galilea a Judea. El Señor recibe ayuda en el encontrar y salvar lo que estaba perdido. Jesús ha dado a todos una gran responsabilidad para la salvación de tantos hombres. Como los primeros discípulos, con María, queremos acompañar al Señor por los caminos del mundo.

Como en los tiempos de Jesús, también hoy hay hombres que abandonan la compañía del Señor. Después del discurso sobre el pan de la vida el Evangelista escribe: «Desde entonces muchos de sus discípulos se echaron atrás y ya no andaban con Él» (Jn, 6,66). Hoy como entonces hay hombres y mujeres que abandonan la compañía de Jesús. De Judas hay escrito: «Nada más tomar el bocado, Judas salió» (Gv 13,30). Judas era uno de los doce, pero ¡dejó a Jesús y buscó la ruina! Abandonar, dejar, deparecer, son palabras clave de nuestro tiempo presente, en nuestra Iglesia de hoy.

Jesús abandonado no es fruto de una ferviente imaginación, o de una piedad exagerada, sino una realidad seria. María estuvo al final del Calvario para acompañar a Jesús. Como María, fielmente, la Iglesia acompaña a su Mestro por todos los siglos y lo lleva a todos los pueblos. La historia enseña que el Señor tuvo que «emigrar» de donde los discípulos lo abandonaron. Tantos países y tantas regiones florecientes se han perdido en la Iglesia, en Europa, en Asia, en África, en el Medio Oriente en el octavo y noveno siglo.

Quien acompaña a Jesús hasta el final, no sólo toma de él el Gólgota, sino que participa también en su victoria pascual. María, la primera peregrina de los caminos del Señor, se convierte al mismo tiempo, en Madre dolorosa y victoriosa. La Virgen es acompañada siempre de otros hombres, a los que conduce hasta Cristo: José, Isabel, Zacarías, Simeón, Ana, los Apóstoles, sus familiares y sus amigos. María no quiere admiradores, quiere peregrinos, acompañantes de Jesús.

María sigue a su Hijo. El seguir se convierte en un pasaje de Creer para Ver, también del Ver para Creer. Isabel le dice: «Dichosa tú que has creído». El Verbo se hizo Carne. María la ve, la toca, la lleva, siente la Palabra convertida en carne. María da el paso de Creer al Ver. Así se manifiesta en el peregrinaje al Templo de José y María con Jesús de doce años. María y José hacen el peregrinaje a Jerusalén acompañados de Jesús. Son peregrinos y van los tres juntos. Al regreso Jesús se queda atrás. María y José van a su encuentro, buscándolo durante tres días. Ahora el Hijo no está junto a ellos, va delante de ellos. Se ha convertido en el objetivo común de su vida. El Verbo está escondido en María. No son decisivos los vínculos de sangre sino los vínculos del Espíritu Santo: «¿No sabéis que yo debo estar en la casa de mi Padre?». El parentesco biológico con Jesús no garantiza la salvación, sino la fe en Él: «Dichosa tú que has creído». Seguir a Cristo por María es la manera de Ver al Creer, de su Hijo al Hijo del Dios viviente, de la casa de Nazareth a la Iglesia de Cristo. Por lo tanto, en la cruz, el Señor vuelve la mirada a María, y después la dirige al discípulo, y volviendo la mirada del discípulo amado hacia sí, la vuelve hacia María: «¡He ahí a tu Madre!»

El Señor crea un nuevo lazo, una nueva alianza: La Iglesia. Pentecostés regala a la Iglesia el Espíritu Santo, y el Espíritu Santo cubre a la Iglesia con su amparo, como en Nazareth ha cubierto a María. Así María es convertida, primero, en la Madre de Jesús y, después, en la Madre de la Iglesia.

Como nosotros recorremos nuestra vida en la fe, así María que nos ha precedido en este camino en la fe. María la acompañante, maestra y guía invita a todos a ponernos juntos en camino con Cristo, la luz del mundo. Amén.

ITALIANO

Celebriamo oggi la Festa della Madonna di Loreto. È un’ottima occasione per ricordare il ruolo di Maria come accompagnatrice del Signore. I teologi insegnano che una sana cristologia è sempre accompagnata da una sana mariologia. Per conoscere il Signore dobbiamo conoscere anche sua Madre. L’incarnazione di Dio in Gesù Cristo si manifesta nella maternità divina di Maria. Perciò chi vuole essere cristiano, e chi vuole rimanere cristiano, deve guardare alla Madre del Signore, Maria Santissima. Tutte le sue azioni, dal momento dell’annunciazione attraverso l’Angelo, sono orientate verso Cristo. Maria non solo ha dato la vita terrena a Gesù, lo ha anche seguito e lo ha accompagnato nel suo cammino.

Maria è il prototipo di ogni vocazione cristiana, di ogni chiamata a partecipare all’opera che Dio si aspetta dagli uomini. Maria è imparentata con noi perché intercede per noi presso il suo Figlio. Tutto ciò che fa’, lo fa in vista di Cristo.

Maria introduce Gesù nella vita terrena. Ma non si limita a questo. Lei stessa è la sua prima accompagnatrice. Nascosta, senza nessun rumore, senza cercare applausi e meriti, lo accompagna nella vita. Quanto più silenziosamente lo fa’, tanto più forte e percettibile diventa la sua parola e la sua azione.

Maria, da prima, ha imparato che il Verbo eterno del Padre abita nel silenzio, non nel rumore. Perciò Maria conserva e medita silenziosamente nel suo cuore tutto ciò che ha percepito dal Verbo incarnato. Lei sa: all’inizio era il Verbo, la Parola e non le chiacchiere; e alla fine non ci saranno le parole vane, ma di nuovo il Verbo. Grazie alla sua contemplazione, la sua attività non diventa una attività vuota ma un’azione poderosa e efficace. Perciò non soltanto la sua parola, ma anche il suo agire ha una importanza esemplare per tutti coloro che vogliono seguire suo Figlio.

Maria ci fa vedere e comprendere una importante regola cristiana: “La parola che ti aiuta, tu non la puoi dire da te stesso”, essa viene dall’alto.

Maria chiede all’Angelo, dopo che ha ascoltato il suo messaggio incredibile: “Come potrà avvenire questo, se io non conosco uomo?” (Lc 1,34).

La risposta è: “Lo Spirito Santo scenderà su di te” (Lc 1,35).

La parola che aiuta Maria, la dice l’Angelo. Memore di questa esperienza dirà anni dopo ai servitori alle nozze di Cana: “Fate tutto quello che egli vi dirà” (Gv 2,5). Anche loro non possono dire a se stessi la parola che li aiuta. È detta a loro da Maria.

Cari fratelli e sorelle!

Maria è come Giovanni il Battista, Precursore di Cristo sulla sua via nel mondo. Maria questo lo sa bene. Nelle grandi Icone di Cristo, nelle Chiese Orientali, il Signore rappresentato viene accompagnato sempre da Maria e da Giovanni il Battista. Ma Maria e Giovanni sono solo il suono, non la Parola. Tutti e due lasciano risuonare a modo loro la “Parola”. Affinché la parola di Cristo non diventi muta, andiamo da Maria. Non dimentichiamo: “La parola che ti aiuta, tu non la puoi dire da te stesso”. E la parola che aiuta la nostra società e la nostra Chiesa, non la possiamo dire da noi stessi. Ma d’altra parte, come Maria, tutti noi siamo chiamati a non rimanere muti, là dove sia necessario dire la parola che aiuta, cioè confessare coraggiosamente la nostra fede.

