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DOCTORES DE LA IGLESIA
DOCTORES DE LA IGLESIA
CONCEPTO: Es un título otorgado por el Papa o un Concilio Ecuménico a ciertos santos en razón de su erudición y en reconocimiento como eminentes maestros de la fe para los fieles de todos los tiempos.
Los Doctores de la Iglesia han ejercido una influencia especial sobre el desarrollo del cristianismo, sentando las bases de la doctrina sucesiva, o interpretando de forma esclarecedora y perdurable vastos campos de la Revelación. En el cristianismo primitivo el título se adjudicó espontáneamente a ocho de los Padres de la Iglesia, cuatro de ellos de rito latino.
SAN ALBERTO MAGNO
Aclamado Doctor en 1931 por Pío XI
Fiesta Litúrgica: 15 de noviembre
- Al ser un hombre de oración, de ciencia y de caridad, gozaba de gran autoridad en sus intervenciones, en varias vicisitudes de la Iglesia y de la sociedad de la época: fue sobre todo un hombre de reconciliación y de paz en Colonia, donde el arzobispo había entrado en dura contraposición con las instituciones ciudadanas.
- Aclaró el pensamiento de santo Tomás de Aquino, (alumno suyo), que había sido objeto de objeciones e incluso de condenas completamente injustificadas.
- Papa Pío XII lo nombró patrono de los cultores de las ciencias naturales y también se le llama Doctor universalis.
«San Alberto Magno nos recuerda que entre ciencia y fe existe amistad, y que los hombres de ciencia pueden recorrer, mediante su vocación al estudio de la naturaleza, un auténtico y fascinante camino de santidad».
(Audiencia General BENEDICTO XVI el 24 de Marzo de 2010, aquí)
SAN ISIDORO DE SEVILLA
Aclamado Doctor en 1722 por Inocencio XIII
Fiesta Lirtúrgica: 26 de abril
- Considerado el último de los Padres cristianos de la antigüedad.
- El Concilio de Toledo, del año 653, lo definió: «Ilustre maestro de nuestra época y gloria de la Iglesia Católica».
- Hombre de contraposiciones dialécticas acentuadas.
- Para comprender mejor a San Isidoro es necesario recordar, ante todo, la complejidad de las situaciones políticas de su tiempo, (visigodos, bárbaros y arrianos, habían invadido la península ibérica y se habían adueñado de los territorios que pertenecían al Imperio romano).
- Es admirable su preocupación por no descuidar nada de lo que la experiencia humana había producido en la historia de su patria y del mundo entero.
- Las propuestas que presenta siempre están en sintonía con la fe católica, sostenida por él con firmeza.
«San Isidoro busca en el ejemplo de Cristo la confirmación definitiva de una correcta orientación de vida y dice: «El Salvador, Jesús, nos dio ejemplo de vida activa cuando, durante el día, se dedicaba a hacer signos y milagros en la ciudad, pero mostró la vida contemplativa cuando se retiraba a la montaña y pasaba la noche dedicado a la oración» (o.c. 134: ib.). A la luz de este ejemplo del divino Maestro, san Isidoro concluye con esta enseñanza moral: «Por eso, el siervo de Dios, imitando a Cristo, debe dedicarse a la contemplación sin renunciar a la vida activa. No sería correcto obrar de otra manera, pues del mismo modo que se debe amar a Dios con la contemplación, también hay que amar al prójimo con la acción. Por tanto, es imposible vivir sin la presencia de ambas formas de vida, y tampoco es posible amar si no se hace la experiencia tanto de una como de otra» (o.c., 135: ib., col 91 C)».
(Audiencia General BENEDICTO XVI el 18 de Junio de 2008, aquí)
SAN PEDRO CRISOLOGO
Aclamado Doctor en 1729 por Benedicto XIII
Fiesta Litúrgica: 30 de julio
(Referencias de BENEDICTO XVI a San Pedro Crisólogo, aquí)
SAN JERÓNIMO
Aclamado Doctor en 1295 por Bonifacio VIII
Fiesta Litúrgica: 30 de septiembre
- Padre de la Iglesia que puso la Biblia en el centro de su vida.
- «Doctor eminente en la interpretación de las Sagradas Escrituras»
- Comentó la palabra de Dios.
- Defendió la fe, oponiéndose con vigor a varias herejías.
- Exhortó a los monjes a la perfección.
«No debemos olvidar nunca que la palabra de Dios trasciende los tiempos. Las opiniones humanas vienen y van. Lo que hoy es modernísimo, mañana será viejísimo. La palabra de Dios, por el contrario, es palabra de vida eterna, lleva en sí la eternidad, lo que vale para siempre. Por tanto, al llevar en nosotros la palabra de Dios, llevamos la vida eterna.»
(Audiencias Generales BENEDICTO XVI el 7 y 14 de Noviembre de 2007, aquí)
SAN ROBERTO BELARMINO
Aclamado Doctor en 1931 por Pío XI
Fiesta Litúrgica: 17 de septiembre
- Profesor de teología en Lovaina, responsable de la cátedra de «Apologética».
- El Papa Clemente VIII lo nombró teólogo pontificio, consultor del Santo Oficio y rector del Colegio de los Penitenciarios de la basílica de San Pedro.
- Su trabajo más popular es su catecismo, Doctrina cristiana breve.
- Sus Controversiae constituyen un punto de referencia todavía válido para la eclesiología católica sobre las cuestiones acerca de la Revelación, la naturaleza de la Iglesia, los sacramentos y la antropología teológica.
«En los escritos de este hombre de gobierno se percibe con mucha claridad, aun en la discreción detrás de la cual oculta sus sentimientos, la primacía que asigna a las enseñanzas de Cristo. San Roberto Belarmino ofrece así un modelo de oración, alma de toda actividad: una oración que escucha la Palabra del Señor, que se sacia contemplando su grandeza, que no se repliega en sí misma, sino que se alegra de abandonarse a Dios. Un signo distintivo de la espiritualidad de Belarmino es la percepción viva y personal de la inmensa bondad de Dios, por lo que nuestro santo se sentía realmente hijo amado por Dios y era fuente de gran alegría recogerse, con serenidad y sencillez, en oración, en contemplación de Dios. En su libro De ascensione mentis in Deum —Elevación de la mente a Dios— compuesto según el esquema del Itinerarium de san Buenaventura, exclama: «Oh alma, tu modelo es Dios, belleza infinita, luz sin sombras, esplendor que supera el de la luna y el sol. Levanta los ojos a Dios, en el cual se encuentran los arquetipos de todas las cosas, y del cual, como de una fuente de infinita fecundidad, deriva esta variedad casi infinita de las cosas. Por tanto, debes concluir: quien encuentra a Dios lo encuentra todo, quien pierde a Dios lo pierde todo»».
