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11/05/2006 – DISCURSO A UN CONGRESO ORGANIZADO POR EL INSTITUTO JUAN PABLO II PARA ESTUDIOS SOBRE EL MATRIMONIO Y LA FAMILIA

DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A UN CONGRESO ORGANIZADO POR EL INSTITUTO
JUAN PABLO II PARA ESTUDIOS
SOBRE EL MATRIMONIO Y LA FAMILIA

Jueves 11 de mayo de 2006

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Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
queridos hermanos y hermanas:

Con gran alegría me encuentro con vosotros en este XXV aniversario de la fundación del Instituto pontificio Juan Pablo II para estudios sobre el matrimonio y la familia, en la Universidad pontificia Lateranense. Os saludo a todos cordialmente y os agradezco el gran afecto con que me habéis acogido. Doy las gracias de corazón a monseñor Livio Melina por sus amables palabras y también por haber abreviado. Podremos leer luego lo que quería decir, y queda más tiempo para compartir.

Los inicios de vuestro Instituto están relacionados con un acontecimiento muy especial:  precisamente el 13 de mayo de 1981, en la plaza de San Pedro, mi querido predecesor Juan Pablo II sufrió el grave atentado, bien conocido, durante la audiencia en la que iba a anunciar la creación de vuestro Instituto. Este hecho tiene una importancia especial en la actual conmemoración, que celebramos poco después del primer aniversario de su muerte. Lo habéis querido destacar mediante la oportuna iniciativa de un congreso dedicado al tema:  «La herencia de Juan Pablo II sobre el matrimonio y la familia:  amar el amor humano».

Con razón, vosotros sentís esta herencia de manera totalmente especial, pues sois los destinatarios y los continuadores de la visión que constituyó uno de los ejes de su misión y de sus reflexiones:  el plan de Dios sobre el matrimonio y la familia. Esta herencia no es simplemente un conjunto de doctrinas o de ideas; es ante todo una enseñanza dotada de una luminosa unidad sobre el sentido del amor humano y de la vida. La presencia de numerosas familias en esta audiencia —y por tanto no sólo los alumnos actuales y del pasado, sino sobre todo los alumnos del futuro— es un testimonio particularmente elocuente de cómo la enseñanza de esa verdad ha sido acogida y ha dado sus frutos.

La idea de «enseñar a amar» ya acompañó al joven sacerdote Karol Wojtyla y sucesivamente lo entusiasmó cuando, siendo un joven obispo, afrontó los difíciles momentos que siguieron a la publicación de la profética y siempre actual encíclica Humanae vitae de mi predecesor Pablo VI.

Fue en esa circunstancia cuando comprendió la necesidad de emprender un estudio sistemático de esta temática. Esto constituyó el substrato de esa enseñanza, que luego ofreció a toda la Iglesia en sus inolvidables Catequesis sobre el amor humano. Así puso de relieve dos elementos fundamentales que en estos años vosotros habéis tratado de profundizar y que configuran la novedad misma de vuestro Instituto como entidad académica con una misión específica dentro de la Iglesia.

El primer elemento es que el matrimonio y la familia están arraigados en el núcleo más íntimo de la verdad sobre el hombre y su destino. La sagrada Escritura revela que la vocación al amor forma parte de la auténtica imagen de Dios que el Creador quiso imprimir en su criatura, llamándola a hacerse semejante a él precisamente en la medida en la que está abierta al amor. Por tanto, la diferencia sexual que caracteriza el cuerpo del hombre y de la mujer no es un simple dato biológico, sino que reviste un significado mucho más profundo:  expresa la forma del amor con la que el hombre y la mujer llegan a ser —como dice la sagrada Escritura— una sola carne, pueden realizar una auténtica comunión de personas abierta a la transmisión de la vida y cooperan de este modo con Dios en la procreación de nuevos seres humanos.

Un segundo elemento caracteriza la novedad de la enseñanza de Juan Pablo II sobre el amor humano:  su manera original de leer el plan de Dios precisamente en la convergencia de la revelación divina con la experiencia humana, pues en Cristo, plenitud de la revelación de amor del Padre, se manifiesta también la verdad plena de la vocación del hombre al amor, que sólo puede encontrarse plenamente en la entrega sincera de sí mismo.