Maria accompagna Gesù nella sua vita terrena. In tutta la sua vita Lei è con Lui, per Lui e accanto a Lui. Maria è la prima con–pellegrina sulle strade del mondo. Ciò non è una passeggiata priva di significato per il Paese della Cuccagna, ma un coraggioso camminare con il Signore per accompagnarlo fino alla croce. Perché il suo Figlio è venuto a cercare e a salvare ciò che era perduto. Maria accompagna Gesù nella povertà della grotta di Betlemme, lo accompagna quando è ancora un bambino nel Tempio di Gerusalemme, e poi nella fuga in Egitto. Poi lo accompagna alle nozze di Cana e lì si comporta come serva, attenta a che non manchi il necessario per la festa di nozze.

Cari fratelli e sorelle!

Il camminare di Maria accanto al Signore fa scuola. Dopo poco tempo anche altre donne e altri uomini accompagnano Gesù per servirlo sulle vie della Galilea e della Giudea. Il Signore si lascia aiutare nel cercare e salvare ciò che era perduto. Gesù ha dato anche a tutti noi una responsabilità grande per la salvezza di tanti uomini. Come i primi discepoli, accanto a Maria, anche noi vogliamo accompagnare il Signore per le vie del mondo.

Come al tempo di Gesù, anche oggi ci sono uomini che abbandonano la compagnia del Signore. Dopo il discorso sul pane della vita l’Evangelista annota: “Da allora molti dei suoi discepoli si ritrassero e non andavano più con lui.” (Gv 6,66). Oggi come allora ci sono uomini e donne che abbandonano la compagnia di Gesù. Di Giuda è scritto: “Egli, preso il boccone, uscì subito”. (Gv 13,30). Giuda era uno dei dodici, ma è andato via da Gesù verso la rovina! Abbandonare, lasciare, andare via sono purtroppo parole chiave del nostro tempo presente, nella Chiesa di oggi.

Gesù abbandonato non è frutto di una fervida immaginazione, o di una pietà esagerata, ma è una realtà seria. Maria è andata fino al Calvario per accompagnare Gesù. Come Maria, fedelmente, la Chiesa accompagna il suo Maestro per tutti i secoli e lo porta a tutti i popoli. La storia ci insegna che il Signore ha dovuto “emigrare” dove i discepoli lo hanno abbandonato. Tanti paesi e tante regioni fiorenti sono andate perdute nella Chiesa, in Europa, in Asia, in Africa, nel Medio Oriente nell’ottavo e nel nono secolo.

Chi accompagna Gesù fino alla fine, viene assunto da lui sul Golgota, ma così partecipa anche alla sua vittoria pasquale. Maria, la con-pellegrina sulle vie del Signore, diventa, nello stesso tempo, Madre dolorosa e vittoriosa. La Madonna ha preso con sé sempre altri uomini e li ha portati a Cristo: Giuseppe, Elisabetta, Zaccaria, Simeone, Anna, gli Apostoli, i suoi parenti e i suoi amici. Maria non vuole ammiratori, ma conpellegrini, accompagnatori di Gesù.

Maria segue il suo Figlio. Il seguire diventa un passaggio dal Credere al Vedere, ma anche dal Vedere al Credere. Elisabetta le dice: “Beata sei tu perché hai creduto”. In seguito il Verbo diventa Carne. Maria la vede, la tocca, la porta, sente la Parola diventata carne. Maria fa il passo dal Credere al Vedere. Ciò si manifesta in occasione del pellegrinaggio al Tempio di Giuseppe e Maria con Gesù dodicenne. Maria e Giuseppe fanno un pellegrinaggio a Gerusalemme accompagnati da Gesù. Sono pellegrini tutti e tre insieme. Al loro ritorno Gesù rimane indietro. Maria e Giuseppe vanno incontro a Gesù, cercandolo per tre giorni. Adesso il Figlio non è più accanto a loro, ma davanti a loro. È diventato la meta comune della loro via. Il Verbo si nasconde a Maria. Non i vincoli del sangue sono decisivi ma i vincoli dello Spirito Santo: “Non sapevate che io mi devo occupare di quanto riguarda mio Padre?” Non la parentela biologica con Gesù garantisce la salvezza, ma la fede in Lui: “Beata sei tu perché hai creduto.” Seguire Cristo per Maria è la via dal Vedere al Credere, dal suo Figlio verso il Figlio del Dio vivente, dalla casa di Nazareth verso la Chiesa di Cristo. Perciò, sulla croce, il Signore volge lo sguardo di Maria via da sé, e lo rivolge verso il discepolo, e volge lo sguardo del discepolo che ama, via da sé, e lo rivolge verso Maria: “Ecco tua Madre!”

Il Signore crea un nuovo legame, una nuova alleanza: la Chiesa. A Pentecoste dona alla Chiesa lo Spirito Santo, e lo Spirito Santo copre la Chiesa con la sua ombra, come a Nazareth ha coperto Maria. Così Maria è diventata, prima, la Madre di Gesù e, poi, la Madre della Chiesa.

Come noi percorriamo la nostra via nella fede, così Maria ci ha preceduto in  questa via nella fede. Maria da accompagnatrice, maestra e guida invita tutti a metterci insieme in cammino verso Cristo, la luce del mondo. Amen.

Queremos dar mil gracias a Alessandra Marra por el material fotográfico y a Angela Ambroggeti por facilitar, a través de http://www.korazym.org, el texto de la Homilia de S.E.R. Mons. Georg Gänswein. ¡¡¡¡GRACIAS!!!!

Si queréis ver el artículo de Angela para Korazym, pincha aquí

04/11/2014 – S.E.REV. MONS. GEORG GÄNSWEIN EN EL INICIO DEL AÑO JUBILAR POR EL IV CENTENARIO DE LA FUNDACIÓN DE LA CONFRATERNIDAD «SAN CARLO BORROMEO» EN SESSA AURUNCA

VISITA LA PÁGINA DE LA DIÓCESIS, pincha aquí

«Vídeo en Italiano»

Queremos dar las GRACIAS, así en mayúscula, a D. Luciano Marotta,

director del oficio Litúrgico Diocesano y Maestro de las celebraciones Litúrgicas de la  Diócesis de Sessa Aurunca.

¡¡¡¡¡GRAZIE MILLE, DON LUCIANO!!!!!

S.E.REV. MONS. GEORG GÄNSWEIN

CATEDRAL DE SESSA AURUNCA

FIESTA DE SAN CARLOS BORROMEO

4 de noviembre de 2014
(1 Jn 3,13-16; Gv 10,11-18)

TRADUCCIÓN: Equipo Ratzinger – Gänswein

Excelencia,

Queridos hermanos en el sacerdocio,

Queridos hermanos y hermanas,

El pasaje del Evangelio escuchado nos invita a fijar nuestra mirada en el Señor Jesús, «el buen pastor» que «da su vida por las ovejas». En la fiesta de hoy nuestra mirada en Cristo Señor nos lleva de una manera espontánea a San Carlos, en cuyo rostro se reflejan las mismas características de Jesús. En realidad, San Carlos continúa a reproponerse en la historia de la Iglesia como un icono espléndido y fascinante de Jesús, el buen pastor. Es interesante revelar como en la vida y en la obra de Borromeo este trato personal se presenta siempre como un trato eclesial. Todo su empeño episcopal se resuelve en hacer de la Iglesia una comunidad accesible y renovada de la caridad pastoral de Jesucristo. Y es ante todo en la vida espiritual, que el Obispo de Milán, San Carlos, continúa a proponerse en la historia de la Iglesia como un icono espléndido y fascinante de Jesús, acogiendo así la gran apelación del Concilio de Trento a la renovación evangélica de la vida de la Iglesia y de los cristianos.