(Audiencia General BENEDICTO XVI el 23 de de Febrero de 2011, aquí)
SAN BEDA EL VENERABLE
Aclamado Doctor en 1899 por León XIII
Fiesta Litúrgica: 25 de Mayo
- Llegó a ser uno de los eruditos más insignes de la alta Edad Media.
- Las Sagradas Escrituras son la fuentes constante de su reflexión teológica.
- Insigne maestro de teología litúrgica.
- Las características de la Iglesia que san Beda pone de manifiesto son:
- La catolicidad como fidelidad a la tradición y al mismo tiempo apertura al desarrollo histórico.
- La apostolicidad y la romanidad.
- Desarrolló una verdadera mistagogia.
- La fama de santidad y sabiduría de que san Beda gozó ya en vida le llevó a recibir el título de «venerable».
«Siguiendo el «realismo» de las catequesis de san Cirilo, san Ambrosio y san Agustín, san Beda enseña que los sacramentos de la iniciación cristiana convierten a cada fiel «no sólo en cristiano sino en Cristo», pues cada vez que un alma fiel acoge y custodia con amor la Palabra de Dios, imitando a María, concibe y engendra nuevamente a Cristo. Y cada vez que un grupo de neófitos recibe los sacramentos pascuales, la Iglesia se «auto-engendra», o con una expresión aún más audaz, la Iglesia se convierte en «madre de Dios», participando en la generación de sus hijos, por obra del Espíritu Santo».
(Audiencia General BENEDICTO XVI el 18 de de Febrero de 2009, aquí)
SAN BASILIO MAGNO
Aclamado Doctor en 1568 por Pío V
Fiesta Litúrgica: 2 de enero
- Denominado «lumbrera de la Iglesia».
- Con sabio equilibrio supo unir el serivcio a las almas y la entrega a la oración y a la meditación en la sociedad.
- Creó una vida monástica muy particular: no cerrada a la comunidad de la Iglesia local, sino abierta a ella.
- Se preocupó constantenemente por las difíciles condiciones materiales en las que vivían los fieles.
- Uno de los grandes Padres que formularon la doctrina sobre la Trinidad.
«Consciente de que «la liturgia es la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y al mismo tiempo la fuente de donde mana toda su fuerza» (Sacrosantum Concilium, 10), san Basilio, aunque siempre se procupaba por vivir la caridad, que es la señal de reconomiento de la fe, también fue un sabio «reformador litúrgico» (cf. san Gregorio Nacianceno, Oratio 43, 34 in lauden Basilii: PG 36, 541 c). Nos dejó una gran plegaria eucarística, o anáfora, que lleva su nombre y que dio una organización fundamental a la oración y a la salmodia: gracias a él el pueblo amó y conoció los Salmos y acudía rezarlos incluso de noche (cf. san Basilio, In Psalmum 1, 1-2: PG 29, 212 a-213 c). Así vemos cómo la liturgia, la adoración, la oración con la Iglesia y la caridad van unidas y se condicionan mutuamente.
(Audiencia General BENEDICTO XVI el 1 de Agosto de 2007, aquí)
SAN HILARIO DE POITIERS
Aclamado Doctor en 1851 por Pío IX
Fiesta Litúrgica: 13 de enero
- Gran Padre de la Iglesia de Occidente.
- Consagró toda su vida a la defensa de la fe en la divinidad de Jesucristo, Hijo de Dios y Dios como el Padre, que lo engendró desde la eternidad.
- Asistió como obispo al Sínodo de Béziers, («Sínodo de los falsos apóstoles»).
- Ante lo arrianos insiste en la verdad de los nombres de Padre y de Hijo.
- El punto de partida de la reflexión teológica de San Hilario es la fe bautismal.
- Escribió:
- «El comentario del Evangelio de San Mateo», (el comentario más antiguo en latín que nos ha llegado de este Evangelio).
- «De Trinitate», («Sobre la Trinidad»), su obra dogmática más importante.
- «Libro de los Sínodos»: reproduce y comenta las confesiones de fe y otros documentos de los sínodos reunidos en Oriente a mediados del siglo IV.
- «Tratados sobre los Salmos»
«La fidelidad a Dios es un don de su origen. Por ello, san Hilario, al final de su Tratado sobre la Trinidad, pide la gracia de mantenerse siempre fiel a la fe del bautismo. es una características de este libro: la reflexión se transofrma en oración y la oración se hace reflexión. todo el libro es un diálogo con Dios»
(Audiencia General BENEDICTO XVI el 10 de Octubre de 2007, aquí)
SAN FRANCISCO DE SALES
Aclamado Doctor en 1871 por Pío IX
Fiesta Litúrgica: 14 de enero
- Fue inmensa la influencia de su vida y de su enseñanza en la Europa de la época y de los siglos siguientes.
- Es apóstol, predicador, escritor, hombre de acción y de oración.
- Comprometido en hacer realidad los ideales del concilio de Trento.
- Implicado en la controversia y en el diálogo con los protestantes, experimentando cada vez más la eficacia de la relación personal y de la caridad, más allá del necesario enfrentamiento teológico.
- Encargado de misiones diplomáticas a nivel europeo, y de tareas sociales de mediación y reconciliación.
«La vida de San Francisco de Sales fue relativamente breve, pero de gran intensidad. La figura de este santo produce una impresión de extraña plenitud, demostrada con la serenidad de su búsqueda intelectual, pero también en la riqueza de sus afectos, en la «dulzura» de sus enseñanzas que han ejercido gran influencia en la conciencia cristiana. De la palabra «humanidad» encarnó distintas acepciones que, hoy como ayer, puede asumir este término: cultura y cortesía, libertad y ternura, nobleza y solidaridad. En su aspecto tenía algo de la majestad del paisaje en que vivió, conservando también su sencillez y su naturaleza. Las antiguas palabras y las imágenes con las que se expresaba resuenan inesperadamente, también en el oído del hombre de hoy, como una lengua nativa y familiar».