En mi reciente encíclica subrayé cómo precisamente mediante el amor se ilumina «la imagen cristiana de Dios y también la consiguiente imagen del hombre y de su camino» (Deus caritas est, 1). Es decir, Dios se sirvió del camino del amor para revelar el misterio íntimo de su vida trinitaria.

Además, la íntima relación que existe entre la imagen de Dios Amor y el amor humano nos permite comprender que «a la imagen del Dios monoteísta corresponde el matrimonio monógamo. El matrimonio basado en un amor exclusivo y definitivo se convierte en el icono de la relación de Dios con su pueblo y, viceversa, el modo de amar de Dios se convierte en la medida del amor humano» (ib., 11).

Esta indicación queda todavía, en buena parte, por explorar. De este modo se perfila la tarea que el Instituto para estudios sobre el matrimonio y la familia tiene en el conjunto de sus estructuras académicas:  iluminar la verdad del amor como camino de plenitud en todas las formas de existencia humana. El gran desafío de la nueva evangelización, que Juan Pablo II propuso con tanto impulso, debe ser sostenido con una reflexión realmente profunda sobre el amor humano, pues precisamente este amor es un camino privilegiado que Dios ha escogido para revelarse a sí mismo al mundo y en este amor lo llama a una comunión en la vida trinitaria.

Este planteamiento también nos permite superar una concepción del amor como algo meramente privado, hoy muy generalizada. El auténtico amor se transforma en una luz que guía toda la vida hacia su plenitud, generando una sociedad donde el hombre pueda vivir. La comunión de vida y de amor, que es el matrimonio, se convierte así en un auténtico bien para la sociedad. Evitar la confusión con otros tipos de uniones basadas en un amor débil constituye hoy algo especialmente urgente. Sólo la roca del amor total e irrevocable entre el hombre y la mujer es capaz de fundamentar la construcción de una sociedad que se convierta en una casa para todos los hombres.

La importancia que el trabajo del Instituto reviste en la misión de la Iglesia explica su configuración propia:  de hecho, Juan Pablo II aprobó un solo Instituto con diferentes sedes distribuidas en los cinco continentes, con la finalidad de ofrecer una reflexión que muestre la riqueza de la única verdad en la pluralidad de las culturas. Esta unidad de visión en la investigación y en la enseñanza, a pesar de la diversidad de lugares y sensibilidades, representa un valor que tenéis que conservar, desarrollando las riquezas arraigadas en cada cultura. Esta característica del Instituto se ha demostrado particularmente adecuada para el estudio de una realidad como la del matrimonio y la familia. Vuestro trabajo puede mostrar cómo el don de la creación vivido en las diferentes culturas ha sido elevado a gracia de redención por Cristo.

Para poder cumplir bien vuestra misión como fieles herederos del fundador del Instituto, el querido Juan Pablo II, os invito a contemplar a María santísima, la Madre del Amor Hermoso. El amor redentor del Verbo encarnado debe convertirse para cada matrimonio y en cada familia en «fuente de agua viva en medio de un mundo sediento» (ib., 42). A todos vosotros, queridos profesores, alumnos de hoy y de ayer, a todo el personal, así como a las familias de vuestro Instituto, os expreso mis mejores deseos, que acompaño con una especial bendición apostólica.

10/03/2007 – DISCURSO AL FINAL DEL REZO DEL SANTO ROSARIO, EN LA V JORNADA EUROPEA DE LOS UNIVERSITARIOS

DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
AL FINAL DEL REZO DEL SANTO ROSARIO,
EN LA V JORNADA EUROPEA DE LOS UNIVERSITARIOS

Sábado 10 de marzo de 2007

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Queridos jóvenes universitarios:

Me alegra mucho dirigiros mi cordial saludo al final de la Vigilia mariana que el Vicariato de Roma ha organizado con ocasión de la Jornada europea de los universitarios. Expreso mi agradecimiento al cardenal Camillo Ruini y a mons. Lorenzo Leuzzi, así como a todos los que han cooperado en la iniciativa:  las instituciones académicas, los Conservatorios de música, el Ministerio de Universidades e investigación, el Ministerio de comunicaciones. Felicito a los directores de la orquesta y del gran coro, y a vosotros, queridos músicos y miembros del coro.