Se desarrolla así, día tras día, un maravilloso círculo virtuoso: de un lado el corazón del pastor hacia su Iglesia, para amarla y servirla porque es siempre el verdadero rebaño de Cristo, y por otro lado este mismo rebaño retorna al corazón del pastor haciendo crecer más la caridad que lo anima. Este es el objetivo del celo apostólico del Obispo: hacer que toda la Iglesia reviva el amor de Cristo. Toda la Iglesia, porque -insiste San Carlos- la caridad pastoral es donada por Cristo no sólo a los Obispos, no sólo a los presbíteros, sino también a todos los fieles laicos, especialmante a aquellos que tienen una particular responsabilidad de guiar a los demás. El Santo nos habla con gran calor en una homilía en la Basílica de San’Ambrogio, revelando de modo explícito que el título de «buen pastor» pertenece a todos los cristinianos: pertenece -dice- «a nosotros pastores y sacerdotes, a vosotros padres y madres de familia, a todos vosotros que de cualquier modo os preocupáis por los demás; de hecho, a todos los cristianos, todos deberían llamarse en cierto modo pastores, ya que todos estamos obligados a ayudar en el buen progreso espiritual de las almas de aquellos que están a vuestro gobierno». (Sassi, Homilía de San Carlos, I, 28-29).

No hay duda, sin embargo, que las preocupaciones de la caridad pastoral es más intensa para los sacerdotes. A ellos se dirige con afecto entusiasta y preocupación constante San Carlos. De hecho está convencido que el primer y decisivo elemento para una reforma de la Iglesia en años de crisis y de oscuridad moral y social no puede ser sino el clero: un clero dedicado al Señor y a su pueblo, un clero bien formado desde el punto de vista espiritual, teológico y pastoral. Con esto en mente Borromeo elabora una nueva opción formativa para los futuros sacerdotes en los seminarios. En este contexto San Carlos afronta el problema de la disponibilidad de los sacerdotes y del destino del ejercicio del ministerio pastoral.

Queridos presbíteros y fieles todos: este mismo problema se reproduce para nosotros hoy, presentándose de una manera no menos urgente que en tiempos de Borromeo. La urgencia está en la disminución y el envejecimiento del clero, pero sobre todo a las nuevas necesidades pastorales de una Iglesia que es cada vez más consciente de ser llamada a convertirse en una comunidad misionera en un mundo que cambia en la vida social, cultural y religiosa y llamada en la situación actual a un servicio al Evangelio creíble y eficaz, capaz de llegar al hombre en donde esté, y en sus diversos ambientes de vida cotidiana, con todo el pesar de las dificultades, penurias y tragedias y con todas las aspiraciones irreprimibles de vivir, crecer, ser libre y verdaderamente feliz.

Me pregunto: ¿Qué podemos aprender hoy de San Carlos en este preciso problema pastoral? Es verdad, sus tiempos fueron distintos, y no poco, de los nuestros. Nos encontramos, sin embargo, en el corazón de un pastor Santo de ideas espirituales que todavía pueden iluminar y guiar las respuestas que buscamos al problema de la disponibilidad de los sacerdotes al servicio de la Iglesia y por tanto a su misión de salvación con el anuncio y el testimonio del Evangelio, con la comunicación de la fe y la educación al verdadero amor, con el servicio al hombre. Estas palabras tan simples nos dicen el criterio pastoral de base para evaluar y decidir la asignación de los sacerdotes ministeriales dentro de la comunidad cristiana. Es un criterio que encuentra su inspiración más genuina en la figura evangélica del Buen Pastor. En referencia a lo que Jesús nos dice en el Evangelio de hoy, me gustaría destacar dos pautas básicas que deben ser vividas en el servicio a la Iglesia por parte de los sacerdotes.

La primera línea fundamental es: la misión. De las palabras de Jesús emerge en primer lugar «la misión«: «Tengo otras ovejas que son de este mismo rebaño: a estas otras también debo guiar; escuchad mi voz y habrá un solo rebaño y un solo pastor» (v.16). En su pasión misionera el pastor es llamado a cultivar una visión amplia. En las palabras de Jesús leemos una gran expectación que se dirige al futuro y casi lo anticipa como señal de esperanza que ofrece seguridad y serenidad. El pastor con los ojos bien abiertos debe unirse a una mirada hacia adelante, debe adoptar la perspectiva de lo que sucederá en el futuro, debe abrirse con confianza y valentía.

Queridos sacerdotes, aquí tenemos una indicación preciosa de la disponibilidad que debemos tener al servicio de nuestra Iglesia. La debemos servir en su totalidad y en su unidad. La mirada y el corazón de nuestros sacerdotes deben estar siempre abiertos a toda la diócesis, porque como presbíteros particulares estamos insertados y participamos de un único presbitero. Estamos ordenados presbíteros no en función de una específica zona pastoral o parroquial, sino para toda la Iglesia local.

Para cumplir con el requisito de un destino preciso ministerial, San Carlos nos invita a madurar y tener una mirada eclesial.  Así decía en la Homilía en el Primer Concilio Provincial: «Debemos anteponer la exigencia de nuestro oficio público a los intereses privados, debemos ser de utilidad para aquellos a los cuales servimos, no a nuestros intereses. Buscar lo que es de Dios, no lo que es nuestro: esta es la tarea del pastor, este es el deber de los que guían» (Acta Ecclesiae Mediolanensis: Milán 1890, 2, col. 157-162: 159-160).

Por otra parte, no hay Iglesia sino en la figura histórica, así que el servicio sacerdotal a la Iglesia no es abstracto, pero siempre y sólo en el momento histórico vivido en concreto. Por esto nuestra disponbilidad a servir a la Iglesia no puede ser moderada por una práctica inmutable, debe estar guiada por la mirada puesta en el futuro. Es necesario que nos preguntemos sobre la evolución que tiene lugar en nuestra diócesis, en relación con las situaciones de la vida real de las parroquias y de los sacerdotes, las instalaciones y los recursos y las necesidades pastorales. Sólo considerando la evolución de los tiempos que se avecinan, es posible afrontar hoy el problema de nuestro «destino» ministerial en modo sabio y adecuado, es decir preparando en el presente un mañana que pueda resultar positivo, no problemático, fatigoso, inmanejable, un fracaso. Somos responsables no solo del presente, sino del futuro de nuestra comunidad cristiana. Una responsabilidad que pide no ser simplemente «observadora» de los cambios, sino «protagonista». Es el Señor quien llama a nuestros corazones de creyentes, no dejando apaciguar ni quedarse en nuestros hábitos establecidos.

Esta amplia visión no pertenece sólo al Obispo, debe ser asunto de todo el prebisterio y debe alargarse a la comunidad parroquial, la cual puede tener dificultad al entender que en ciertas situaciones o de verdadera emergencia no es posible «seguir como siempre se ha hecho». Todos, aunque de maneras distintas, somos responsables de nuestra fe en el camino de la historia.

Una segunda linea fundamental, en cierta manera más radical, es aquella de la donación total de si mismo. Esta es la parte central de la figura de Cristo. Como discípulos del Señor cada uno de nosotros estamos llamados a seguir al buen pastor, como nos recuerda el mismo evangelista en la Primera Lectura que hemos escuchado hace poco: «En esto hemos conocido el amor: en el que dio su vida por nosotros; también nosotros debemos dar nuestras vidas por los hermanos». (1 Jn 3,16)

No es distinto el camino que nosostros los presbíteros debemos recorrer. De hecho es esta caridad pastoral a la que nos dedicamos de modo particular, en virtud del sacramento del orden, que configura a Cristo Cabeza y Pastor de la Iglesia. En esta caridad pastoral está en nosotros la fuente de energía para nuestra donación total a nuestros hermanos.

Éste es nuestro donarse en su expresión de la disponibilidad a servir el Evangelio según el destino dado por el Obispo. Conectada con la caridad pastoral está la obediencia al obispo. Esta obediencia significa fidelidad a la promesa de la ordenación, al sacramento mismo que te ha incluido en el prebisterio destinándote a servir a la Iglesia con el ministerio que se nos ha confiado y no elegido. Tal obediencia no contradice, confirma y perfecciona, la libertad con la cual en el sacramento el presbítero se confía a Dios. Tal obediencia es la expresión de amor a Cristo y a la Iglesia y en especial a la comunidad cristiana.