(Audiencia General BENEDICTO XVI el 2 de Marzo de 2011, aquí)
SAN PEDRO DAMIÁN
Aclamado Doctor en 1828 por León XII
Fiesta Litúrgica: 21 de Febrero
- Comprometido en la obra de reforma puesta en marcha por los Papas de aquel tiempo.
- Se distinguió en los géneros literarios más diversos.
- Fino teólogo.
- Para el desarrollo de la vida eremítica escribió una Regla, en la que subraya fuertemente el «rigor del eremitorio».
«La comunión con Cristo crea unidad de amor entre los cristianos. En la carta 28, que es un tratado genial de eclesiología, Pedro Damián desarrolla una profunda teología de la Iglesia como comunión. «La Iglesia de Cristo —escribe— está unida por el vínculo de la caridad hasta el punto de que, como es una en muchos miembros, también está toda entera místicamente en cada miembro; de forma que toda la Iglesia universal se llama justamente única Esposa de Cristo en singular, y cada alma elegida, por el misterio sacramental, se considera plenamente Iglesia». Esto es importante: no sólo que toda la Iglesia universal está unida, sino que en cada uno de nosotros debería estar presente la Iglesia en su totalidad. Así el servicio del individuo se convierte en «expresión de la universalidad» (Ep. 28, 9-23)».
(Audiencia General BENEDICTO XVI el 9 de Septiembre de 2009, aquí)
SAN ALFONSO MARIA DE LIGORIO
Aclamado Doctor en 1871 por Pío IX
Fiesta Litúrgica: 1 de agosto
- En su obra principal, titulada Teología moral, propone una síntesis equilibrada y convincente entre las exigencias de la ley de Dios.
- Crea las «Capillas Vespertinas».
- El Papa Pío XII «patrono de todos los confesores y los moralistas».
«Entre las formas de oración aconsejadas encarecidamente por San Alfonso destaca la visita al Santísimo Sacramento o, como diríamos hoy, la adoración, breve o prolongada, personal o comunitaria, ante la Eucaristía. «Ciertamente —escribe Alfonso— entre todas las devociones esta de adorar a Jesús sacramentado es la primera después de los sacramentos, la más querida por Dios y la más útil para nosotros… ¡Oh, qué gran delicia estar ante un altar con fe… y presentarle nuestras necesidades, como hace un amigo a otro con el que se tiene total confianza!» (Visitas al Santísimo Sacramento y a María santísima para cada día del mes. Introducción). La espiritualidad alfonsiana es, de hecho, eminentemente cristológica, centrada en Cristo y en su Evangelio. La meditación del misterio de la Encarnación y de la Pasión del Señor son frecuentemente objeto de su predicación, pues en estos acontecimientos se ofrece «abundantemente» la Redención a todos los hombres. Y precisamente porque es cristológica, la piedad alfonsiana es también exquisitamente mariana. Muy devoto de María, Alfonso ilustra su papel en la historia de la salvación: asociada a la Redención y Mediadora de gracia, Madre, Abogada y Reina. Además, San Alfonso afirma que la devoción a María nos confortará grandemente en el momento de nuestra muerte. Estaba convencido de que la meditación sobre nuestro destino eterno, sobre nuestra llamada a participar para siempre en la felicidad de Dios, así como sobre la trágica posibilidad de la condenación, contribuye a vivir con serenidad y compromiso, y a afrontar la realidad de la muerte conservando siempre la confianza en la bondad de Dios».
(Audiencia General BENEDICTO XVI el 30 de Marzo de 2011, aquí)
SAN BERNARDO DE CLARAVAL
Aclamado Doctor en 1830 por Pío VIII
Fiesta Litúrgica: 20 de agosto
- Llamado «doctor melifluo» por su elocuencia.
- Fundador del monasterio de Claraval.
- Reclamó con decisión la necesidad de una vida sobria y moderada, tanto en la mesa como en la indumentaria y en los edificios monásticos.
- A las muchas Cartas que nos ha dejado hay que añadir numerosos Sermones, así como Sentencias y Tratados.
- Dirigió principalmente sus escritos polémicos contra Aberlado, un gran pensador que inició una nueva forma de hacer teología.
- También luchó contra la herejía de los cátaros, que despreciaban la materia y el cuerpo humano.
«Ahora quiero detenerme sólo en dos aspectos centrales de la rica doctrina de san Bernardo: se refieren a Jesucristo y a María santísima, su Madre. Su solicitud por la íntima y vital participación del cristiano en el amor de Dios en Jesucristo no trae orientaciones nuevas en el estatuto científico de la teología. Pero, de forma más decidida que nunca, el abad de Claraval relaciona al teólogo con el contemplativo y el místico. Sólo Jesús —insiste san Bernardo ante los complejos razonamientos dialécticos de su tiempo—, sólo Jesús es «miel en la boca, cántico en el oído, júbilo en el corazón» (mel in ore, in aure melos, in corde iubilum)». Precisamente de aquí proviene el título, que le atribuye la tradición, de Doctor mellifluus: de hecho, su alabanza de Jesucristo «fluye como la miel». En las intensas batallas entre nominalistas y realistas —dos corrientes filosóficas de la época— el abad de Claraval no se cansa de repetir que sólo hay un nombre que cuenta, el de Jesús Nazareno. «Árido es todo alimento del alma —confiesa— si no se lo rocía con este aceite; insípido, si no se lo sazona con esta sal. Lo que escribes no tiene sabor para mí, si no leo allí a Jesús». Y concluye: «Cuando discutes o hablas, nada tiene sabor para mí, si no siento resonar el nombre de Jesús» (Sermones in Cantica canticorum XV, 6: PL 183, 847). Para san Bernardo, de hecho, el verdadero conocimiento de Dios consiste en la experiencia personal, profunda, de Jesucristo y de su amor. Y esto, queridos hermanos y hermanas, vale para todo cristiano: la fe es ante todo encuentro personal íntimo con Jesús, es hacer experiencia de su cercanía, de su amistad, de su amor, y sólo así se aprende a conocerlo cada vez más, a amarlo y seguirlo cada vez más. ¡Que esto nos suceda a cada uno de nosotros!».
(Audiencia General BENEDICTO XVI el 21 de Octubre de 2009, aquí)
SANTA TERESA DE LISIEUX
Aclamada Doctora en 1997 por Juan Pablo II
Fiesta Litúrgica: 3 de octubre
- Ha iluminado a toda la Iglesia con su profunda doctrina espiritual.
- Se convierte realmente en una «hermana universal».