Al acogeros a vosotros, amigos de Roma, mi pensamiento se dirige con igual afecto a vuestros coetáneos que, gracias a las conexiones de radio y televisión, han podido participar en este momento de oración y reflexión desde varias ciudades de Europa y Asia:  Praga, Calcuta, Hong Kong, Bolonia, Cracovia, Turín, Manchester, Manila, Coimbra, Tirana e Islamabad-Rawalpindi. Realmente, esta «red», realizada con la colaboración del Centro televisivo vaticano, de Radio Vaticano y de Telespazio, es un signo de los tiempos, un signo de esperanza.

Es una «red» que demuestra todo su valor si consideramos el tema de esta vigilia:  «La caridad intelectual, camino para una nueva cooperación entre Europa y Asia». Es sugestivo pensar en la caridad intelectual como fuerza del espíritu humano, capaz de unir los itinerarios formativos de las nuevas generaciones. Más globalmente, la caridad intelectual puede unir el camino existencial de jóvenes que, aun viviendo a gran distancia unos de otros, logran sentirse vinculados en el ámbito de la búsqueda interior y del testimonio.

Esta tarde realizamos un puente ideal entre Europa y Asia, continente de riquísimas tradiciones espirituales, donde se han desarrollado algunas de las más antiguas y nobles tradiciones culturales de la humanidad. Por consiguiente, es muy significativo este encuentro. Los jóvenes universitarios de Roma se hacen promotores de fraternidad con la caridad intelectual, fomentan una solidaridad que no se basa en intereses económicos o políticos, sino sólo en el estudio y la búsqueda de la verdad. En definitiva, nos situamos en la auténtica perspectiva «universitaria», es decir, en la perspectiva de la comunidad del saber, que ha sido uno de los elementos constitutivos de Europa. ¡Gracias, queridos jóvenes!

Me dirijo ahora a los que están en conexión con nosotros desde las diversas ciudades y naciones.

(en checo)
Queridos jóvenes que estáis reunidos en Praga:  que la amistad con Cristo ilumine siempre vuestro estudio y vuestro crecimiento personal.

(en inglés)
Queridos universitarios de Calculta, Hong Kong, Islamabad-Rawalpindi, Manchester y Manila:  testimoniad que Jesucristo no nos quita nada, sino que lleva a hacer realidad nuestros más profundos anhelos de vida y verdad.

(en polaco)
Queridos amigos de Cracovia:  conservad siempre como un tesoro las enseñanzas  que el venerado Papa Juan Pablo II dejó a los jóvenes y, de modo especial, a los universitarios.

(en portugués)
Queridos estudiantes de la universidad de Coimbra:  que la Virgen María, Sede de la Sabiduría, sea vuestra guía, para que seáis verdaderos discípulos y testigos de la Sabiduría cristiana.

(en albanés)
Queridos jóvenes de Tirana:  comprometeos para construir como protagonistas la nueva Albania, recurriendo a las raíces cristianas de Europa.

(en italiano)
Queridos estudiantes de las universidades de Bolonia y Turín:  nunca dejéis de dar vuestra contribución original y creativa a la construcción del nuevo humanismo, basado en el diálogo fecundo entre la fe y la razón.

Queridos amigos, estamos viviendo el tiempo de Cuaresma, y la liturgia nos exhorta continuamente a fortalecer nuestro seguimiento de Cristo. También esta Vigilia, según la tradición de la Jornada mundial de la juventud, puede considerarse una etapa de la peregrinación espiritual guiada por la cruz. Y el misterio de la cruz no está separado del tema de la caridad intelectual, más aún, lo ilumina. La sabiduría cristiana es sabiduría de la cruz:  los estudiantes, y con mayor razón los profesores cristianos, interpretan todas las realidades a la luz del misterio de amor de Dios, que tiene en la cruz su revelación más alta y perfecta.

Una vez más, queridos jóvenes, os encomiendo la cruz de Cristo:  acogedla, abrazadla, seguidla. Es el árbol de la vida. Junto a ella podéis encontrar siempre a María, la Madre de Jesús. Como ella, Sede de la Sabiduría, fijad vuestra mirada en Aquel que por nosotros fue traspasado (cf. Jn 19, 37); contemplad el manantial inagotable del amor y de la verdad, y también vosotros podréis llegar a ser discípulos y testigos llenos de alegría.