El sacerdote sabe, que con su «adsum», entrega su vida entera al Señor y a su servicio. Me gustaría agradecer al Señor por el ejemplo luminoso de tantos sacerdotes que viven una real y rápida disponibilidad para satisfacer la demanda de un nuevo destino, aunque sea desafiante e incluso a veces inesperada. Pero al mismo tiempo se advierte que tal promesa es exigente. El sacerdote podría correr el riesgo no sólo de una posible crisis, sino también de un posible fracaso, «desdiciéndose» de la palabra dada. Hay sacerdotes, talentosos y dedicados de modo admirable al ministerio, que ante una propuesta de traslado se bloquean y citan diversas razones para concluir al final con un no.

Sea para todos una fuente de luz, de inspiración y de estímulo la palabra de Jesús: «El buen pastor ofrece la vida por las ovejas» (v.11). En la raíz de la obediencia del presbítero está la caridad pastoral que se dona de un modo total. No queremos negar todas las dificultades que genera la disponilidad en el destino ministerial que no se dan con poca frecuencia. Hay dificultad de decir y de escuchar, de comprender y de evaluar con claridad y sabiduría para acoger la voluntad del Señor. No hay duda de que todos debemos orar y ayudar a los demás con sinceridad y valentía.

En conclusión, escuchemos el testimonio de San Carlos. Borromeo apenas permitió que le llevaran a consagrar a los que querían ser sacerdotes sólo para su beneficio privado, sin estar sujetos a una iglesia y a un oficio particular y dedicarse al servicio público de Dios. En esta actitud fue especialmente reconfortado por sus propios sentimientos, porque deseaba que los sacerdotes se dedicaran al apostolado, trabajaran en el oficio sacro, ayudando a la salvación de muchos, se mostraran decididos y generosos, sin contemplar la tranquilidad y la calma personal. Y ahora:

«La iniciativa de afrontar inquietudes y dificultades, mutaciones de lugares y de oficio. Especialmente exhortaba a todos aquellos que veía, sin embargo, a perdonarse voluntariamente, conservar con cuidado la propia libertad e independencia, tenazmente arraigar las propias ideas y ser condescendiente con las de los demás» (Vida y obra de Carlos Arzobispo de Milán, Milán 1983, p. 719)

Por esto rezamos con la Palabra de la liturgia de hoy:

«La participación a tu sacramento nos dice, oh Dios, el espíritu de fortaleza que animó a San Carlos y lo hizo fiel a la misión de darse entero a sus hermanos» (Postcommunio).

Amén.

TEXTO ORIGINALE

Cattedrale di Sessa Aurunca

Festa di San Carlo Borromeo (4 novembre 2014)

(1 Gv 3,13-16; Gv 10,11-18)

Eccellenza,
Cari fratelli nel sacerdozio,
Cari fratelli e sorelle,

il brano del Vangelo ascoltato ci invita a fissare il nostro sguardo sul Signore Gesù, “il buon pastore” che “offre la vita per le pecore”. Nella festa di oggi il nostro sguardo da Cristo Signore ci porta in modo spontaneo su San Carlo, il cui volto riflette i lineamenti stessi di quello di Gesù. In realtà, san Carlo continua a riproporsi nella storia della Chiesa come un’icona splendida e affascinante di Gesù, il buon pastore. È interessante rilevare come nella vita e nell’opera del Borromeo questo tratto personale si presenta sempre come un tratto ecclesiale. Tutto il suo impegno episcopale si risolve nel fare della Chiesa una comunità accesa e rinnovata dalla carità pastorale di Gesù Cristo. Ed è anzitutto nella sua vita spirituale che il Vescovo di Milano trova la sorgente più fresca e la spinta più forte per la sua instancabile dedizione alla Chiesa, accogliendo così il grande appello del Concilio di Trento al rinnovamento evangelico della vita della Chiesa e dei cristiani.

Si sviluppa così, giorno dopo giorno, un meraviglioso circolo virtuoso: da un lato il cuore del pastore va verso la sua Chiesa per amarla e servirla perché divenga sempre più vero gregge di Cristo, e dall’altro lato questo stesso gregge ritorna al cuore del pastore accrescendone sempre più la carità che lo anima. A questo mira lo zelo apostolico del Vescovo: rendere tutta la Chiesa capace di rivivere la carità di Cristo. Tutta la Chiesa, perché – insiste San Carlo –  la carità pastorale è donata da Cristo non solo ai Vescovi, non solo ai presbiteri, ma anche a tutti i fedeli laici, specialmente a chi ha una particolare responsabilità di guida nei riguardi degli altri. Il Santo ne parla con grande calore in un’omelia tenuta nella basilica di Sant’Ambrogio, rilevando in modo esplicito che il titolo di “pastore buono” appartiene a tutti i cristiani: appartiene –  dice –  “a noi pastori e sacerdoti, voi padri e madri di famiglia, voi tutti che in qualsiasi modo avete cura d’altri; anzi cristiani tutti, che tutti per ora mi giova chiamarvi in un certo modo pastori, come tutti siete obbligati ad aiutare il buon progresso spirituale delle anime di quelli che sono nel governo vostro”. (Sassi, Omelie di San Carlo, I, 28-29).

Non c’è dubbio però che la carità pastorale riguarda in una maniera più intensa i sacerdoti. A questi si rivolgono l’affetto zelante e la preoccupazione costante di San Carlo. È infatti pienamente convinto che l’elemento primo e decisivo per una riforma della Chiesa in anni di crisi e di oscurità morale e sociale non può essere se non il clero: un clero dedito al Signore e al suo popolo, un clero ben formato dal punto di vista spirituale, teologico e pastorale. Proprio in questa prospettiva il Borromeo elabora una nuova scelta formativa per i futuri preti con l’istituzione dei seminari. In questo contesto San Carlo affronta anche il problema della disponibilità dei preti e della loro destinazione all’esercizio del ministero pastorale.

Carissimi presbiteri e fedeli tutti: questo stesso problema si ripropone anche per noi oggi, presentandosi non meno urgente che ai tempi del Borromeo. L’urgenza è legata sì al calo numerico e all’invecchiamento del clero, ma soprattutto alle nuove esigenze pastorali di una Chiesa che prende sempre più coscienza di essere chiamata a divenire una comunità missionaria in un mondo che cambia a livello sociale, culturale e religioso, e dunque chiamata nell’attuale situazione ad un servizio al Vangelo credibile ed efficace, capace di raggiungere l’uomo là dove abita e nei suoi diversi ambienti di vita quotidiana, con tutto il peso delle sue difficoltà, fatiche e drammi e insieme con tutta la sua insopprimibile aspirazione a vivere, a crescere, ad essere libero e veramente felice.

Mi chiedo: che cosa possiamo imparare noi oggi da San Carlo su questo preciso problema pastorale? È vero, i suoi tempi sono diversi, e non poco, dai nostri. Ritroviamo però nel suo cuore di pastore Santo delle intuizioni spirituali che ancora oggi possono illuminare e guidare le risposte che noi cerchiamo di dare al problema della disponibilità dei sacerdoti al servizio della Chiesa e pertanto alla sua missione di salvezza con l’annuncio e la testimonianza del Vangelo, con la comunicazione della fede e l’educazione al vero amore, con il servizio all’uomo. Queste parole così semplici ci dicono il criterio pastorale di base per valutare e decidere la destinazione ministeriale dei sacerdoti dentro la comunità cristiana. È un criterio che trova la sua ispirazione più genuina nella figura evangelica del buon pastore. Riferendomi a quanto Gesù ci dice nel Vangelo di oggi, vorrei evidenziare due linee fondamentali secondo cui dovrebbe essere vissuto il servizio alla Chiesa da parte dei sacerdoti.

