Archivo de la categoría: AUDIENCIAS GENERALES

23/08/2009 – ÁNGELUS

BENEDICTO XVI

ÁNGELUS

Castelgandolfo,
Domingo 23 de agosto de 2009

«Vídeo en Italiano»

Queridos hermanos y hermanas:

Veis la mano ya libre de la escayola, pero todavía un poco perezosa; por algún tiempo debo continuar en una «escuela de paciencia», ¡pero seguimos adelante!

Desde hace algunos domingos, como sabéis, la liturgia propone a nuestra reflexión el capítulo VI del evangelio de san Juan, en el que Jesús se presenta como el «pan de la vida bajado del cielo» y añade: «Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo» (Jn 6, 51). A los judíos que discuten ásperamente entre sí preguntándose: «¿Cómo puede este darnos a comer su carne?» (v. 52) —y el mundo sigue discutiendo—, Jesús recalca en todo tiempo:«Si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros» (v. 53); motivo también para que reflexionemos si hemos entendido realmente este mensaje. Hoy, XXI domingo del tiempo ordinario, meditamos la parte conclusiva de este capítulo, en el que el cuarto evangelista refiere la reacción de la gente y de los discípulos mismos, escandalizados por las palabras del Señor, hasta el punto de que muchos, después de haberlo seguido hasta entonces, exclaman: «¡Es duro este lenguaje! ¿Quién puede escucharlo?» (v. 60). Desde ese momento «muchos de sus discípulos se volvieron atrás y ya no andaban con él» (v. 66), y lo mismo sucede continuamente en distintos períodos de la historia. Se podría esperar que Jesús buscara arreglos para hacerse comprender mejor, pero no atenúa sus afirmaciones; es más, se vuelve directamente a los Doce diciendo: «¿También vosotros queréis marcharos?» (v. 67).

Esta provocadora pregunta no se dirige sólo a los interlocutores de entonces, sino que llega a los creyentes y a los hombres de toda época. También hoy no pocos se «escandalizan» ante la paradoja de la fe cristiana. La enseñanza de Jesús parece «dura», demasiado difícil de acoger y poner en práctica. Hay entonces quien la rechaza y abandona a Cristo; hay quien intenta «adaptar» su palabra a las modas de los tiempos desnaturalizando su sentido y valor. «¿También vosotros queréis marcharos?». Esta inquietante provocación resuena en nuestro corazón y espera de cada uno una respuesta personal; es una pregunta dirigida a cada uno de nosotros. Jesús no se conforma con una pertenencia superficial y formal, no le basta con una primera adhesión entusiasta; al contrario, es necesario tomar parte durante toda la vida «en su pensar y en su querer». Seguirlo llena el corazón de alegría y da pleno sentido a nuestra existencia, pero implica dificultades y renuncias porque con mucha frecuencia se debe ir a contracorriente.

«¿También vosotros queréis marcharos?». A la pregunta de Jesús, Pedro responde en nombre de los Apóstoles, de los creyentes de todos los siglos: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios» (vv. 68-69). Queridos hermanos y hermanas, también nosotros podemos y queremos repetir en este momento la respuesta de Pedro, ciertamente conscientes de nuestra fragilidad humana, de nuestros problemas y dificultades, pero confiando en la fuerza del Espíritu Santo, que se expresa y se manifiesta en la comunión con Jesús. La fe es don de Dios al hombre y es, al mismo tiempo, confianza libre y total del hombre en Dios; la fe es escucha dócil de la palabra del Señor, que es «lámpara» para nuestros pasos y «luz» en nuestro camino (cf. Sal 119, 105). Si abrimos con confianza el corazón a Cristo, si nos dejamos conquistar por él, podemos experimentar también nosotros, como por ejemplo el santo cura de Ars, que «nuestra única felicidad en esta tierra es amar a Dios y saber que él nos ama». Pidamos a la Virgen María que mantenga siempre viva en nosotros esta fe impregnada de amor, que hizo de ella, humilde muchacha de Nazaret, la Madre de Dios y madre y modelo de todos los creyentes.


Después del Ángelus

Queridos amigos: hoy se ha abierto en Rímini la XXX edición del «Meeting para la amistad entre los pueblos», que este año tiene como título «Conocer es siempre un acontecimiento». Al dirigir un cordial saludo a cuantos participan en esta significativa cita, deseo que sea ocasión propicia para comprender que «conocer no es sólo un acto material, porque … en todo conocimiento y acto de amor, el alma del hombre experimenta un «más» que se asemeja mucho a un don recibido, a una altura a la que se nos lleva» (Caritas in veritate, 77).

(En lengua francesa)
En medio de las transformaciones del mundo, la liturgia de hoy nos invita a elegir, a discernir lo que nos hace vivir. Por eso, es indispensable que nos apoyemos en la Palabra de Cristo porque es espíritu y vida. Antes de reanudar nuestras actividades habituales, os invito, en este final del mes de agosto, a dedicar tiempo a meditar la Palabra de Dios y a alimentaros de la Eucaristía, fuente y culmen de toda vida. Que Dios os bendiga.

(En lengua alemana)
La fe significa optar, o sea, decir totalmente sí a Jesucristo y a su mensaje. Quien cree en Cristo, quien confía en él y se deja guiar por sus palabras, puede decir con Pedro, según el Evangelio de hoy: «Señor, tú tienes palabras de vida eterna». Sí; la palabra de Jesús es verdaderamente espíritu y vida, vida divina para nosotros. Queremos renovar cada día nuestra decisión por Cristo y contribuir a que los hombres reconozcan a Aquel que quiere donar a todos salvación y vida. Que la gracia de Dios os acompañe este domingo y toda la semana.

(En lengua española)
El Evangelio de hoy nos trae las palabras de Simón Pedro a Jesús: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna». A todos os invito a renovar vuestra entrega a Cristo para que, encontrando en él la fuente de la verdadera vida, deis testimonio de su amor ante el mundo. Gracias por vuestra visita y feliz domingo.