- Teresa es uno de los «pequeños» del Evangelio que se dejan llevar por Dios a las profundidades de su Misterio.
- Una guía para todos, sobre todo para quienes, en el pueblo de Dios, desempeñan el ministerio de teólogos.
«En el Evangelio Teresa descubre sobre todo la misericordia de Jesús, hasta el punto de afirmar: «A mí me ha dado su misericordia infinita, y a través de ella contemplo y adoro las demás perfecciones divinas (…). Entonces todas se me presentan radiantes de amor; incluso la justicia (y quizás más aún que todas las demás), me parece revestida de amor» (MS A, 84r). Así se expresa también en las últimas líneas de la Historia de un alma: «Sólo tengo que poner los ojos en el santo Evangelio para respirar los perfumes de la vida de Jesús y saber hacia dónde correr… No me abalanzo al primer puesto, sino al último… Sí, estoy segura de que, aunque tuviera sobre la conciencia todos los pecados que pueden cometerse, iría, con el corazón roto de arrepentimiento, a echarme en brazos de Jesús, pues sé cómo ama al hijo pródigo que vuelve a él» (MS C, 36v-37r). «Confianza y amor» son, por tanto, el punto final del relato de su vida, dos palabras que, como faros, iluminaron todo su camino de santidad para poder guiar a los demás por su mismo «caminito de confianza y de amor», de la infancia espiritual (cf. MS C, 2v-3r; Carta 226). Confianza como la del niño que se abandona en las manos de Dios, inseparable del compromiso fuerte, radical, del verdadero amor, que es don total de sí mismo, para siempre, como dice la santa contemplando a María: «Amar es darlo todo, darse incluso a sí mismo» (Poesía Por qué te amo, María: p 54/22). Así Teresa nos indica a todos que la vida cristiana consiste en vivir plenamente la gracia del Bautismo en el don total de sí al amor del Padre, para vivir como Cristo, en el fuego del Espíritu Santo, su mismo amor por todos los demás».
(Audiencia General BENEDICTO XVI el 6 de Abril de 2011, aquí)
SAN AMBROSIO
Aclamado Doctor en 1295 por Bonifacio VIII
Fiesta Litúrgica: 7 de diciembre
- Intervino para pacificar a las dos facciones enfrentadas, (ortodoxos y arrianos), y actuó con tal autoridad que, a pesar de ser solamente un catecúmeno, fue aclamado por el pueblo obispo de Milán.
- Aprendió a conocer y acomentar la Biblia a través de las obras de Orígenes.
- El método de la lectio llegó a guiar toda la predicación y los escritos de San Ambrosio, que surgen precisamente de la escucha orante de la palabra de Dios.
- De la vida y del ejemplo del obispo san Ambrosio, san Agustín aprendió a creer y a predicar.
- Según su magisterio, la catequesis es inseparable del testimonio de vida.
«Al igual que el apóstol san Juan, el obispo san Ambrosio —que nunca se cansaba de repetir: «Omnia Christus est nobis», «Cristo lo es todo para nosotros»— es un auténtico testigo del Señor. Con sus mismas palabras, llenas de amor a Jesús, concluimos así nuestra catequesis: «Cristo lo es todo para nosotros. Si quieres curar una herida, él es el médico; si estás ardiendo de fiebre, él es la fuente; si estás oprimido por la injusticia, él es la justicia; si tienes necesidad de ayuda, él es la fuerza; si tienes miedo a la muerte, él es la vida; si deseas el cielo, él es el camino; si estás en las tinieblas, él es la luz. (…) Gustad y ved qué bueno es el Señor. Bienaventurado el hombre que espera en él» (De virginitate 16, 99)».
(Audiencia General BENEDICTO XVI el 27 de Junio de 2007, aquí)
SAN ANTONIO DE PADUA
Aclamado Doctor en 1946 por Pío XII
Fiesta Litúrgica: 13 de junio
- El Papa Gregorio IX después de haberlo escuchado lo definió como el «Arca del Testamento».
- Sentó las bases de la teología franciscana.
- Puso siempre a Cristo en el centro de la vida y del pensamiento, de la acción y de la predicación.
«En el último periodo de su vida, san Antonio puso por escrito dos ciclos de «Sermones», titulados respectivamente «Sermones dominicales» y «Sermones sobre los santos», destinados a los predicadores y a los profesores de los estudios teológicos de la Orden franciscana. En ellos comenta los textos de la Escritura presentados por la liturgia, utilizando la interpretación patrístico-medieval de los cuatro sentidos: el literal o histórico, el alegórico o cristológico, el tropológico o moral y el anagógico, que orienta hacia la vida eterna. Hoy se redescubre que estos sentidos son dimensiones del único sentido de la Sagrada Escritura y que la Sagrada Escritura se ha de interpretar buscando las cuatro dimensiones de su palabra. Estos sermones de san Antonio son textos teológico-homiléticos, que evocan la predicación viva, en la que san Antonio propone un verdadero itinerario de vida cristiana. La riqueza de enseñanzas espirituales contenida en los «Sermones» es tan grande, que el venerable Papa Pío XII, en 1946, proclamó a san Antonio Doctor de la Iglesia, atribuyéndole el título de «Doctor evangélico», porque en dichos escritos se pone de manifiesto la lozanía y la belleza del Evangelio; todavía hoy podemos leerlos con gran provecho espiritual».
(Audiencia General BENEDICTO XVI el 10 de Febrero de 2010, aquí)
SAN EFREN EL SIRIO
Aclamado Doctor en 1920 por Benedicto XV
Fiesta Litúrgica: 9 de junio.
- Llamado «cítara del Espíritu Santo».
- Representante más importante del cristianismo de lengua siríaca.
- Logró conciliar de modo único la vocación de teólogo con la de poeta.
- Confiere a la poesía y a los himnos para la Liturgia un carácter didáctico y catequético.
- Reflexión de san Efrén sobre el tema de Dios creador: en la creación no hay nada aislado, y el mundo, al igual que la Sagrada Escritura, es una Biblia de Dios.
- Para san Efrán, como no hay Redención sin Jesús, tampoco hay Encarnación sin María.
«San Efrén nos ha dejado una gran herencia teológica: su notable producción puede reagruparse en cuatro cateogrías:
- Obras escritas en prosa ordinaria (sus obras polémicas o bien los comentarios bíblicos).
- Obras en prosa poética.
- Homilías en verso, y por último,
- los himnos, sin duda la obra más amplia de san Efrén.