Una prima linea fondamentale è: la missionarietà. Dalle parole di Gesù emerge anzitutto la missionarietà: «E ho altre pecore che non sono di quest’ovile; anche queste io devo condurre; ascolteranno la mia voce e diventeranno un solo gregge e un solo pastore» (v.16). Nella sua passione missionaria il pastore è chiamato a coltivare uno sguardo ampio. Nelle parole di Gesù leggiamo una grande attesa che si rivolge al futuro e quasi lo anticipa nel segno di una speranza che offre sicurezza e serenità. Il pastore allo sguardo ampio deve unire uno sguardo in avanti, deve porsi nella prospettiva di quanto accadrà nel domani, deve aprirsi con fiducia e coraggio.

Cari sacerdoti, troviamo qui un’indicazione preziosa per la disponibilità che dobbiamo avere al servizio della nostra Chiesa. La dobbiamo servire nella sua totalità e nella sua unità. Lo sguardo e il cuore di noi preti devono essere sempre aperti all’intera diocesi, perché come singoli presbiteri siamo inseriti e partecipi di un unico presbiterio. Siamo stati ordinati presbiteri non in funzione di una specifica zona pastorale o parrocchia, ma per l’intera Chiesa locale.

Di fronte alla richiesta di una precisa destinazione ministeriale, San Carlo ci invita a maturare e custodire uno sguardo ecclesiale. Così diceva nell’omelia al Primo Concilio Provinciale: “Dobbiamo anteporre le esigenze del nostro ufficio pubblico agli interessi privati, dobbiamo servire all’utilità di coloro ai quali siamo preposti, non al nostro tornaconto. Ricercare ciò che è di Dio, non ciò che è nostro: questo è il compito del pastore, questo il dovere di chi è guida” (Acta Ecclesiae Mediolanensis: Milano 1890, 2, col. 157-162: 159-160).
D’altra parte non c’è Chiesa se non nella sua figura storica, così che il servizio sacerdotale è alla Chiesa non in astratto, ma sempre e solo nel suo vissuto storico concreto. Per questo la nostra disponibilità a servire la Chiesa non può essere misurata da una prassi ritenuta immutabile, ma deve lasciarsi guidare anche da uno sguardo rivolto al futuro. È necessario interrogarci sull’evoluzione in atto nella nostra diocesi, in rapporto alle situazioni reali di parrocchie e di preti, di strutture e risorse e di urgenze pastorali. Solo considerando gli sviluppi dei tempi che ci aspettano, è possibile affrontare oggi il problema della nostra “destinazione” ministeriale in modo saggio e adeguato, ossia provvedendo nel presente a un domani che possa risultare positivo, non invece problematico, faticoso, ingestibile, fallimentare. Siamo responsabili non solo del presente, ma anche del futuro delle nostre comunità cristiane. Una responsabilità che ci chiede di essere non semplici “osservatori” dei cambiamenti, ma “protagonisti”. È il Signore che bussa ai nostri cuori di credenti, non lasciandoci acquietare e attardare nelle nostre consolidate abitudini.

Questo sguardo ampio non appartiene solo al Vescovo, ma deve essere assunto da tutto il presbiterio e deve allargarsi alle comunità parrocchiali, le quali forse faticano a comprendere che in certe situazioni serie o di vera emergenza non è più possibile “andare avanti come sempre si è fatto”. Tutti, anche se in modi diversi, siamo responsabili della nostra fede nel cammino della storia.

Una seconda linea fondamentale, in un certo senso più radicale, è quella della donazione totale di sé. È questo il tratto centrale della figura di Cristo. Come discepoli del Signore ciascuno di noi è chiamato a seguire il buon pastore, come ci ricorda lo stesso evangelista nella sua Prima Lettera che abbiamo sentito poco fa: «Da questo abbiamo conosciuto l’amore: Egli ha dato la sua vita per noi; quindi anche noi dobbiamo dare la vita per i fratelli» (1 Gv 3,16).

Non diversa è la strada che noi presbiteri dobbiamo percorrere. Anzi in questa carità pastorale siamo impegnati in un modo peculiare, in forza del sacramento dell’ordine, che ci configura a Cristo Capo e Pastore della Chiesa. Proprio questa carità pastorale è in noi la fonte e l’energia per la nostra donazione totale ai nostri fratelli.
Questo nostro donarci ha tra le sue espressioni la disponibilità a servire il Vangelo secondo quella destinazione che ci viene data dal Vescovo. Connessa con la carità pastorale è l’obbedienza al Vescovo. Questa obbedienza significa fedeltà alla promessa dell’ordinazione, al sacramento stesso che ci ha inserito nel presbiterio destinandoci a servire la Chiesa con un ministero affidatoci e non scelto in proprio. Una tale obbedienza non contraddice ma conferma e perfeziona la libertà con cui nel sacramento il presbitero si è affidato a Dio. Ancora, una tale obbedienza è espressione di amore a Cristo e alla Chiesa e in specie alla comunità cristiana.

Il prete sa che con il suo “adsum” l’intera sua vita viene donata al Signore e al suo servizio. Mi viene spontaneo ringraziare il Signore per l’esempio luminoso di tanti sacerdoti che vivono una reale e pronta disponibilità di fronte alla richiesta di una nuova destinazione, anche impegnativa e giunta forse inaspettata. Ma nello stesso tempo si avverte quanto tale promessa sia esigente. Il sacerdote potrebbe rischiare non solo possibili crisi, ma anche un eventuale fallimento, “rimangiandosi” la parola data. Ci sono presbiteri, bravi e dediti in modo ammirevole al ministero, ma che davanti a una proposta di trasferimento si bloccano e adducono diverse motivazioni per concludere alla fine con un no.
Sia per tutti noi fonte di luce, di ispirazione e di stimolo la parola di Gesù: «Il buon pastore offre la vita per le pecore» (v.11). Alla radice dell’obbedienza del presbitero sta la carità pastorale che si dona in modo totale. Non vogliamo affatto negare le difficoltà di vario genere che la disponibilità alla destinazione ministeriale non poche volte incontra. Sono difficoltà da dire e da ascoltare, da comprendere e da valutare con chiarezza e saggezza per cogliere la volontà del Signore. Non c’è dubbio che tutti abbiamo bisogno di pregare e di aiutarci a vicenda con sincerità e coraggio.

A conclusione, riascoltiamo la testimonianza di San Carlo. Il Borromeo a stento si lasciava indurre a consacrare sacerdote chi voleva diventarlo solo per un suo privato vantaggio, senza essere destinato ad una chiesa e ad un ufficio particolare e dedicarsi al pubblico servizio di Dio. In questo atteggiamento era confortato soprattutto dal suo proprio sentire, poiché voleva che i sacerdoti si dedicassero all’apostolato, lavorassero negli uffici sacri, giovassero alla salvezza di molti, si mostrassero pronti e generosi, senza guardare alla tranquillità e alla quiete personale. E ancora:
“Li incitava ad affrontare disagi e difficoltà, mutazioni di luoghi e di uffici. Soprattutto esortava a ciò quelli che vedeva nondimeno risparmiarsi volentieri, conservare con cura la propria libertà e indipendenza, tenacemente abbarbicati alle proprie idee e difficilmente accondiscendenti a quelle degli altri” (Vita e opere di Carlo arcivescovo di Milano, Milano 1983, p. 719).

Per questo preghiamo con le parole della liturgia di oggi:
“La partecipazione al tuo sacramento ci comunichi, o Dio, lo spirito di fortezza che animò San Carlo e lo rese fedele alla sua missione fino a donarsi totalmente ai fratelli” (Postcommunio).

Amen.