(En lengua polaca)
En el Evangelio de hoy el Señor Jesús dice a los discípulos: «Hay entre vosotros algunos que no creen» (Jn 6, 64). En este Año sacerdotal pidamos en la oración que los sacerdotes, que a ejemplo de Pedro y de los Apóstoles «han creído y han reconocido que Cristo es el Santo de Dios» (Jn 6, 69), fortalezcan con el testimonio de su vida a cuantos dudan. Que todos experimenten, gracias a su ministerio, el don de la conversión y de la renovación del corazón.

16/08/2006 – SOLEMNIDAD DE LA ASUNCIÓN DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA

BENEDICTO XVI

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 16 de agosto de 2006

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SOLEMNIDAD DE LA ASUNCIÓN DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA

Queridos hermanos y hermanas:

Nuestro tradicional encuentro semanal del miércoles se realiza hoy todavía en el clima de la solemnidad de la Asunción de la santísima Virgen María. Por tanto, quisiera invitaros a dirigir la mirada, una vez más, a nuestra Madre celestial, que ayer la liturgia nos hizo contemplar triunfante con Cristo en el cielo.

Es una fiesta muy arraigada en el pueblo cristiano, ya desde los primeros siglos del cristianismo. Como es sabido, en ella se celebra la glorificación, también corporal, de la criatura que Dios se escogió como Madre y que Jesús en la cruz dio como Madre a toda la humanidad.

La Asunción evoca un misterio que nos afecta a cada uno de nosotros, porque, como afirma el Concilio Vaticano II, María «brilla ante el pueblo de Dios en marcha como señal de esperanza cierta y de consuelo» (Lumen gentium, 68). Ahora bien, estamos tan inmersos en las vicisitudes de cada día, que a veces olvidamos esta consoladora realidad espiritual, que constituye una importante verdad de fe.

Entonces, ¿cómo hacer que todos nosotros y la sociedad actual percibamos cada vez más esta señal luminosa de esperanza? Hay quienes viven como si no tuvieran que morir o como si todo se acabara con la muerte; algunos se comportan como si el hombre fuera el único artífice de su propio destino, como si Dios no existiera, llegando en ocasiones incluso a negar que haya espacio para él en nuestro mundo.

Sin embargo, los grandes progresos de la técnica y de la ciencia, que han mejorado notablemente la condición de la humanidad, dejan sin resolver los interrogantes más profundos del alma humana. Sólo la apertura al misterio de Dios, que es Amor, puede colmar la sed de verdad y felicidad de nuestro corazón. Sólo la perspectiva de la eternidad puede dar valor auténtico a los acontecimientos históricos y sobre todo al misterio de la fragilidad humana, del sufrimiento y de la muerte.

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Contemplando a María en la gloria celestial, comprendemos que tampoco para nosotros la tierra es una patria definitiva y que, si vivimos orientados hacia los bienes eternos, un día compartiremos su misma gloria y así se hace más hermosa también la tierra. Por esto, aun entre las numerosas dificultades diarias, no debemos perder la serenidad y la paz.

La señal luminosa de la Virgen María elevada al cielo brilla aún más cuando parecen acumularse en el horizonte sombras tristes de dolor y violencia. Tenemos la certeza de que desde lo alto María sigue nuestros pasos con dulce preocupación, nos tranquiliza en los momentos de oscuridad y tempestad, nos serena con su mano maternal. Sostenidos por esta certeza, prosigamos confiados nuestro camino de compromiso cristiano adonde nos lleva la Providencia. Sigamos adelante en nuestra vida guiados por María. ¡Gracias!


Saludos

(En francés)

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua francesa presentes esta mañana. Que la santísima Virgen María, cuya Asunción celebramos ayer, sea para vosotros y para todo el pueblo de Dios «señal de esperanza segura y de consuelo» (Lumen gentium, 68). Que en este mundo, marcado por la fragilidad humana, el sufrimiento y la muerte, nuestra Madre del cielo os ayude a penetrar cada vez más a fondo en el misterio de Dios, que es Amor, el único capaz de apagar la sed de verdad, de felicidad y de eternidad de vuestro corazón.

(En inglés)

Me alegra saludar a todos los peregrinos y visitantes de lengua inglesa presentes en esta audiencia, y en particular a los monaguillos de Malta y a los grupos de Inglaterra, Irlanda, Canadá, Nigeria y Estados Unidos. Ayer contemplamos la Asunción de la Virgen María al cielo. Este misterio nos recuerda que nuestra patria definitiva no radica aquí en la tierra, y que nuestro anhelo de felicidad sólo se colmará plenamente en la bienaventuranza eterna. Nuestra Madre del cielo, que nos guía en nuestro camino, nos ayude a afrontar con valentía y esperanza las dificultades de cada día. Os deseo una estancia feliz. Que Dios os bendiga a todos.

(En alemán)

Doy una cordial bienvenida a Castelgandolfo a todos los peregrinos y grupos de los países de lengua alemana. Entre los diversos grupos de peregrinos procedentes de Alemania saludo en particular a la comunidad de Pentling, cerca de Ratisbona, así como a la delegación de la comunidad de Corciano, hermanada con ella. A todos vosotros, queridos hermanos y hermanas, os deseo de corazón unas santas y regeneradoras vacaciones aquí en Italia. Que Dios, Señor de nuestra vida, os acompañe con su amor y su gracia en todos vuestros caminos.

(En castellano)

Queridos hermanos y hermanas de lengua española, recordando la festividad de ayer, la Asunción de la Virgen María, la contemplamos triunfante con Cristo en el cielo. Esta celebración evoca un misterio que afecta a cada uno de nosotros. Como enseña el concilio Vaticano II, María «brilla ante el pueblo de Dios en marcha, como señal de esperanza y de consuelo» (Lumen gentium, 68). Sólo la apertura a la eternidad y al misterio de Dios, que es Amor, puede colmar la sed de verdad y felicidad de nuestro corazón. María, que sigue nuestros pasos, nos ayuda con su mano materna, especialmente en las dificultades diarias y las situaciones de dolor o violencia. Así podemos seguir confiados en nuestro camino cristiano. Gracias por vuestra atención.