Es un autor rico e interesante en muchos aspectos, pero sobre todo desde el punto de vista teológico»
(Audiencia General BENEDICTO XVI el 27 de Junio de 2007, aquí)
SAN ATANASIO
Aclamado Doctor en 1568 por San Pío V
Fiesta Litúrgica: 2 de mayo
- Aclamado como «la columna de la Iglesia» por San Gregorio Nacianceno.
- Uno de los Padre la Iglesia antigua más importante y venerado.
- Fue el más importante y tenaz adversario de la herejía arriana.
- En cinco ocasiones se vio obligado a abandonar su ciudad, pasando 17 años en el destierro y sufriendo por la fe.
«La biografía ejemplar de ese santo tan apreciado por la tradición cristiana, que se hizo pronto sumamente popular y fue traducida inmediatamente dos veces al latín y luego a varias lenguas orientales, contribuyó decisivamente a la difusión del monaquismo, tanto en Oriente como en Occidente. En Tréveris la lectura de este texto forma parte de una emotiva conversión de dos funcionarios imperiales que San Agustín incluye en las Confesiones (VIII, 6, 15), como premisa para su misma conversión»
(Audiencia General BENEDICTO XVI el 20 de Junio de 2007, aquí)
SANTA HILDEGARDA
Aclamada Doctora en 2012 por Benedicto XVI
Fiesta Litúrgica: 17 de septiembre
- Mujer culta, espiritualmente elevada y capaz de afrontar con competencia los aspectos organizativos de la vida claustral.
- Suscitaba una santa emulación en la práctica del bien.
- Se distinguió por sabiduría espiritual y santidad de vida.
- Todos la escuchaban de buen grado, incluso cuando usaba un tono severo: la consideraban una mensajera enviada por Dios.
«Como sucede siempre en la vida de los verdaderos místicos, también Hildegarda quiso someterse a la autoridad de personas sabias para discernir el origen de sus visiones, temiendo que fueran fruto de imaginaciones y que no vinieran de Dios. Por eso se dirigió a la persona que en su tiempo gozaba de la máxima estima en la Iglesia: san Bernardo de Claraval, del cual ya hablé en algunas catequesis. Este tranquilizó y alentó a Hildegarda. Y en 1147 recibió otra aprobación importantísima. El Papa Eugenio III, que presidía un sínodo en Tréveris, leyó un texto dictado por Hildegarda, que le había presentado el arzobispo Enrique de Maguncia. El Papa autorizó a la mística a escribir sus visiones y a hablar en público. Desde aquel momento el prestigio espiritual de Hildegarda creció cada vez más, tanto es así que sus contemporáneos le atribuyeron el título de «profetisa teutónica». Este, queridos amigos, es el sello de una experiencia auténtica del Espíritu Santo, fuente de todo carisma: la persona depositaria de dones sobrenaturales nunca presume de ellos, no los ostenta y, sobre todo, muestra una obediencia total a la autoridad eclesial. En efecto, todo don que distribuye el Espíritu Santo está destinado a la edificación de la Iglesia, y la Iglesia, a través de sus pastores, reconoce su autenticidad.»
(Audiencias Generales BENEDICTO XVI el 1 y el 8 de septiembre de 2010, aquí)
SAN LEÓN MAGNO
Aclamado Doctor en 1754 por Benedicto XIV
Fiesta Litúrgica: 10 de Noviembre
- Uno de los más grandes Pontífices que han honrado la Sede de Roma.
- El primer Papa cuya predicación, dirigida al pueblo que le rodeaba durante las celebraciones, ha llegado hasta nosotros, (las audiencias generales).
- Vivió tiempos sumamente difíciles: repetidas invasiones bárbaras, progresivo debilitamiento de la autoridad imperial en occidnete, una larga crisis social…
- Consiente del momento histórico que vivía supo estar cerca del pueblo y de los fieles con la acción pastoral y la predicación.
- Impulsó la caridad en una Roma afectada por las carestías.
- Se enfrentó a las supersticiones paganas y a la acción de los grupo maniqueos.
- Vinculó la liturgia a la vida diaria de los cristiano.
«San León Magno enseñó a sus fieles —y sus palabras siguen siendo válidas para nosotros— que la liturgia cristiana no es el recuerdo de acontecimientos pasados, sino la actualización de realidades invisibles que actúan en la vida de cada uno. Lo subraya en un sermón (64, 1-2) a propósito de la Pascua, que debe celebrarse en todo tiempo del año, «no como algo del pasado, sino más bien como un acontecimiento del presente». Todo esto se enmarca en un proyecto preciso, insiste el santo Pontífice: así como el Creador animó con el soplo de la vida racional al hombre modelado con el barro de la tierra, del mismo modo, tras el pecado original, envió a su Hijo al mundo para restituir al hombre la dignidad perdida y destruir el dominio del diablo mediante la nueva vida de la gracia».
(Audiencia General BENEDICTO XVI el 5 de Marzo de 2008, aquí)
SAN CIRILO DE ALEJANDRIA
Aclamado Doctor en 1882 por León XIII
Fiesta Litúrgica: 27 de Junio
- Último representante de relieve de la tradición alejandrina.
- Fue definido como «custodio de la exactitud» e incluoso como «sello de los Padres».
- Es característico de Cirilo la constante referencia a los autores eclesiásticos precedentes con el objetivo de mostrar la continuidad de la propia teología con la tradición.
- Venerado como santo tanto en Oriente como en Occidente.
- Los escrito de san Cirilo son de importancia primaria para la historia del cristianismo.
- Son de gran importancia también sus muchas obras doctrinales, en las que aparece continuamente la defensa de la fe trinitaria contra las tesis arrianas y contra las de Nestorio.
«La fe cristiana es ante todo encuentro con Jesús, «una Persona que da un nuevo horizonte a la vida» (Deus caritas est, 1). San Cirilo de Alejandría fue un incansable y firme testigo de Jesucristo, Verbo de Dios encarnado, subrayando sobre todo la unidad, como repite en el año 433, en la primera carta (PG 77, 228-237) al obispo Sucenso: «Uno solo es el Hijo, uno solo el Señor Jesucristo, ya sea antes de la encarnación ya después de la encarnación. En efecto, no era un Hijo el Logos nacido de Dios Padre, y otro el nacido de la santísima Virgen; sino que creemos que precisamente Aquel que existe antes de los tiempos nació también según la carne de una mujer». Esta afirmación, más allá de su significado doctrinal, muestra que la fe en Jesús Logos nacido del Padre está también muy arraigada en la historia, pues, como afirma san Cirilo, este mismo Jesús entró en el tiempo al nacer de María, la Theotokos, y estará siempre con nosotros, según su promesa. Y esto es importante: Dios es eterno, nació de una mujer y sigue con nosotros cada día. En esta confianza vivimos, en esta confianza encontramos el camino de nuestra vida».