Es el deseo que os expreso a cada uno. Lo  acompaño de corazón con la oración y con mi bendición, que de buen grado extiendo a todos vuestros seres queridos.

19/02/2006 – ÁNGELUS

BENEDICTO XVI

ÁNGELUS

Domingo 19 de febrero de 2006

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Queridos hermanos y hermanas:

En estos domingos la liturgia presenta en el Evangelio el relato de varias curaciones realizadas por Cristo. El domingo pasado, el leproso; hoy un paralítico, al que cuatro personas llevan en una camilla a la presencia de Jesús, que, al  ver su fe, dice al paralítico:  «Hijo, tus pecados quedan perdonados» (Mc 2, 5). Al obrar así, muestra que quiere sanar, ante todo, el espíritu. El paralítico es imagen de todo ser humano al que el pecado impide moverse libremente, caminar por la senda del bien, dar lo mejor de sí.

En efecto, el mal, anidando en el alma, ata al hombre con los lazos de la mentira, la ira, la envidia y los demás pecados, y poco a poco lo paraliza. Por eso Jesús, suscitando el escándalo de los escribas presentes, dice primero:  «Tus pecados quedan perdonados», y sólo después, para demostrar la autoridad que le confirió Dios de perdonar los pecados, añade:  «Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa» (Mc 2, 11), y lo sana completamente.

El mensaje es claro:  el hombre, paralizado por el pecado, necesita la misericordia de Dios, que Cristo vino a darle, para que, sanado en el corazón, toda su existencia pueda renovarse.

También hoy la humanidad lleva en sí los signos del pecado, que le impide progresar con agilidad en los valores de fraternidad, justicia y paz, a pesar de sus propósitos hechos en solemnes declaraciones. ¿Por qué? ¿Qué es lo que entorpece su camino? ¿Qué es lo que paraliza este desarrollo integral? Sabemos bien que, en el plano histórico, las causas son múltiples y el problema es complejo. Pero la palabra de Dios nos invita a tener una mirada de fe y a confiar, como las personas que llevaron al paralítico, a quien sólo Jesús puede curar verdaderamente.

La opción de fondo de mis predecesores, especialmente del amado Juan Pablo II, fue guiar a los hombres de nuestro tiempo hacia Cristo Redentor para que, por intercesión de María Inmaculada, volviera a sanarlos. También yo he escogido proseguir por este camino. De modo particular, con mi primera encíclica, Deus caritas est, he querido indicar a los creyentes y al mundo entero a Dios como fuente de auténtico amor. Sólo el amor de Dios puede renovar el corazón del hombre, y la humanidad paralizada sólo puede levantarse y caminar si sana en el corazón. El amor de Dios es la verdadera fuerza que renueva al mundo.

Invoquemos juntos la intercesión de la Virgen María para que todos los hombres se abran al amor misericordioso de Dios, y así la familia humana pueda sanar en profundidad de los males que la afligen.


Después del Ángelus

Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española, así como a los que participan en esta oración mariana a través de la radio y la televisión. Como el paralítico del Evangelio, os animo a acercaros con decisión y confianza al amor y a la misericordia de Jesús, el único que puede perdonar los pecados y devolver la alegría y la paz a nuestros corazones. ¡Feliz domingo!

04/02/2007 – ÁNGELUS

BENEDICTO XVI

ÁNGELUS

Pope Benedict XVI addresses pilgrims gat

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Domingo 4 de febrero de 2007

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy se celebra en Italia la Jornada por la vida, promovida por la Conferencia episcopal sobre el tema:  «Amar y desear la vida». Saludo cordialmente a todos los que se han reunido en la plaza de San Pedro para testimoniar su compromiso en apoyo de la vida, desde la concepción hasta su fin natural. Me uno a los obispos italianos para renovar el llamamiento hecho en numerosas ocasiones también por mis venerados predecesores a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, a fin de que acojan el grande y misterioso don de la vida.

La vida, que es obra de Dios, no se debe negar a nadie, ni siquiera al más pequeño e indefenso de los niños por nacer, mucho menos cuando tiene graves discapacidades. Al mismo tiempo, haciéndome eco de los pastores de la Iglesia que está en Italia, invito a no caer en el engaño de pensar que se puede disponer de la vida hasta el punto de «legitimar su interrupción con la eutanasia, quizá disfrazándola con un velo de piedad humana».