(En portugués)

Saludo a los grupos de lengua portuguesa que han venido de Brasil y de Portugal. Os invito a dirigir la mirada a nuestra madre celestial, dando gracias a Dios porque ayer la liturgia nos ayudó a contemplarla triunfante con Cristo en el cielo. Con mi bendición apostólica.

(En polaco)

Saludo a los polacos aquí presentes. Este encuentro se realiza aún en el clima de la solemnidad de la Asunción de la santísima Virgen María. Es un misterio que nos afecta a cada uno de nosotros, porque indica que la gloria del cielo, en la que nos espera nuestra Madre llena de amor, es nuestro último destino. Que nuestras preocupaciones diarias no oscurezcan esta consoladora realidad espiritual. Mantengamos vivo en nosotros el deseo del encuentro con nuestra Madre y con su Hijo en la casa del Padre.

(En ucranio)

Quisiera saludar también, en particular a los peregrinos que han venido de Ucrania. ¡Gracias!

(En italiano)

Dirijo un cordial saludo a los peregrinos de lengua italiana, en particular a las Hermanitas de la Sagrada Familia y a las Misioneras Hijas del Calvario, que en estos días celebran sus respectivos capítulos generales, así como a las Hijas de la Cruz de San Andrés y a las Hermanas de la Santa Cruz.

Por último saludo cordialmente a todos los peregrinos reunidos en la plaza de San Pedro, en Roma. Extiendo mi saludo a todos los jóvenes presentes, -y son muchos; aquí todos nos sentimos rejuvenecidos-, a los enfermos y a los recién casados. Queridos hermanos, la luz de Cristo, que ayer contemplamos reflejada en María santísima elevada al cielo, ilumine siempre vuestra vida y la haga fecunda en frutos de bien.

Quisiera concluir nuestro encuentro recordando en particular al hermano Roger Schutz, fundador de Taizé asesinado precisamente hace un año, el 16 de agosto del año pasado durante la oración de la tarde. Su testimonio de fe y de diálogo ecuménico fue una enseñanza valiosa para muchas generaciones de jóvenes. Pidamos al Señor que el sacrificio de su vida contribuya a consolidar el compromiso de paz y solidaridad de todos los que se preocupan por el futuro de la humanidad. Concluyamos como siempre esta audiencia con el canto común del padrenuestro.

02/08/2006 – LOS APÓSTOLES, AMIGOS DE JESÚS

BENEDICTO XVI

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 2 de agosto de 2006

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Peregrinación europea de monaguillos

Queridos hermanos y hermanas:

¡Gracias por vuestra acogida! Os saludo a todos con gran afecto. Después de la pausa debida a mi estancia en el Valle de Aosta, hoy reanudo las audiencias generales. Y las reanudo con una audiencia realmente especial, porque tengo la alegría de acoger a la gran peregrinación europea de monaguillos. Queridos muchachos y jóvenes, ¡bienvenidos!

Dado que la mayoría de los monaguillos que se han dado cita en esta plaza son de lengua alemana, me dirigiré en primer lugar a ellos en mi lengua materna.

Queridos monaguillos, me alegra que mi primera audiencia después de mis vacaciones en los Alpes sea con vosotros, y os saludo con afecto a cada uno. Agradezco al obispo auxiliar de Basilea, monseñor Martin Gächter, las palabras con que, en calidad de presidente de Coetus internationalis ministrantium, ha introducido la audiencia, y agradezco el pañuelo, gracias al cual he vuelto a ser un monaguillo. Hace más de 70 años, en 1935, comencé a ser monaguillo; por tanto, he recorrido un largo itinerario por este camino.

Saludo cordialmente al cardenal Christoph Schönborn, que ayer os celebró la santa misa, y a los numerosos obispos y sacerdotes provenientes de Alemania, Austria, Suiza y Hungría. A vosotros, queridos monaguillos, quiero ofreceros, brevemente, dado que hace calor, un mensaje que os acompañe en vuestra vida y en vuestro servicio a la Iglesia. Para ello, deseo continuar el tema que estoy tratando en las catequesis de estos meses. Quizá algunos de vosotros sepáis que en las audiencias generales de los miércoles estoy presentando las figuras de los Apóstoles: en primer lugar, Simón, al que el Señor dio el nombre de Pedro; su hermano Andrés; luego otros dos hermanos, Santiago, llamado «el Mayor», primer mártir entre los Apóstoles, y Juan, el teólogo, el evangelista; por último, Santiago, llamado «el Menor». Seguiré presentando a cada uno de los Apóstoles en las próximas audiencias, en las que, por decirlo así, la Iglesia se hace personal.

Hoy reflexionamos sobre un tema común: ¿qué tipo de personas eran los Apóstoles? En pocas palabras, podríamos decir que eran «amigos» de Jesús. Él mismo los llamó así en la última Cena, diciéndoles: «Ya no os llamo siervos, sino amigos» (Jn 15, 15). Fueron, y pudieron ser, apóstoles y testigos de Cristo porque eran sus amigos, porque lo conocían a partir de la amistad, porque estaban cerca de él. Estaban unidos con un vínculo de amor vivificado por el Espíritu Santo.
Desde esta perspectiva podemos entender el tema de vuestra peregrinación: «Spiritus vivificat».

El Espíritu, el Espíritu Santo, es quien vivifica. Es él quien vivifica vuestra relación con Jesús, de modo que no sea sólo exterior: «sabemos que existió y que está presente en el Sacramento», pero la transforma en una relación íntima, profunda, de amistad realmente personal, capaz de dar sentido a la vida de cada uno de vosotros. Y puesto que lo conocéis, y lo conocéis en la amistad, podréis dar testimonio de él y llevarlo a las demás personas.

Hoy, al veros aquí, delante de mí en la plaza de San Pedro, pienso en los Apóstoles y oigo la voz de Jesús que os dice: «Ya no os llamo siervos, sino amigos; permaneced en mi amor, y daréis mucho fruto» (cf. Jn 15, 9. 16). Os invito: escuchad esta voz. Cristo no lo dijo sólo hace 2000 años; él vive y os lo dice a vosotros ahora. Escuchad esta voz con gran disponibilidad; tiene algo que deciros a cada uno.