(Audiencia General BENEDICTO XVI el 3 de Octubre de 2007, aquí)
SAN LORENZO DE BRINDISI
Aclamado Doctor en 1959 por Juan XXIII
Fiesta Litúrgica: 21 de julio
- Gracias al dominio que tenía de muchos idiomas pudo realizar un intenso apostolado entre diversas clases de personas.
- Predicador eficaz.
- Teólogo versado en la Sagrada Escritura y en los Padres de la Iglesia.
- Con exposición clara y serena, mostraba el fundamento bíblico y patrístico de todos los artículos de fe puestos en discusión por Marín Lutero.
«Otro rasgo que caracteriza la obra de este hijo de san Francisco es su trabajo en favor de la paz. Tanto los Sumos Pontífices como los príncipes católicos le confiaron en varias ocasiones importantes misiones diplomáticas para dirimir controversias y fomentar la concordia entre los Estados europeos, amenazados en aquel tiempo por el Imperio otomano. La autoridad moral de que gozaba lo convertía en consejero buscado y escuchado. Hoy, como en los tiempos de san Lorenzo, el mundo tiene necesidad paz, tiene necesidad de hombres y mujeres pacíficos y pacificadores. Todos los que creen en Dios deben ser siempre fuentes y artífices de paz. Precisamente con ocasión de una de estas misiones diplomáticas Lorenzo terminó su vida terrena, en 1619, en Lisboa, donde había ido para encontrarse con el rey de España, Felipe III, a fin de defender la causa de sus súbditos napolitanos maltratados por las autoridades locales».
(Audiencia General BENEDICTO XVI el 23 de Marzo de 2011, aquí)
SAN PEDRO CANISIO
Aclamado Doctor en 1925 por Pío XI
Fiesta Litúrgica: 21 de diciembre
- Preparó la publicación de su Catecismo, (en Alemania la gente llama al Catecismo simplemente el Canisio)
- Estableció en los países germánicos una tupida red de comunidades de su Orden.
- Participó en el coloquio de Worms con los líderes protestantes.
- Desempeñó el cargo de nuncio pontificio en Polonia.
- Participó en las dos Dietas de Augusta.
- Acompañó al cardenal Estanislao Hzojusz, legado del Papa Pío IV ante el emperador Fernando.
- Intervino en la sesión final del concilio de Trento.
«En la espiritualidad de san Canisio es característica una profunda amistad personal con Jesús. Escribe, por ejemplo, el 4 de septiembre de 1549 en su diario, hablando con el Señor: «Tú, al final, como si me abrieras el corazón del Sacratísimo Cuerpo, que me parecía ver ante mí, me mandaste que bebiera en ese manantial, invitándome, por decirlo así, a beber las aguas de mi salvación en tus fuentes, oh Salvador mío». Luego ve que el Salvador le da un vestido con tres partes, que se llaman paz, amor y perseverancia. Y con este vestido compuesto de paz, amor y perseverancia, Canisio llevó a cabo su obra de renovación del catolicismo. Su amistad con Jesús —que es el centro de su personalidad—, alimentada por el amor a la Biblia, por el amor al Sacramento, por el amor a los Padres, estaba claramente unida a la conciencia de ser en la Iglesia un continuador de la misión de los Apóstoles. Y esto nos recuerda que todo auténtico evangelizador siempre es un instrumento unido —y por eso fecundo— con Jesús y con su Iglesia».
(Audiencia General BENEDICTO XVI el 9 de Febrero de 2011, aquí)
SAN CIRILO DE JERUSALEN
Aclamado Doctor en 1882 por León XIII
Fiesta Litúrgica: 18 de Mayo
- En su vida se entrecruzan dos dimensiones:
- La solicitud pastoral, y
- La implicación, a su pesar, de las intensas controversias que afligían entonces a la Iglesia de Oriente.
- En dos décadas sufrió tres destierros:
- Cuando fue depuesto por un Sínodo a Jerusalén.
- Por obra de Acacio.
- Por iniciativa del emperador filo – arriano Valente.
«Su ortodoxia, puesta en duda por algunas fuentes de aquel tiempo, la atestiguan otras fuentes igualmente históricas. La más autorizada de ellas es la carta sinodal del año 382, después del segundo concilio ecuménico de Constantinopla (381), en el que san Cirilo habrá participado con un papel cualificado. En esa carta, enviada al Pontífice Romano, los obispos orientales reconocen oficialmente la más absoluta ortodoxia de san Cirilo, la legitimidad de su ordenación episcopal y los méritos de su servicio pastoral, que concluyó con su muerte en el año 387».
(Audiencia General BENEDICTO XVI el 27 de Junio de 2007, aquí)
SANTA CATALINA DE SIENA
Aclamada Doctora en 1970 por Pablo VI
Fiesta Litúrgica: 30 de abril
- Se dedicó a la oración, a la penitencia y a las obras de caridad.
- Nombrada copatrona de Europa por Juan Pablo II.
- Su doctrina está contenida en El Diálogo de la Divina Providencia o Libro de la Divina Doctrina, en su Epistolario y en la colección de las Oraciones.
«Como la santa de Siena, todo creyente siente la necesidad de uniformarse a los sentimientos del corazón de Cristo para amar a Dios y al prójimo como Cristo mismo ama. Y todos nosotros podemos dejarnos transformar el corazón y aprender a amar como Cristo, en una familiaridad con él alimentada con la oración, con la meditación sobre la Palabra de Dios y con los sacramentos, sobre todo recibiendo frecuentemente y con devoción la sagrada Comunión. También Catalina pertenece a la legión de santos eucarísticos con los cuales quise concluir mi exhortación apostólica Sacramentum caritatis (cf. n. 94). Queridos hermanos y hermanas, la Eucaristía es un extraordinario don de amor que Dios nos renueva continuamente para alimentar nuestro camino de fe, fortalecer nuestra esperanza, inflamar nuestra caridad, para hacernos cada vez más semejantes a él».