En nuestra diócesis de Roma comienza hoy la «Semana de la vida y de la familia», ocasión importante para orar y reflexionar sobre la familia, que es «cuna» de la vida y de toda vocación. Sabemos bien que la familia fundada en el matrimonio constituye el ambiente natural para el nacimiento y la educación de los hijos y, por tanto, para garantizar el futuro de toda la humanidad. Pero sabemos también que está marcada por una profunda crisis y hoy debe afrontar múltiples desafíos.

Por tanto, es preciso defenderla, ayudarla, tutelarla y valorarla en su unicidad irrepetible. Aunque este compromiso corresponde en primer lugar a los esposos, también es un deber prioritario de la Iglesia y de todas las instituciones públicas sostener a la familia con iniciativas pastorales y políticas que tengan en cuenta las necesidades reales de los cónyuges, de los ancianos y de las nuevas generaciones.

Asimismo, un clima familiar sereno, iluminado por la fe y por el santo temor de Dios, favorece el nacimiento y el florecimiento de vocaciones al servicio del Evangelio. No sólo me refiero a los que están llamados a seguir a Cristo en el camino del sacerdocio, sino también a todos los religiosos, las religiosas y las personas consagradas, que recordamos el viernes pasado en la «Jornada mundial de la vida consagrada».

Queridos hermanos y hermanas, oremos para que, con un esfuerzo constante en favor de la vida y de la institución familiar, nuestras comunidades sean lugares de comunión y de esperanza donde se renueve, aun en medio de tantas dificultades, el gran «sí» al amor auténtico y a la realidad del hombre y de la familia según el proyecto originario de Dios.

Pidamos al Señor, por intercesión de María santísima, que crezca el respeto por el carácter sagrado de la vida, se tome cada vez mayor conciencia de las verdaderas exigencias familiares y aumente el número de quienes contribuyen a realizar en el mundo la civilización del amor.


Después del Ángelus

Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española aquí presentes, así como a los que participan en esta oración mariana a través de la radio y la televisión. Pidamos a la Virgen María que nos ayude a responder con generosidad a la llamada de Cristo, para que lleguemos a ser verdaderos apóstoles y testigos del evangelio de la salvación para todos los hombres. ¡Feliz domingo!

03/02/2007 – DISCURSO CON MOTIVO DEL 60 ANIVERSARIO DE LA CONSTITUCIÓN APOSTÓLICA «PROVIDA MATER ECCLESIA»

DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
CON MOTIVO DEL 60 ANIVERSARIO
DE LA CONSTITUCIÓN APOSTÓLICA
«PROVIDA MATER ECCLESIA»

Pope Benedict XVI smiles during his week

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Sala Clementina
Sábado 3 de febrero de 2007

Queridos hermanos y hermanas:

Me alegra estar hoy entre vosotros, miembros de los institutos seculares, con quienes me encuentro por primera vez después de mi elección a la Cátedra del apóstol san Pedro. Os saludo a todos con afecto. Saludo al cardenal Franc Rodé, prefecto de la Congregación para los institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica, y le agradezco las palabras de filial devoción y cercanía espiritual que me ha dirigido, también en nombre vuestro.

Saludo al cardenal Cottier y al secretario de vuestra Congregación. Saludo a la presidenta de la Conferencia mundial de institutos seculares, que se ha hecho intérprete de los sentimientos y de las expectativas de todos vosotros, que habéis venido de diferentes países, de todos los continentes, para celebrar un Simposio internacional sobre la constitución apostólica Provida Mater Ecclesia.

Como ya se ha dicho, han pasado sesenta años desde aquel 2 de febrero de 1947, cuando mi predecesor Pío XII promulgó esa constitución apostólica, dando así una configuración teológico-jurídica a una experiencia preparada en los decenios anteriores, y reconociendo que los institutos seculares son uno de los innumerables dones con que el Espíritu Santo acompaña el camino de la Iglesia y la renueva en todos los siglos.

Ese acto jurídico no representó el punto de llegada, sino más bien el punto de partida de un camino orientado a delinear una nueva forma de consagración: la de fieles laicos y presbíteros diocesanos, llamados a vivir con radicalismo evangélico precisamente la secularidad en la que están inmersos en virtud de la condición existencial o del ministerio pastoral.