Tal vez a alguno de vosotros le dice: «Quiero que me sirvas de modo especial como sacerdote, convirtiéndote así en mi testigo, siendo mi amigo e introduciendo a otros en esta amistad». Escuchad siempre con confianza la voz de Jesús. La vocación de cada uno es diversa, pero Cristo desea hacer amistad con todos, como hizo con Simón, al que llamó Pedro, con Andrés, Santiago, Juan y los demás Apóstoles. Os ha dado su palabra y sigue dándoosla, para que conozcáis la verdad, para que sepáis cómo están verdaderamente las cosas para el hombre y, por tanto, para que sepáis cómo se debe vivir, cómo se debe afrontar la vida para que sea auténtica. Así, podréis ser sus discípulos y apóstoles, cada uno a su modo.

Queridos monaguillos, en realidad, vosotros ya sois apóstoles de Jesús. Cuando participáis en la liturgia realizando vuestro servicio del altar, dais a todos un testimonio. Vuestra actitud de recogimiento, vuestra devoción, que brota del corazón y se expresa en los gestos, en el canto, en las respuestas: si lo hacéis como se debe, y no distraídamente, de cualquier modo, entonces vuestro testimonio llega a los hombres.

El vínculo de amistad con Jesús tiene su fuente y su cumbre en la Eucaristía. Vosotros estáis muy cerca de Jesús Eucaristía, y este es el mayor signo de su amistad para cada uno de nosotros. No lo olvidéis; y por eso os pido: no os acostumbréis a este don, para que no se convierta en una especie de rutina, sabiendo cómo funciona y haciéndolo automáticamente; al contrario, descubrid cada día de nuevo que sucede algo grande, que el Dios vivo está en medio de nosotros y que podéis estar cerca de él y ayudar para que su misterio se celebre y llegue a las personas.

Si no caéis en la rutina y realizáis vuestro servicio con plena conciencia, entonces seréis verdaderamente sus apóstoles y daréis frutos de bondad y de servicio en todos los ámbitos de vuestra vida: en la familia, en la escuela, en el tiempo libre. El amor que recibís en la liturgia llevadlo a todas las personas, especialmente a aquellas a quienes os dais cuenta de que les falta el amor, que no reciben bondad, que sufren y están solas. Con la fuerza del Espíritu Santo, esforzaos por llevar a Jesús precisamente a las personas marginadas, a las que no son muy amadas, a las que tienen problemas. Precisamente a esas personas, con la fuerza del Espíritu Santo, debéis llevar a Jesús. Así, el Pan que veis partir sobre el altar se compartirá y multiplicará aún más, y vosotros, como los doce Apóstoles, ayudaréis a Jesús a distribuirlo a la gente de hoy, en las diversas situaciones de la vida. Así, queridos monaguillos, mi última recomendación a vosotros es: ¡sed siempre amigos y apóstoles de Jesucristo!


Saludos

(En italiano)

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua italiana, entre los que me complace dar la bienvenida a los participantes en el campeonato mundial de twirling y al grupo que realiza la peregrinación en bicicleta de Lurago d’Erba a Jerusalén, organizado por la Obra de don Guanella. Quiera Dios que esta iniciativa contribuya a la causa de la paz en Tierra Santa, duramente probada por los acontecimientos bélicos de estos días.

Me dirijo ahora, en particular, a los numerosos monaguillos. Queridos muchachos, también a vosotros, como a los Apóstoles, Jesús os dice: «Os he llamado amigos» (Jn 15, 15). La amistad con Jesús es el don más hermoso de la vida, y vosotros tenéis la alegría de renovarlo cada vez que desempeñáis el servicio en la liturgia. Permaneced siempre fieles a esta amistad, leyendo y meditando el Evangelio, alimentándoos de la Eucaristía y dedicando tiempo a la adoración de Cristo ante el sagrario. Así seréis auténticos discípulos del Señor, dispuestos a responder con alegría y confianza a su vocación, especialmente si os invita a dejarlo todo para ser con él «pescadores de hombres» (cf. Mc 1, 17). Queridos acólitos, estad seguros de que pido por vosotros, para que seáis siempre amigos y apóstoles de Jesús.

(En francés)

Queridos peregrinos de lengua francesa, os saludo a todos con afecto. Después de un tiempo de descanso en el Valle de Aosta, tengo la alegría de acoger a la peregrinación europea de monaguillos. Querido jóvenes, quisiera dirigiros un mensaje que podrá acompañaros en vuestra vida y en vuestro servicio. Los Apóstoles fueron testigos de Jesús porque eran sus «amigos». También vosotros sois ya apóstoles de Jesús. Cuando participáis en la liturgia, prestando vuestro servicio del altar, dais a todos un testimonio. Vuestra actitud de oración, que brota del corazón y se manifiesta mediante los gestos, el canto y vuestra participación, ya es apostolado. Estáis muy cerca de Jesús Eucaristía, que es el mayor signo de su amistad por nosotros. Valorad siempre su gran amor y su cercanía. Queridos monaguillos, ¡sed siempre amigos y apóstoles de Jesús!

(En húngaro)

Saludo con afecto a los fieles húngaros, especialmente a los monaguillos, presentes en gran número, en representación de todas las diócesis. El servicio del altar es al mismo tiempo un testimonio y un apostolado. Sed testigos de Cristo junto al altar y en vuestra vida. De corazón os bendigo. ¡Alabado sea Jesucristo!

(En inglés)

Doy la bienvenida a todos los peregrinos de lengua inglesa, entre ellos los grupos de Escocia e Irlanda, Asia, Noruega y Estados Unidos. Dirijo un saludo especial a los monaguillos de lengua inglesa: ojalá que, al servir en la misa, estéis cada vez más cerca de Cristo nuestro Señor. Sobre todos vosotros invoco abundantes bendiciones de Dios.