(Audiencia General BENEDICTO XVI el 24 de Noviembre de 2010, aquí)
SAN JUAN DE ÁVILA
Aclamado Doctor en 2012 por Benedicto XVI
Fiesta Litúrgica: 10 de mayo
- Juan de Ávila fue uno de los maestros espirituales más prestigiosos y consultados de su tiempo.
- Aunque el «Padre Maestro Ávila» fue, ante todo, un predicador, no dejó de hacer magistral uso de su pluma para exponer sus enseñanzas.
- Aludía constantemente al bautismo y a la redención para impulsar a la santidad.
- Eslabón imprescindible en el proceso histórico de sistematización de la doctrina sobre el sacerdocio.
- Es muy de notar su profundo conocimiento de la Biblia.
«San Juan de Ávila vivió en el siglo XVI. Profundo conocedor de las Sagradas Escrituras, estaba dotado de un ardiente espíritu misionero. Supo penetrar con singular profundidad en los misterios de la redención obrada por Cristo para la humanidad. Hombre de Dios, unía la oración constante con la acción apostólica. Se dedicó a la predicación y al incremento de la práctica de los sacramentos, concentrando sus esfuerzos en mejorar la formación de los candidatos al sacerdocio, de los religiosos y los laicos, con vistas a una fecunda reforma de la Iglesia».
(Carta Apostólica de proclamación de San Juan de Ávila como Doctor de la Iglesia y Homilía del 7 de Octubre de 2012, aquí)
SAN GREGORIO NACIANCENO
Aclamado Doctor en 1568 por San Pío V
Fiesta Litúrgica: 2 de enero
- Ilustre teólogo, orador y defensor de la fe cristiana en el siglo IV.
- Era un hombre manso, y en su vida siempre trató de promover la paz en la Iglesia de su tiempo, desgarrada por discordias y herejías.
- Fue llamado a Constantinopla para dirigir a la pequeña comunidad católica, fiel al concilio de Nicea y a la fe trinitaria.
- Hizo resplandecer la luz de la Trinidad.
- Se encontró en una situación de minoría, rodeado de hostilidad.
- Recibió el apelativo de «teólogo».
- Mientras participaba en el segundo concilio ecuménico, san Gregorio fue elegido obispo de Constantinopla y asumió la presidencia del Concilio.
- Inmediatamente se desencadenó una fuerte oposición contra él.
- En un clima de tensión, dimitió.
«San Gregorio destacó con fuerza la plena humanidad de Cristo: para redimir al hombre en su totalidad de cuerpo, alma y espíritu, Cristo asumió todos los componentes de la naturaleza humana; de lo contrario, el hombre no hubiera sido salvado. Contra la herejía de Apolinar, el cual aseguraba que Jesucristo no había asumido un alma racional, san Gregorio afronta el problema a la luz del misterio de la salvación: «Lo que no ha sido asumido no ha sido curado» (Ep. 101, 32: SC 208, 50), y si Cristo no hubiera tenido «intelecto racional, ¿cómo habría podido ser hombre?» (Ep. 101, 34: SC 208, 50). Precisamente nuestro intelecto, nuestra razón, tenía y tiene necesidad de la relación, del encuentro con Dios en Cristo. Al hacerse hombre, Cristo nos dio la posibilidad de llegar a ser como él. El Nacianceno exhorta: «Tratemos de ser como Cristo, pues también Cristo se hizo como nosotros: tratemos de ser dioses por medio de él, pues él mismo se hizo hombre por nosotros. Cargó con lo peor, para darnos lo mejor» (Oratio 1, 5: SC 247, 78)».
(Audiencias Generales BENEDICTO XVI el 8 y 22 de Agosto de 2007, aquí)
SAN JUAN CRISÓSTOMO
Aclamado Doctor en 1568 por San Pío V
Fiesta Litúrgica: 13 de septiembre
- Llamado «boca de oro» por su elocuencia.
- Pronunció homilías contra los arrianos, seguidas de las conmemorativas de los mártires antioquenos y de otras sobre las principales festividades litúrgicas.
- De él nos han llegado:
- 17 tratados.
- Más de 700 homilías auténticas.
- Los comentarios a san Mateo y a san Pablo.
- Y 241 cartas.
- Transmitió la doctrina tradicional y segura de la iglesia en una época de controversias teológicas suscirtas sobre todo por el arrianismo.
- Su teología es exquisitamente pastoral.
- Su proyecto pastoral se insertaba en la vida de la Iglesia, en la que los fieles laicos con el bautismos asumen el oficio sacerdotal, real y profético.
«Al final de su vida, desde el destierro en las fronteras de Armenia, «el lugar más desierto del mundo», san Juan, enlazando con su primera predicación del año 386, retomó un tema muy importante para él: Dios tiene un plan para la humanidad, un plan «inefable e incomprensible», pero seguramente guiado por él con amor (cf. Sobre la Providencia 2, 6). Esta es nuestra certeza. Aunque no podamos descifrar los detalles de la historia personal y colectiva, sabemos que el plan de Dios se inspira siempre en su amor.»
(Audiencias Generales BENEDICTO XVI el 19 y 26 de Septiembre de 2007, aquí)
SAN JUAN DAMASCENO
Aclamado Doctor en 1890 por León XIII
Fiesta Litúrgica: 4 de diciembre
- Gran doctor en la historia de la Iglesia universal.
- Uno de los primeros en distinguir, en el culto público y privado de los critianos, entre la adoración y la veneración.
- Testigo privilegiado del culto de las imágenes.
«Con asombro apasionado san Juan explica: «Era necesario que la naturaleza fuese reforzada y renovada, y que se indicara y enseñara concretamente el camino de la virtud (didachthenai aretes hodòn), que aleja de la corrupción y lleva a la vida eterna. (…) Así apareció en el horizonte de la historia el gran mar del amor de Dios por el hombre (philanthropias pelagos)». Es una hermosa afirmación. Vemos, por una parte, la belleza de la creación; y, por otra, la destrucción causada por la culpa humana. Pero vemos en el Hijo de Dios, que desciende para renovar la naturaleza, el mar del amor de Dios por el hombre. San Juan Damasceno prosigue: «Él mismo, el Creador y Señor, luchó por su criatura trasmitiéndole con el ejemplo su enseñanza. (…) Así, el Hijo de Dios, aun subsistiendo en la forma de Dios, descendió de los cielos y bajó (…) hasta sus siervos (…), realizando la cosa más nueva de todas, la única cosa verdaderamente nueva bajo el sol, a través de la cual se manifestó de hecho el poder infinito de Dios» (III, 1: PG 94, col. 981C984B)».