GALERÍA FOTOGRÁFICA DE UFFICIO LITURGICO DIOCESANO SESSA AURUNCA

Pincha aquí para visitarlos

facebook pq facebook pq

23/03/2014: HOMILÍA DE S.E. MONS. GÄNSWEIN EN MANNHEIM

monseñor georg Gänswein

monseñor georg Gänswein

(Video en alemán)

Numerosos fieles han dado un recibimiento caluroso a S.E. Monseñor Gänswein en la Iglesia de los Jesuitas en Mannheim (Alemania). En donde ha elogiado al Papa Francisco, haciendo referencia de él como un » sacerdote del Mundo» carismático, que llega a través de palabras, gestos y sonrisas, para inspirar a la gente la FE cristiana.

«Francisco da en el blanco, lo que demuestra el gran número de visitantes en las Audiencia de los miércoles en Roma, porque él llega con palabras sencillas y claras a los corazones de la gente».


Gänswein pidió el cristianismo a vivir abiertamente y con alegría en la vida cotidiana. El Papa Francisco quiere una iglesia que llega hasta el borde y sin dejar a nadie atrás . «Esta es la estrella polar de su acción apostólica. «

facebook pqhttps://www.facebook.com/photo.php?fbid=770351522989698&l=1c5c588f42

Arzobispo Gänswein sobre Francisco y los alemanes
«Sólo la alegría es demasiado poco»

ENTREVISTAfacebook pqhttps://www.facebook.com/photo.php?fbid=770571382967712&l=c2d99c73b5

FUENTE: DOMRADIO.DE

El Prefecto de la Casa Pontificia, el Arzobispo Georg Gänswein, habla con domradio.de-editor Jan Hendrik Stens en en Mannheim de las expectativas sobre el Papa Francisco y la Iglesia Alemana

domradio.de: ¿Qué es el viento fresco que sopla a través del actual Papa Francisco por la Iglesia universal?

Arzobispo Gänswein: Si quiero dar un título, yo diría que se trata de un nuevo impulso misionero. Este impulso tiene su énfasis en esto, ya sea en Roma, en el Vaticano o más allá.

domradio.de: En Alemania, todo el mundo está encantado con Francisco, pero aquí, a diferencia de otros países, la asistencia a la Iglesia no es mayor, las colas delante de los confesionarios no son como en Italia. ¿Por qué, los alemanes tienen un tipo diferente de entusiasmo?

Arzobispo Gänswein: Si el entusiasmo no se realiza en la práctica de la fe, entonces esto es como un fuego de paja que enciende pero no calienta. Es importante que lo nuevo, lo lleno de vida, lo agradable, que ahora con el Papa Francisco está creciendo, sean también contagiados en su propia vida de fe. No es sufiente sólo el ánimo, deben existir hechos más concretos.

domradio.de: Usted dijo una vez que la gente se sorprende de que Benedicto XVI y Francisco se lleven tan bien a pesar de ser dos personalidades tan diferentes

Arzobispo Gänswein: Esto fue una sorpresa al principio. Porque en primer lugar, el temperamento, el carácter, la personalidad, la forma de hablar y de encontrarse son muy distintas. Y las diferencias implican desgraciadamente desencuentros. Yo leo lo complementario, hay personas muy diferentes que se llevan muy bien y esto es lo que ha sucedido.

domradio.de: Francisco sostiene una defensa enérgica del mundo, la paz y la justicia. Él lo defiende increíblemente y enérgicamente. ¿Cómo se informa?

Arzobispo Gänswein: Es una red de información. Hay fuentes oficiales de información: las Nunciaturas, la Secretaría de Estado. También están las fuentes de los Obispos que acuden al Vaticano, y esto es muy importante, tener información de primera mano sobre lo que realmente está pasando en la política, en el ministerio pastoral en las diversas diócesis y países. Es una muy buena política de información porque esto ayuda a ver concretamente cómo debe abordarse un problema.

domradio.de: Usted ha dicho que las pruebas de fuego para Francisco quedaron pendientes. ¿Qué quería decir con eso?

Arzobispo Gänswein: Desde Alemania llega una gran cantidad de medios de presión. O que pueden ser vistos como medios de presión en Roma, no puedo juzgar. Nosotros los alemanes vemos a Alemania como el país más importante para el Vaticano, pero, para el Vaticano, Alemania es un país importante de muchos países importantes. Por el momento la fuerza política y pastoral está en otros países mucho, mucho más. Es urgente poner la atención ahí. Esto no significa que la preocupación alemana sea secundaria.

domradio.de: ¿Esto significa que Francisco podría decepcionar unas expectativas u otras en Alemania?

Arzobispo Gänswein: Siempre, en el caso de las expectativas, uno tiene que preguntarse si son realistas. Si deliberadamente la expectativa es alta genera una cierta presión y eso ayuda a no cumplir el objetivo.

domradio.de: Una última pregunta: ¿Trae las ofrendas de ayuno?

Arzobispo Gänswein: La Cuaresma es un tiempo de purificación del corazón. Pero el hombre no sólo vive del alma. Trato de no tomar alcohol y dulces, porque me gustan mucho En cuanto al clero trato de dedicar al Señor más tiempo tranquilamente, incluso si la mesa está llena de trabajo. Se trata de ver la medida de lo real y separar lo esencial de lo no esencial. La Cuaresma debe ayudar a esto.

Entrevista realizada por Jan Hendrik Stens.

Erzbischof Gänswein zu Franziskus und den Deutschen

«Nur jubeln ist zu wenig»

Der Präfekt des Päpstlichen Hauses, Erzbischof Georg Gänswein, spricht mit domradio.de-Redakteur Jan Hendrik Stens in Mannheim über Erwartungen an Papst Franziskus und die deutsche Kirche.

domradio.de: Was ist das für ein frischer Wind, der durch Papst Franziskus momentan durch die Weltkirche weht?

Erzbischof Gänswein: Wenn ich dem eine Überschrift geben möchte, würde ich sagen, es ist ein neuer missionarischer Schwung. Dieser Schwung hat all die erfasst, die sich davon erfassen lassen, sei es in Rom, sei es im Vatikan, sei es auch darüber hinaus.

domradio.de: In Deutschland ist man auch von Franziskus begeistert, allerdings stellt man hier im Unterschied zu anderen Ländern fest, dass jetzt der Gottesdienstbesuch nicht stärker wird, vor den Beichtstühlen nicht wie in Italien die Menschen Schlange stehen. Woran liegt das, haben die Deutschen eine andere Form der Begeisterung?

Erzbischof Gänswein: Wenn Begeisterung sich nicht in die Glaubenspraxis hinein verwirklicht, dann ist das wie ein Strohfeuer, das keine Glut entfacht. Es ist wichtig, das Neue, das Schwungvolle und Erfreuliche, das mit Franziskus jetzt da ist, hineinzunehmen und sich auch anstecken zu lassen im eigenen Glaubensleben. Nur jubeln ist zu wenig. Es müssen schon auch konkretere Fakten kommen.

domradio.de: Sie haben einmal gesagt, dass sie verwundert sind, dass sich Benedikt XVI. und Franziskus so gut verstehen, obwohl sie so unterschiedliche Charaktere sind.

Erzbischof Gänswein: Das war eine Verwunderung am Anfang. Weil zunächst auffällt, dass doch das Temperament, der Charakter, die Persönlichkeiten und die Art und Weise des Sprechens und des Begegnens sehr unterschiedlich sind. Und Unterschiede bringen es leider mit sich, dass man das dann gegeneinander liest. Ich muss es komplementär lesen, es gibt Personen, die sehr unterschiedlich sind und sich sehr gut verstehen, und so ist es auch hier gewesen.

domradio.de: Franziskus nimmt ja sehr stark Stellung in weltlichen Fragen zu Frieden und Gerechtigkeit. Er mischt sich unwahrscheinlich stark ein. Wie informiert er sich?