(En español)

Saludo a los peregrinos de lengua española. La amistad con Jesús es el más hermoso don de la vida. Lo he dicho hoy a los monaguillos y os lo digo también a vosotros, para que la cultivéis en la participación litúrgica y resplandezca en todas vuestras obras.

(En portugués)

Saludo también a los peregrinos de Brasil y Portugal, principalmente de la parroquia de Santa María la Mayor de Vila Real, aquí presentes, y a los acólitos y monaguillos que participan en esta audiencia. ¡Que Dios os bendiga!

(En polaco)

Saludo cordialmente a los peregrinos polacos, y de modo particular a los monaguillos que participan en la gran peregrinación europea. Sé que en Polonia son numerosos los jóvenes que prestan el servicio del altar. Les deseo a ellos, y especialmente a los que están aquí presentes, que sean siempre amigos y apóstoles de Cristo. A todos vosotros, a los monaguillos y a sus seres queridos imparto de corazón mi bendición.

(En italiano)

Dirijo ahora un saludo especial a los enfermos y a los recién casados aquí presentes. Que el amor de Cristo sea siempre para vosotros, queridos enfermos, fuente de consuelo y de paz; y os ayude a vosotros, queridos recién casados, a hacer cada día más sólida y profunda vuestra unión.

Llamamiento en favor de la paz en Oriente Próximo

Invito a todos a seguir rezando por la querida y martirizada región de Oriente Próximo. En nuestros ojos están impresas las escalofriantes imágenes de los cuerpos mutilados de numerosas personas, sobre todo niños -pienso, en particular, en Caná, Líbano-. Repito una vez más que nada puede justificar el derramamiento de sangre inocente, de cualquier parte de donde venga.

Con el corazón lleno de aflicción, renuevo una vez más un apremiante llamamiento para que cesen inmediatamente todas las hostilidades y todas las violencias, a la vez que exhorto a la comunidad internacional y a cuantos están implicados más directamente en esta tragedia a crear cuanto antes las condiciones para una solución política definitiva de la crisis, capaz de ofrecer un futuro más sereno y seguro a las generaciones futuras.

14/06/2006 – ANDRÉS, EL PROTÓCLITO

BENEDICTO XVI

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 14 de junio de 2006

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ANDRÉS, EL PROTÓCLITO

Queridos hermanos y hermanas:

En las últimas dos catequesis hemos hablado de la figura de san Pedro. Ahora, en la medida en que nos lo permiten las fuentes, queremos conocer un poco más de cerca también a los otros once Apóstoles. Por tanto, hoy hablamos del hermano de Simón Pedro, san Andrés, que también era uno de los Doce.

La primera característica que impresiona en Andrés es el nombre:  no es hebreo, como se podría esperar, sino griego, signo notable de que su familia tenía cierta apertura cultural. Nos encontramos en Galilea, donde la lengua y la cultura griegas están bastante presentes. En las listas de los Doce, Andrés ocupa el segundo lugar, como sucede en Mateo (Mt 10, 1-4) y en Lucas (Lc 6, 13-16), o el cuarto, como acontece en Marcos (Mc 3, 13-18) y en los Hechos de los Apóstoles (Hch 1, 13-14). En cualquier caso, gozaba sin duda de gran prestigio dentro de las primeras comunidades cristianas.

El vínculo de sangre entre Pedro y Andrés, así como la llamada común que les dirigió Jesús, son mencionados expresamente en los Evangelios:  «Mientras caminaba a orillas del mar de Galilea, Jesús vio a dos hermanos:  a Simón, llamado Pedro, y a su hermano Andrés, que echaban las redes al mar, porque eran pescadores. Entonces les dijo:  «Seguidme, y os haré pescadores de hombres»» (Mt 4, 18-19; Mc 1, 16-17). El cuarto evangelio nos revela otro detalle importante:  en un primer momento Andrés era discípulo de Juan Bautista; y esto nos muestra que era un hombre que buscaba, que compartía la esperanza de Israel, que quería conocer más de cerca la palabra del Señor, la realidad de la presencia del Señor.

Era verdaderamente un hombre de fe y de esperanza; y un día escuchó que Juan Bautista proclamaba a Jesús como «el cordero de Dios» (Jn 1, 36); entonces, se interesó y, junto a otro discípulo cuyo nombre no se menciona, siguió a Jesús, a quien Juan llamó «cordero de Dios». El evangelista refiere:  «Vieron dónde vivía y se quedaron con él» (Jn 1, 37-39).

Así pues, Andrés disfrutó de momentos extraordinarios de intimidad con Jesús. La narración continúa con una observación significativa:  «Uno de los dos que oyeron las palabras de Juan y siguieron a Jesús era Andrés, el hermano de Simón Pedro. Encontró él luego a su hermano Simón, y le dijo:  «Hemos hallado al Mesías», que quiere decir el Cristo, y lo condujo a Jesús» (Jn 1, 40-43), demostrando inmediatamente un espíritu apostólico fuera de lo común.

Andrés, por tanto, fue el primero de los Apóstoles en ser llamado a seguir a Jesús. Por este motivo la liturgia de la Iglesia bizantina le honra con el apelativo de «Protóklitos», que significa precisamente «el primer llamado». Y no cabe duda de que por la relación fraterna entre Pedro y Andrés, la Iglesia de Roma y la Iglesia de Constantinopla se sienten entre sí de modo especial como Iglesias hermanas. Para subrayar esta relación, mi predecesor el Papa Pablo VI, en 1964, restituyó la insigne reliquia de san Andrés, hasta entonces conservada en la basílica vaticana, al obispo metropolita ortodoxo de la ciudad de Patrás, en Grecia, donde, según la tradición, fue crucificado el Apóstol.

Las tradiciones evangélicas mencionan particularmente el nombre de Andrés en otras tres ocasiones, que nos permiten conocer algo más de este hombre. La primera es la de la multiplicación de los panes en Galilea, cuando en aquel aprieto Andrés indicó a Jesús que había allí un muchacho que tenía cinco panes de cebada y dos peces:  muy poco —constató— para tanta gente como se había congregado en aquel lugar (cf. Jn 6, 8-9). Conviene subrayar el realismo de Andrés:  notó al muchacho —por tanto, ya había planteado la pregunta:  «Pero, ¿qué es esto para tanta gente?» (Jn 6, 9)— y se dio cuenta de que los recursos no bastaban. Jesús, sin embargo, supo hacer que fueran suficientes para la multitud de personas que habían ido a escucharlo.