Pope Benedict XVI waves to the faithful

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Os encontráis hoy aquí para seguir trazando el recorrido iniciado hace sesenta años, en el que sois portadores cada vez más apasionados del sentido del mundo y de la historia en Cristo Jesús. Vuestro celo nace de haber descubierto la belleza de Cristo, de su modo único de amar, encontrar, sanar la vida, alegrarla, confortarla. Y esta belleza es la que vuestra vida quiere cantar, para que vuestro estar en el mundo sea signo de vuestro estar en Cristo.

En efecto, lo  que hace que vuestra inserción en las vicisitudes humanas constituya un lugar teológico es el misterio de la Encarnación:  «Tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo único» (Jn 3, 16). La obra de la salvación no se llevó a cabo en contraposición con la historia de los hombres, sino dentro y a través de ella. Al respecto dice la carta a los Hebreos:  «Muchas veces y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros padres por medio de los profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo» (Hb 1, 1-2). El mismo acto redentor se realizó en el contexto del tiempo y de la historia, y se caracterizó como obediencia al plan de Dios inscrito en la obra salida de sus manos.

El mismo texto de la carta a los Hebreos, texto inspirado, explica:  «Dice primero:  «Sacrificios y oblaciones y holocaustos y sacrificios por el pecado no los quisiste ni te agradaron» —cosas todas ofrecidas conforme a la Ley—; luego añade:  «He aquí que vengo a hacer tu voluntad»» (Hb 10, 8-9). Estas palabras del Salmo, que la carta a los Hebreos ve expresadas en el diálogo intratrinitario, son palabras del Hijo que dice al Padre:  «He aquí que vengo a hacer tu voluntad». Así se realiza la Encarnación:  «He aquí que vengo a hacer tu voluntad». El Señor nos implica en sus palabras, que se convierten en nuestras:  «He aquí que vengo, con el Señor, con el Hijo, a hacer tu voluntad».

De este modo se delinea con claridad el camino de vuestra santificación:  la adhesión oblativa al plan salvífico manifestado en la Palabra revelada, la solidaridad con la historia, la búsqueda de la voluntad del Señor inscrita en las vicisitudes humanas gobernadas por su providencia. Y, al mismo tiempo, se descubren los caracteres de la misión secular:  el testimonio de las virtudes humanas, como «la justicia, la paz y el gozo» (Rm 14, 17), la «conducta ejemplar» de la que habla san Pedro en su primera carta (cf. 1 P 2, 12), haciéndose eco de las palabras del Maestro:  «Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos» (Mt 5, 16).

Además, forma parte de la misión secular el esfuerzo por construir una sociedad que reconozca en los diversos ámbitos la dignidad de la persona y los valores irrenunciables para su plena realización:  la política, la economía, la educación, el compromiso por la salud pública, la gestión de los servicios, la investigación científica, etc. Toda realidad propia y específica que vive el cristiano, su trabajo y sus intereses concretos, aun conservando su consistencia relativa, tienen como fin último ser abrazados por la misma finalidad por la cual el Hijo de Dios entró en el mundo.

Por consiguiente, sentíos implicados en todo dolor, en toda injusticia, así como en toda búsqueda de la verdad, de la belleza y de la bondad, no porque tengáis la solución de todos los problemas, sino porque toda circunstancia en la que el hombre vive y muere constituye para vosotros una ocasión de testimoniar la obra salvífica de Dios. Esta es vuestra misión. Vuestra consagración pone de manifiesto, por un lado, la gracia particular que os viene del Espíritu para la realización de la vocación; y, por otro, os compromete a una docilidad total de mente, de corazón y de voluntad, al proyecto de Dios Padre revelado en Cristo Jesús, a cuyo seguimiento radical estáis llamados.

Pope Benedict XVI smiles in the Aula Pao

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Todo encuentro con Cristo exige un profundo cambio de mentalidad, pero para algunos, como es vuestro caso, la petición del Señor es particularmente exigente:  dejarlo todo, porque Dios es todo y será todo en vuestra vida. No se trata simplemente de un modo diverso de relacionaros con Cristo y de expresar vuestra adhesión a él, sino de una elección de Dios que, de modo estable, exige de vosotros una confianza absolutamente total en él.