Erzbischof Gänswein: Es ist ein Informationsnetz. Es gibt amtliche Informationsquellen, die Nuntien, das Staatssekretariat. Es sind die verschiedene Quellen, die auch über die Bischöfe in den Vatikan hineinströmen, und dieser Informationssee ist schon sehr wichtig, um einfach Klarheit zu haben, was wirklich vor Ort los ist in der Politik, in der Seelsorge in den verschiedenen Diözesen und Ländern. Es ist eine sehr gute Informationspolitik da, die hilft, konkret zu sehen, wo ein Problem ist, das angepackt werden muss.

domradio.de: Sie haben gesagt, die Bewährungsproben für Franziskus stünden noch aus. Was meinten sie damit?

Erzbischof Gänswein: Aus Deutschland kommt eine ganze Reihe von Druckmitteln. Ob die genauso als Druckmittel in Rom empfunden werden, das kann ich nicht beurteilen. Man muss auch sehen, für uns Deutsche ist Deutschland das wichtigste Land für den Vatikan. Für den Vatikan ist Deutschland ein wichtiges Land von vielen wichtigen Ländern. Und zur Zeit brennt es politisch und seelsorglich in anderen Ländern viel, viel mehr. Und es ist drängender, die Aufmerksamkeit dorthin zu legen. Was nicht heißt, dass man die Deutschen Anliegen nur zweitrangig behandelt.

domradio.de: Das bedeutet, Franzikus wird vielleicht die ein oder andere Erwartung in Deutschland enttäuschen?

Erzbischof Gänswein: Es ist immer so bei Erwartungen, man muss sich fragen, ob sie realistisch sind. Hängt man vielleicht ganz bewusst den Erwartungsspiegel hoch, damit ein gewisser Druck erzeugt wird, der dazu helfen soll, das Ziel durchzusetzten?

domradio.de: Letzte Frage: Bringen Sie ein Fastenopfer?

Erzbischof Gänswein: Die österliche Bußzeit ist eine Zeit der Reinigung des Herzens. Aber der Mensch lebt nicht nur von der Seele allein. Ich versuche auf Alkohol und Süßes zu verzichten, weil ich beides gerne mag. In Bezug auf das Geistliche versuche ich, mehr stille Zeit dem Herrn zu widmen. Auch dann, wenn der Schreibtisch übervoll ist mit Arbeit. Es geht darum, die Mitte, das Eigentliche zu sehen und das Wesentliche vom Unwesentliche zu scheiden. Dabei soll die Fastenzeit helfen.

Das Interview führte Jan Hendrik Stens.

S.E. MONS. GÄNSWEIN: HOMILIA EN LARINO – 17/11/2013

17 De noviembre de 2013 Larino celebra el 450 aniversario de su seminario, puesta en servicio parroquial celebrada por el prefecto de la Casa Pontificia

(En español e italiano)

1463109_553813011371934_302050851_n

ESPAÑOL:

Queridos hermanos y hermanas,

El año liturgico está llegando a su final y la liturgia que celebramos nos invita a reflexionar sobre la últimas cosas, en el día donde el fuego está por venir, como hemos escuchado al profeta Malaquías y también en el pasaje del Evangelio de Lucas enfatiza el tema del fin de los tiempos. Pero el lenguaje escatologico usado por el evangelista no indica la caída literal de la totalidad o el fin de la Tierra, quiere simbolicamente indicar el fin de nuestro tiempo, de nuestro mundo. Este es el final en un cierto modo de concebir la vida, el fin de los comportamientos que se combinan para ciertos ideales, ciertas prioridades lejos de la justicia del Evangelio. Yo quisiera ofrecer cuatro pensamientos, no tres, sino cuatro pensamientos que pueden ayudar a entender mejor el Evangelio que acabamos de escuchar.
El primer pensamiento es: los trágicos acontecimientos no nos deben desconcertar. Los acontecimientos trágicos no nos deben desconcertar. Cuando el evangelista Lucas escribió su evangelio, su generación estaba atemorizada por las guerras, los desastres naturales y las terribles persecuciones. Además, hemos añadido la experiencia de la hostilidad de muchos de sus contemporáneos en sus corazones. Y los falsos profetas habían abusado de la situación política y religiosa. Y lo más importante, la ausencia del Retorno, es decir, de la Segunda Venida del Señor se había llevado la fe y la esperanza.

Lucas no minimiza nada, ve con bastante realismo los acontecimientos que estaban ocurriendo en el mundo en aquellos tiempos. Los tiempos eran difíciles. Basta pensar en la destrucción de la ciudad de Jerusalén, antetodo el Templo, en primer lugar, el asesinato de miles de Judios, la erupción destructiva del Vesubio y, sobre todo, el martirio de los Apóstoles. Teniendo en cuenta estas experiencias horribles, el evangelista anunció: «Cuidado con que nadie os engañe, ni os dejéis aterrorizar! No sigais a los salvadores «autoproclamados».

Queridos hermanos y hermanas, con fe permanecen la serenidad y la paz porque el reino de Dios no vendrá con aparentes signos visibles. Bajo la impresión de las situaciones amenazantes de los cristianos San Lucas anuncia la buena noticia de que el miedo no pertenece a todos los que creen en Cristo. El miedo no pertenece a todos los que creen en Cristo porque Dios se encuentra en el lado de toda esa angustia. La situación lamentable para él no se dio por la realización del mundo (…) La firme posición importante. En tiempos de crisis de ahora e incluso en tiempos de cambio profundo, no hay que caer en el pánico, sino caminar con firmeza, con firmeza por el camino correcto.

A continuación, el segundo pensamiento decisivo es vivir en el presente. Vive en el presente. Jesucristo nunca prometió una vida sin problemas a todos los que creen en Él y le siguen. Por el contrario, el Señor invita más bien a aceptar los desafíos del presente y tomar decisiones que sean coherentes con la voluntad de Dios, su objetivo claro deja también hoy que el amor de Dios que está con nosotros siempre y en todas partes. Se debe percibir con atención su cercanía en todas nuestras acciones. Cuando nuestra fe supera la inercia y la indiferencia, Dios puede también actuar hoy. No debemos confiar en las falsas esperanzas que se ofrecen hoy en día, que se basan en conceptos frágiles y consideraciones menores. Incluso en el mundo de hoy son parte de la Escuela de la Salvación, a pesar de los poderes que desprecian al hombre.

La presencia de Dios, queridos hermanos y hermanas, en la fe nos da un enfoque seguro que ni el terrorismo, ni las acciones de los fanáticos pueden destruir. Dios guía la historia del mundo a su fin. En esta esperanza, en este consuelo debemos transmitir Él a cada uno de nosotros en el mundo, hoy como ayer, el evangelista Lucas. Al mismo tiempo, es nuestro deber de dar voz a todos aquellos cristianos asediados en diferentes continentes para mostrar su solidaridad hacia ellos.

El tercer pensamiento, el futuro podemos ponerlo en confianza en la mano de Dios, para nosotros los cristianos, el futuro tiene un nombre, se llama Jesucristo. Nuestra vida, todo el mundo se orienta hacia Él. Miguel Ángel lo describe de una manera impresionante en su bello fresco en la Capilla Sixtina en el Vaticano. No un poder anónimo, no un poder oscuro decide el fin de la humanidad y la obra del pasaje del mundo, pero una Persona con un rostro humano – Jesucristo Crucificado y Resucitado. Estamos a salvo en Sus manos. Él nos mira, Él nos acepta, nos perdona sin reservas y sin condiciones. Por lo tanto, es crucial de cara a nuestros miedos y preocupaciones con respecto a nuestro futuro. No hay un manual que describe exactamente cómo se puede comportar correctamente para esperar la venida del Señor. Pero nos falta saber el día y el lugar cuando en toda la tierra anunciarán la luz, ¿dónde está el significado oculto de los sufrimientos de los fieles de Dios? Para los que creen en Cristo Revelado la pérdida puede convertirse en una ganancia.