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La segunda ocasión fue en Jerusalén. Al salir de la ciudad, un discípulo le mostró a Jesús el espectáculo de los poderosos muros que sostenían el templo. La respuesta del Maestro fue sorprendente:  dijo que de esos muros no quedaría piedra sobre piedra. Entonces Andrés, juntamente con Pedro, Santiago y Juan, le preguntó:  «Dinos cuándo sucederá eso y cuál será la señal de que todas estas cosas están para cumplirse» (cf. Mc 13, 1-4). Como respuesta a esta pregunta, Jesús pronunció un importante discurso sobre la destrucción de Jerusalén y sobre el fin del mundo, invitando a sus discípulos a leer con atención los signos del tiempo y a mantener siempre una actitud de vigilancia. De este episodio podemos deducir que no debemos tener miedo de plantear preguntas a Jesús, pero, a la vez, debemos estar dispuestos a acoger las enseñanzas, a veces sorprendentes y difíciles, que él nos da.

Los Evangelios nos presentan, por último, una tercera iniciativa de Andrés. El escenario es también Jerusalén, poco antes de la Pasión. Con motivo de la fiesta de la Pascua —narra san Juan— habían ido a la ciudad santa también algunos griegos, probablemente prosélitos o personas que tenían temor de Dios, para adorar al Dios de Israel en la fiesta de la Pascua. Andrés y Felipe, los dos Apóstoles con nombres griegos, hacen de intérpretes y mediadores de este pequeño grupo de griegos ante Jesús. La respuesta del Señor a su pregunta parece enigmática, como sucede con frecuencia en el evangelio de Juan, pero precisamente así se revela llena de significado. Jesús dice a los dos discípulos y, a través de ellos, al mundo griego:  «Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre. En verdad, en verdad os digo:  si el grano de trino no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere da mucho fruto» (Jn 12, 23-24).

¿Qué significan estas palabras en este contexto? Jesús quiere decir:  sí, mi encuentro con los griegos tendrá lugar, pero no se tratará de una simple y breve conversación con algunas personas, impulsadas sobre todo por la curiosidad. Con mi muerte, que se puede comparar a la caída en la tierra de un grano de trigo, llegará la hora de mi glorificación. De mi muerte en la cruz surgirá la gran fecundidad:  el «grano de trigo muerto» —símbolo de mí mismo crucificado— se convertirá, con la resurrección, en pan de vida para el mundo; será luz para los pueblos y las culturas. Sí, el encuentro con el alma griega, con el mundo griego, tendrá lugar en esa profundidad a la que hace referencia el grano de trigo que atrae hacia sí las fuerzas de la tierra y del cielo y se convierte en pan. En otras palabras, Jesús profetiza la Iglesia de los griegos, la Iglesia de los paganos, la Iglesia del mundo como fruto de su Pascua.

Según tradiciones muy antiguas, Andrés, que transmitió a los griegos estas palabras, no sólo fue el intérprete de algunos griegos en el encuentro con Jesús al que acabamos de referirnos; sino también el apóstol de los griegos en los años que siguieron a Pentecostés. Esas tradiciones nos dicen que durante el resto de su vida fue el heraldo y el intérprete de Jesús para el mundo griego. Pedro, su hermano, llegó a Roma desde Jerusalén, pasando por Antioquía, para ejercer su misión universal; Andrés, en cambio, fue el apóstol del mundo griego: así, tanto en la vida como en la muerte, se presentan como auténticos hermanos; una fraternidad que se expresa simbólicamente en la relación especial de las sedes de Roma y Constantinopla, Iglesias verdaderamente hermanas.

Una tradición sucesiva, a la que he aludido, narra la muerte de Andrés en Patrás, donde también él sufrió el suplicio de la crucifixión. Ahora bien, en aquel momento supremo, como su hermano Pedro, pidió ser colocado en una cruz distinta de la de Jesús. En su caso se trató de una cruz en forma de aspa, es decir, con los dos maderos cruzados en diagonal, que por eso se llama «cruz de san Andrés».

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Según un relato antiguo —inicios del siglo VI—, titulado «Pasión de Andrés», en esa ocasión el Apóstol habría pronunciado las siguientes palabras:  «¡Salve, oh Cruz, inaugurada por medio del cuerpo de Cristo, que te has convertido en adorno de sus miembros, como si fueran perlas preciosas! Antes de que el Señor subiera a ti, provocabas un miedo terreno. Ahora, en cambio, dotada de un amor celestial, te has convertido en un don. Los creyentes saben cuánta alegría posees, cuántos regalos tienes preparados. Por tanto, seguro y lleno de alegría, vengo a ti para que también tú me recibas exultante como discípulo de quien fue colgado de ti… ¡Oh cruz bienaventurada, que recibiste la majestad y la belleza de los miembros del Señor!… Tómame y llévame lejos de los hombres y entrégame a mi Maestro para que a través de ti me reciba quien por medio de ti me redimió. ¡Salve, oh cruz! Sí, verdaderamente, ¡salve!».

Como se puede ver, hay aquí una espiritualidad cristiana muy profunda que, en vez de considerar la cruz como un instrumento de tortura, la ve como el medio incomparable para asemejarse plenamente al Redentor, grano de trigo que cayó en tierra. Debemos aprender aquí una lección muy importante:  nuestras cruces adquieren valor si las consideramos y aceptamos como parte de la cruz de Cristo, si las toca el reflejo de su luz. Sólo gracias a esa cruz también nuestros sufrimientos quedan ennoblecidos y adquieren su verdadero sentido.

Así pues, que el apóstol Andrés nos enseñe a seguir a Jesús con prontitud (cf. Mt 4, 20; Mc 1, 18), a hablar con entusiasmo de él a aquellos con los que nos encontremos, y sobre todo a cultivar con él una relación de auténtica familiaridad, conscientes de que sólo en él podemos encontrar el sentido último de nuestra vida y de nuestra muerte.