Configurar la propia vida a la de Cristo de acuerdo con estas palabras, configurar la propia vida a la de Cristo a través de la práctica de los consejos evangélicos, es una nota fundamental y vinculante que, en su especificidad, exige compromisos y gestos concretos, propios de «alpinistas del espíritu», como os llamó el venerado Papa Pablo VI (Discurso a los participantes en el I Congreso internacional de Institutos seculares, 26 de septiembre de 1970:  L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 18 de octubre de 1970, p. 11).

El carácter secular de vuestra consagración, por un lado, pone de relieve los medios con los que os esforzáis por realizarla, es decir, los medios propios de todo hombre y mujer que viven en condiciones ordinarias en el mundo; y, por otro, la forma de su desarrollo, es decir, la de una relación profunda con los signos de los tiempos que estáis llamados a discernir, personal y comunitariamente, a la luz del Evangelio.

Personas autorizadas han considerado muchas veces que precisamente este discernimiento es vuestro carisma, para que podáis ser laboratorio de diálogo con el mundo, «el «laboratorio experimental» en el que la Iglesia verifique las modalidades concretas de sus relaciones con el mundo» (Pablo VI, Discurso a los responsables generales de los institutos seculares, 25 de agosto de 1976:  L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 5 de septiembre de 1976, p. 1)

De aquí deriva precisamente la continua actualidad de vuestro carisma, porque este discernimiento no debe realizarse desde fuera de la realidad, sino desde dentro, mediante una plena implicación. Eso se lleva a cabo por medio de las relaciones ordinarias que podéis entablar en el ámbito familiar y social, así como en la actividad profesional, en el entramado de las comunidades civil y eclesial. El encuentro con Cristo, el dedicarse a su seguimiento, abre de par en par e impulsa al encuentro con cualquiera, porque si Dios se realiza sólo en la comunión trinitaria, también el hombre encontrará su plenitud sólo en la comunión.

A vosotros no se os pide instituir formas particulares de vida, de compromiso apostólico, de intervenciones sociales, salvo las que pueden surgir en las relaciones personales, fuentes de riqueza profética. Ojalá que, como la levadura que hace fermentar toda la harina (cf. Mt 13, 33), así sea vuestra vida, a veces silenciosa y oculta, pero siempre positiva y estimulante, capaz de generar esperanza.

Por tanto, el lugar de vuestro apostolado es todo lo humano, no sólo dentro de la comunidad cristiana —donde la relación se entabla con la escucha de la Palabra y con la vida sacramental, de las que os alimentáis para sostener la identidad bautismal—, sino también dentro de la comunidad civil, donde la relación se realiza en la búsqueda del bien común, en diálogo con todos, llamados a testimoniar la antropología cristiana que constituye una propuesta de sentido en una sociedad desorientada y confundida por el clima multicultural y multirreligioso que la caracteriza.

Provenís de países diversos; también son diversas las situaciones culturales, políticas e incluso religiosas en las que vivís, trabajáis y envejecéis. En todas buscad la Verdad, la revelación humana de Dios en la vida. Como sabemos, es un camino largo, cuyo presente es inquieto, pero cuya meta es segura.

Pope Benedict XVI blesses the faithful i

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Anunciad la belleza de Dios y de su creación. A ejemplo de Cristo, sed obedientes por amor, hombres y mujeres de mansedumbre y misericordia, capaces de recorrer los caminos del mundo haciendo sólo el bien. En el centro de vuestra vida poned las Bienaventuranzas, contradiciendo la lógica humana, para manifestar una confianza incondicional en Dios, que quiere que el hombre sea feliz.

La Iglesia os necesita también a vosotros para cumplir plenamente su misión. Sed semilla de santidad arrojada a manos llenas en los surcos de la historia. Enraizados en la acción gratuita y eficaz con que el Espíritu del Señor está guiando las vicisitudes humanas, dad frutos de fe auténtica, escribiendo con vuestra vida y con vuestro testimonio parábolas de esperanza, escribiéndolas con las obras sugeridas por la «creatividad de la caridad» (Novo millennio ineunte, 50).

Con estos deseos, a la vez que os aseguro mi constante oración, para sostener vuestras iniciativas de apostolado y de caridad os imparto una especial bendición apostólica.