Cuatro y el último pensamiento. Un testimonio claro y valiente es el antídoto requerido por nosotros. Queridos hermanos y hermanas, no hay duda de que nuestros tiempos son graves, basta pensar en lo que está ocurriendo en varios países. ¿No se parecen estos días a los signos de los que habló Jesús en el Evangelio de hoy? Hemos escuchado, «se levantará nación contra nación, y reino contra reino, y habrá grandes terremotos, hambres y pestilencias, y habrá terror y grandes señales del cielo.» Recuerde que todo lo que el Señor dice: «Esta será la ocasión para dar testimonio.» Es decir, en estas agitaciones el Evangelio nos llama, los discípulos dan testimonio valiente de forma clara y completa. Este no es un tiempo para lujos y ajustes, de compromisos para salvar a los salvados. Es necesario de que el Evangelio resplandezca con claridad en los rostros de los cristianos, con claridad en nuestros rostros. En este sentido estamos viviendo los últimos tiempos, los temas en los que o se quema o se levanta un nuevo día con la ayuda del Señor.

Los trágicos acontecimientos no nos deben confundir. Fundamental es vivir en el presente. El futuro podemos ponerlo con confianza en las manos de Dios. Un testimonio claro y valiente, el antídoto requerido por Dios. Amén.

ITALIANO:

Cari fratelli e sorelle,

l’anno liturgico sta avviando si verso la conclusione e la liturgia che celebriamo ci esorta di riflettere sulle cose ultime, sul giorno dove il fuoco sta per venire, come abbiamo sentito dal profeta Malachia e anche il brano del Vangelo di Luca sottolinea il tema delle fine dei tempi. Ma il linguaggio escatologico usato dall’evangelista non sta ad indicare letteralmente il crollo di tutto o la fine della terra, vuole simbolicamente indicare la fine del nostro tempo, del nostro mondo. La fine cioè di in un certo modo di concepire la vita, la fine di comportamenti che uniscono a certi ideali, a certe priorità lontane dalla giustizia del Vangelo. Io vorrei offrire quattro pensieri, non tre, ma quattro pensieri, che possano aiutare a capire meglio il Vangelo che abbiamo appena sentito.

Il primo pensiero è: gli avvenimenti tragici non devono sconcertare. Gli avvenimenti tragici non devono sconcertare. Quando l’evangelista Luca ha scritto il suo vangelo la sua generazione era impaurita dalle guerre, dai catastrofi naturali e terribili persecuzioni. Inoltre, si aggiungeva l’esperienza dell’ostilità di molti contemporanei nei loro cuori. E falsi profeti avevano abusato la situazione religiosamente e politicamente. E per di più, la mancanza del Ritorno, cioè della Parusia del Signore aveva logorato la fede e anche la speranza.

Luca non minimizza niente, piuttosto vede realisticamente gli avvenimenti che accadevano nel mondo di quei tempi. I tempi erano difficili. Basta pensare alla distruzione della città di Gerusalemme, anzitutto del Tempio, l’omicidio di migliaia degli ebrei, l’eruzione distruttiva del Vesuvio e anzitutto il martirio degli Apostoli. Tenendo conto di questi esperienze orribili, l’evangelista annunziò: Guardate di non lasciarvi ingannare, di non lasciarvi terrorizzare! Non seguite i salvatori “autonominati”.

Cari fratelli e sorelle, con fede rimanere nella serenità e la pace perché il Regno di Dio non viene con segni apparenti visibili. Sotto l’impressione delle situazioni minacciose dei cristiani  San Luca annuncia il lieto messaggio che la paura non appartiene a tutti quelli che credono in Cristo. La paura non appartiene a tutti quelli che credono in Cristo perché Dio sta dalla parte dei suoi in tutte le angosce. Le situazioni pietose per Lui non hanno dato il compimento del mondo (…) L’importante rimanere saldi. Nei tempi di crisi di allora e anche quelli nostri, nei tempi di cambiamenti profondi, non si deve cadere nel panico, ma camminare saldamente, fermamente per la strada giusta.

Poi, il secondo pensiero decisivo è vivere nel presente. Vivere nel presente. Gesù Cristo non mai ha promesso una vita senza problemi a tutti quelli che credono in Lui e Lo seguono. Tutt’altro, il Signore invita piuttosto ad accettare le sfide del presente e prendere delle decisioni che concordano con la volontà di Dio. Il Suo sguardo chiaro sul presente lascia conoscere anche oggi l’amore di Dio che ci accompagna sempre e dappertutto. Conviene percepire con attenzione la sua vicinanza in tutte le nostre azioni. Dove la nostra fede supera inerzia e indifferenza, Dio può agire anche oggi. Non dobbiamo fidarci delle speranze false che oggi vengono offerte, che si basano sui concetti fragili e considerazioni minori. Anche nel mondo di oggi fanno parte della scuola di salvezza nonostante i poteri che disprezzano l’uomo.

La presenza di Dio, cari fratelli e sorelle, ci da nella fede un approccio sicuro che neanche il terrore neanche le azioni dei fanatici possono distruggere. Dio guida la storia del mondo verso la sua fine. In questa speranza, in questa consolazione dobbiamo trasmettere Lui ognuno di noi al mondo, oggi come ieri l’evangelista Luca. Nello stesso tempo è nostro compito dare la voce a tutti quelli cristiani assediati nei diversi continenti di dimostrarci solidali nei loro confronti.

Il terzo pensiero, il futuro possiamo metterlo con fiducia nella mano di Dio. Per noi cristiani, il futuro ha un nome, si chiama Gesù Cristo. La nostra vita, tutto il mondo è orientato verso di Lui. Michelangelo lo scrive in un modo impressionante nel suo bellissimo affresco nella Cappella Sistina in Vaticano. Non un potere anonimo, non un potere oscuro decide la fine dell’umanità ed opera il passaggio del mondo, ma una Persona con un volto umano – Gesù Cristo Crocifisso e Risorto. Noi siamo sicuri nelle Sue mani. Egli ci guarda, Egli ci accetta, Egli ci perdona senza riserve e senza condizioni. Perciò è decisivo di fronte alle nostre angosce e preoccupazioni rispetto al nostro futuro. Non c’è un manuale che prescrive esattamente come ci si può comportare correttamente per aspettare il Signore che verrà. Ma non centra per noi sapere il giorno e il luogo quando tutta sulla terra dirà la luce, dove appare il senso nascosto delle sofferenze dei fedeli di Dio. Per chi crede nel Cristo Rivelato una perdita può diventare un guadagno.

Quattro e l’ultimo pensiero. Una testimonianza coraggiosa e limpida è l’antidoto richiesto da noi. Cari fratelli e sorelle, non c’è dubbio che i nostri tempi sono gravi, basti pensare a quanto sta accadendo in varie nazioni. Non somigliano questi tempi ai segni di cui ha parlato Gesù oggi nel Vangelo? Abbiamo sentito: “si solleverà popolo contro popolo e regno contro regno, e vi saranno di luogo in luogo terremoti, carestie e pestilenze; vi saranno anche fatti terrificanti e segni grandi dal cielo”. Ricorda tutto ciò che il Signore afferma: “Questo vi sarà occasione di rendere testimonianza”. Cioè in questi sconvolgimenti il Vangelo chiede a noi, ai discepoli una testimonianza coraggiosa e limpida e piena. Non è questo un tempo di accomodamenti e aggiustamenti, di compromessi per salvare il salvato. C’è bisogno che il Vangelo risplenda chiaro sul volto dei cristiani, chiaro sul nostro volto. In tale senso stiamo vivendo i tempi ultimi, i temi in quali o si brucia, o si risorge un giorno nuovo con l’aiuto del Signore.

Gli avvenimenti tragici non devono sconcertarci. Decisivo è vivere nel presente. Il futuro possiamo mettere con fiducia nella mano di Dio. Una testimonianza coraggiosa e limpida l’antidoto richiesto da Dio. Così sia.