Saludos

Pope Benedict XVI blesses pilgrims gathe

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Saludo a los peregrinos de España y América Latina, especialmente a los feligreses de las parroquias de San José de Utrera, San Miguel Arcángel de Lima y Emmanuel de Santiago de Chile. Como el apóstol Andrés, seguid a Cristo con prontitud, anunciadlo con entusiasmo, cultivad con él una relación de verdadera familiaridad, conscientes de que las cruces y los sufrimientos adquieren su verdadero sentido si se acogen como parte de la cruz de Cristo.

(En polaco)
En la víspera de la solemnidad del santísimo Cuerpo y Sangre del Señor dirijamos nuestro corazón a Cristo presente en el misterio de la Eucaristía. Con fe en sus palabras:  «Esto es mi Cuerpo… Esta es mi Sangre», acerquémonos a esta fuente de gracia, agradeciendo a Dios tan gran signo de su amor. Que la Comunión y la adoración eucarística nos santifiquen a todos.

(En lengua checa)
En este mes de junio pidamos a Jesús, que es manso y humilde de corazón, que transforme nuestro corazón según el suyo.

(En lengua croata)
Queridos hermanos, testimoniad vuestra fe visitando con frecuencia a nuestro Señor Jesucristo, presente en el Misterio en los sagrarios de las iglesias, para que, llenos de paz y amor, progreséis en la santidad.

(En italiano)
Dirijo, por último, un cordial saludo a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados aquí presentes. La fiesta del «Corpus Christi» es una ocasión propicia para profundizar la fe y el amor a la Eucaristía. Queridos jóvenes, alimentaos a menudo con el Cuerpo y la Sangre de Cristo, nuestro pan espiritual, y progresaréis por el camino de la santidad. Que la Eucaristía sea para vosotros, queridos enfermos, apoyo, luz y consuelo en la prueba y en el sufrimiento. Y vosotros, queridos recién casados, encontrad en este Sacramento la energía espiritual para vivir el gran amor que Cristo nos manifestó dándonos su Cuerpo y su Sangre.

Mañana, fiesta del «Corpus Christi», como todos los años, celebraremos a las siete de la tarde la santa misa en la plaza de San Juan de Letrán. Al final, seguirá la solemne procesión que, recorriendo la vía Merulana, concluirá en Santa María la Mayor. Invito a la comunidad cristiana a unirse a este acto de profunda fe en la Eucaristía, que constituye el tesoro más valioso de la Iglesia y de la humanidad.

07/06/2006 – PEDRO, LA ROCA SOBRE LA QUE CRISTO FUNDÓ SU IGLESIA

BENEDICTO XVI

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 7 de junio de 2006

Pope Benedict XVI wears an Italian alpin

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PEDRO, LA ROCA SOBRE LA QUE CRISTO FUNDÓ SU IGLESIA

Queridos hermanos y hermanas:

Reanudamos las catequesis semanales que comenzamos esta primavera. En la última, hace quince días, hablé de Pedro como del primero de los Apóstoles. Hoy queremos volver una vez más sobre esta grande e importante figura de la Iglesia. El evangelista san Juan, al relatar el primer encuentro de Jesús con Simón, hermano de Andrés, atestigua un hecho singular:  Jesús, «fijando su mirada en él, le dijo:  «Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas», que quiere decir «Piedra»» (Jn 1, 42).

Jesús no solía cambiar el nombre a sus discípulos. Si se exceptúa el sobrenombre de «hijos del trueno», que dirigió en una circunstancia precisa a los hijos de Zebedeo (cf. Mc 3, 17) y que ya no volvió a usar, nunca atribuyó un nuevo nombre a uno de sus discípulos. En cambio, sí lo hizo con Simón, llamándolo «Cefas», nombre que luego fue traducido en griego por Petros, en latín Petrus.
Y fue traducido precisamente porque no era sólo un nombre; era un «mandato» que Petrus recibía así del Señor. El nuevo nombre, Petrus, se repetirá muchas veces en los evangelios y acabará sustituyendo a su nombre originario, Simón.

El dato cobra especial relieve si se tiene en cuenta que, en el Antiguo Testamento, el cambio del nombre por lo general implicaba la encomienda de una misión (cf. Gn 17, 5; 32, 28 ss, etc.). De hecho, la voluntad de Cristo de atribuir a Pedro una importancia particular dentro del Colegio apostólico se manifiesta a través de numerosos indicios:  en Cafarnaúm, el Maestro se hospeda en la casa de Pedro (cf. Mc 1, 29); cuando la muchedumbre se agolpaba a su alrededor a la orilla del lago de Genesaret, entre las dos barcas allí amarradas Jesús escoge la de Simón (cf. Lc 5, 3); cuando en circunstancias particulares Jesús se llevaba sólo a tres discípulos, a Pedro siempre se le nombra como primero del grupo:  así sucede en la resurrección de la hija de Jairo (cf. Mc 5, 37; Lc 8, 51), en la Transfiguración (cf. Mc 9, 2; Mt 17, 1; Lc 9, 28) y, por último, durante la agonía en el huerto de Getsemaní (cf. Mc 14, 33; Mt 26, 37).

Además, a Pedro se dirigen los recaudadores del impuesto para el templo y el Maestro paga sólo por sí y por Pedro (cf. Mt 17, 24-27); Pedro es el primero a quien lava los pies en la última Cena (cf. Jn 13, 6) y ora sólo por él para que no desfallezca en la fe y pueda confirmar luego en ella a los demás discípulos (cf. Lc 22, 30-31).

Por lo demás, Pedro mismo es consciente de su situación peculiar:  es él quien a menudo toma la palabra en nombre de los demás; habla para pedir la explicación de una parábola (cf. Mt 15, 15) o el sentido exacto de un precepto (cf. Mt 18, 21) o la promesa formal de una recompensa (Mt 19, 27). En particular, es él quien resuelve algunas situaciones embarazosas interviniendo en nombre de todos. Por ejemplo, cuando Jesús, entristecido por la incomprensión de la multitud después del discurso sobre el «pan de vida», pregunta:  «¿También vosotros queréis iros?», Pedro da una respuesta perentoria:  «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna» (Jn 6, 67-69).

Igualmente decidida es la profesión de fe que, también en nombre de los Doce, hace en Cesarea de Filipo. A Jesús, que le pregunta «Y vosotros ¿quién decís que soy yo?», Pedro responde:  «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo» (Mt 16, 15-16). Acto seguido, Jesús pronuncia la declaración solemne que define, de una vez por todas, el papel de Pedro en la Iglesia:  «Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia (…). A ti te daré las llaves del reino de los cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos» (Mt 16, 18-19).

The Pope Holds His Weekly Audience In The Vatican

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Las tres metáforas que utiliza Jesús son en sí muy claras:

  • Pedro será el cimiento de roca sobre el que se apoyará el edificio de la Iglesia;
  • tendrá las llaves del reino de los cielos para abrir y cerrar a quien le parezca oportuno;
  • por último, podrá atar o desatar, es decir, podrá decidir o prohibir lo que considere necesario para la vida de la Iglesia, que es y sigue siendo de Cristo.
  • Siempre es la Iglesia de Cristo y no de Pedro.

Así queda descrito con imágenes muy plásticas lo que la reflexión sucesiva calificará con el término:  «primado de jurisdicción».

Esta posición de preeminencia que Jesús quiso conferir a Pedro se constata también después de la resurrección:  Jesús encarga a las mujeres que lleven el anuncio a Pedro, distinguiéndolo entre los demás Apóstoles (cf. Mc 16, 7); la Magdalena acude corriendo a él y a Juan para informar que la piedra ha sido removida de la entrada del sepulcro (cf. Jn 20, 2) y Juan le cede el paso cuando los dos llegan ante la tumba vacía (cf. Jn 20, 4-6); después, entre los Apóstoles, Pedro es el primer testigo de la aparición del Resucitado (cf. Lc 24, 34; 1 Co 15, 5). Este papel, subrayado con decisión (cf. Jn 20, 3-10), marca la continuidad entre su preeminencia en el grupo de los Apóstoles y la preeminencia que seguirá teniendo en la comunidad nacida con los acontecimientos pascuales, como atestigua el libro de los Hechos de los Apóstoles (cf. Hch 1, 15-26; 2, 14-40; 3, 12-26; 4, 8-12; 5, 1-11. 29; 8, 14-17; 10; etc.).

Su comportamiento  es  considerado tan decisivo que es objeto de observaciones y también de críticas (cf. Hch 11, 1-18; Ga 2, 11-14). En el así llamado Concilio de Jerusalén Pedro desempeña una función directiva (cf. Hch 15 y Ga 2, 1-10) y, precisamente por el hecho de ser el testigo de la fe auténtica, Pablo mismo reconoce en él su papel de «primero» (cf. 1 Co 15, 5; Ga 1, 18; 2, 7 s; etc.).

Además, el hecho de que varios de los textos clave referidos a Pedro puedan enmarcarse en el contexto de la última Cena, en la que Cristo le confiere el ministerio de confirmar a los hermanos (cf. Lc 22, 31 s), muestra cómo el ministerio confiado a Pedro es uno de los elementos constitutivos de la Iglesia que nace del memorial pascual celebrado en la Eucaristía.

El hecho de insertar el primado de Pedro en el contexto de la última Cena, en el momento de la institución de la Eucaristía, Pascua del Señor, indica también el sentido último de este primado:  Pedro, para todos los tiempos, debe ser el custodio de la comunión con Cristo; debe guiar a la comunión con Cristo; debe cuidar de que la red no se rompa, a fin de que así perdure la comunión universal. Sólo juntos podemos estar con Cristo, que es el Señor de todos. La responsabilidad de Pedro consiste en garantizar así la comunión con Cristo con la caridad de Cristo, guiando a la realización de esta caridad en la vida diaria.

Oremos para que el primado de Pedro, encomendado a pobres personas humanas, sea siempre ejercido en este sentido originario que quiso el Señor, y para que lo reconozcan cada vez más en su verdadero significado los hermanos que todavía no están en comunión con nosotros.


Saludos

Pope Benedict XVI kisses a baby in St. P

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Me es grato saludar cordialmente a los visitantes de lengua española, en especial a las Hermanas de María Auxiliadora y a los miembros del Regnum Christi. Saludo también a los diversos grupos diocesanos, parroquiales y asociaciones de España, así como a los peregrinos de Argentina, Costa Rica, El Salvador, Perú y de otros países latinoamericanos. ¡Muchas gracias!

(En catalán)
Saludo al equipo del programa religioso «Signos de los tiempos» de Televisión de Cataluña con motivo de su vigésimo aniversario. Os animo a continuar vuestro servicio a la Iglesia, que ayuda a la evangelización a través de los medios de comunicación social.

(En portugués)
Que vuestra vida, fuerte en la fe, irradie siempre el amor de Dios y que sus bendiciones desciendan en abundancia sobre vosotros y vuestras familias.

(En polaco)
Expreso viva alegría porque en Polonia, en este mes de junio, seguís conservando la tradición de la devoción al Sagrado Corazón. Este Corazón es el símbolo del amor de Jesús al Padre, pero también del amor a cada uno de nosotros. Que vuestra oración sea una ofrenda a Cristo en reparación por las culpas y los pecados de los hombres y obtenga la conversión de los corazones y la paz del mundo.

(En italiano)
Saludo, por último a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados aquí presentes. Con el vivo recuerdo de Pentecostés, que celebramos el domingo pasado, os exhorto, queridos jóvenes, a invocar constantemente al Espíritu Santo, que os hará intrépidos testigos de Cristo. Que el Espíritu Consolador os ayude a vosotros, queridos enfermos, a aceptar con fe el misterio del dolor y a ofrecerlo por la salvación de todos los hombres; y os conceda a vosotros, queridos recién casados, construir vuestra familia sobre el sólido cimiento del Evangelio.