(Audiencia General BENEDICTO XVI el 6 de Mayo de 2009, aquí)
SANTO TOMÁS DE AQUINO
Aclamado Doctor en 1567 por San Pío V
Fiesta Litúrgica: 28 de enero
- «Doctor communis», también se le ha llamado «Doctor Angelicus»
- Entre sus grandes virtudes, destacan la sublimidad del pensamiento y la pureza de la vida.
- Producción literaria:
- Comentarios a la Sagrada Escritura.
- Comentarios a los escritos de Aristóteles.
- Summa Theologiae
- El Papa León XIII declaró a santo Tomás patrono de las escuelas y de las universidades católicas.
«Los últimos meses de la vida terrena de Tomás están rodeados por una clima especial, incluso diría misterioso. En diciembre de 1273 llamó a su amigo y secretario Reginaldo para comunicarle la decisión de interrumpir todo trabajo, porque durante la celebración de la misa había comprendido, mediante una revelación sobrenatural, que lo que había escrito hasta entonces era sólo «un montón de paja». Se trata de un episodio misterioso, que nos ayuda a comprender no sólo la humildad personal de Tomás, sino también el hecho de que todo lo que logramos pensar y decir sobre la fe, por más elevado y puro que sea, es superado infinitamente por la grandeza y la belleza de Dios, que se nos revelará plenamente en el Paraíso. Unos meses después, cada vez más absorto en una profunda meditación, Tomás murió mientras estaba de viaje hacia Lyon, a donde se dirigía para participar en el concilio ecuménico convocado por el Papa Gregorio x. Se apagó en la abadía cisterciense de Fossanova, después de haber recibido el viático con sentimientos de gran piedad.»
(Audiencias Generales BENEDICTO XVI el 2, 16 y 23 de Junio de 2010, aquí)
SAN AGUSTÍN
Aclamado Doctor den 1295 por Bonifacio VIII
Fiesta Litúrgica: 29 de Agosto
- El Padre más grande de la Iglesia latina.
- Ejerció una influencia enorme.
- El Padre de la Iglesia que ha dejado mayor número de obras.
- Se convirtió en uno de los exponentes más importantes del cristianismo de esa época.
- Mantuvo debates públicos con los herejes, (siempre buscaba el diálogo).
- Promovió la paz en las provincias africanas amenazadas por la tribus bárbaras del sur.
«Cuando leo los escritos de san Agustín no tengo la impresión de que se trate de un hombre que murió hace más o menos mil seiscientos años, sino que lo siento como un hombre de hoy: un amigo, un contemporáneo que me habla, que nos habla con su fe lozana y actual.
En san Agustín, que nos habla, que me habla a mí en sus escritos, vemos la actualidad permanente de su fe, de la fe que viene de Cristo, Verbo eterno encarnado, Hijo de Dios e Hijo del hombre. Y podemos ver que esta fe no es de ayer, aunque haya sido predicada ayer; es siempre actual, porque Cristo es realmente ayer, hoy y para siempre. Él es el camino, la verdad y la vida. De este modo san Agustín nos impulsa a confiar en este Cristo siempre vivo y a encontrar así el camino de la vida».(Audiencias Generales BENEDICTO XVI el 9, 16, y 30 de Enero de 2008, y 20 y 27 de Febrero de 2008 aquí)
SAN BUENAVENTURA
Aclamado Doctor en 1588 por Sixto V
Fiesta Litúrgica: 15 de Julio
- «Doctor Seráfico»
- Todo su pensamiento fue profundamente cristocéntrico, Jesucristo es la última Palabra de Dios.
- Rechaza la idea del ritmo triniario de la historia.
- En la base de su gobierno siempre encontramos la oración y el pensamiento.
«Para san Buenaventura toda nuestra vida es un «itinerario», una peregrinación, una subida hacia Dios. Pero sólo con nuestras fuerzas no podemos subir hasta la altura de Dios. Dios mismo debe ayudarnos, debe «tirar de nosotros» hacia arriba. Por eso es necesaria la oración. La oración —así dice el santo— es la madre y el origen de la elevación, «sursum actio», acción que nos eleva, dice san Buenaventura».
(Audiencias Generales BENEDICTO XVI el 3, 10 y 17 de Marzo de 2010, aquí)
SAN ANSELMO DE CANTERBURY
Aclamado Doctor en 1720 por Clemente XI
Fiesta Litúrgica: 21 de Abril
- Las tres actividades que caracterizaron la vida del santo fueron: la oración, el estudio y el gobierno.
- Fue nombrado prior del monasterio de Bec y maestro de la escuela claustral, con dotes de refinado educador.
- Se comprometió en una enérgica lucha por la ibertad de la Iglesia, manteniendo con valentía la independencia del poder espiritual respecto del temporal.
- Dedicó los últimos años de su vida a la formación moral del clero y a la investigación intelectual sobre temas teológicos.
- La tradición cristiana le ha dado el título de «doctor magnífico».
«Afirma claramente que quien quiere hacer teología no puede contar sólo con su inteligencia, sino que debe cultivar al mismo tiempo una profunda experiencia de fe. La actividad del teólogo, según san Anselmo, se desarrolla así en tres fases: la fe, don gratuito de Dios que hay que acoger con humildad; la experiencia, que consiste en encarnar la Palabra de Dios en la propia existencia cotidiana; y por último el verdadero conocimiento, que nunca es fruto de razonamientos asépticos, sino de una intuición contemplativa. Al respecto, para una sana investigación teológica y para quien quiera profundizar en las verdades de la fe, siguen siendo muy útiles también hoy sus célebres palabras: «No pretendo, Señor, penetrar en tu profundidad, porque no puedo ni siquiera de lejos confrontar con ella mi intelecto; pero deseo entender, al menos hasta cierto punto, tu verdad, que mi corazón cree y ama. No busco entender para creer, sino que creo para entender» (ib., 1)».
(Audiencia General BENEDICTO XVI el 23 de Septiembre de 2009, aquí)
SAN JUAN DE LA CRUZ
Aclamado Doctor en 1926 por Pío XI
Fiesta Litúrgica: 14 de diciembre
- Doctor mysticus, «doctor místico».
- a petición de santa Teresa, se convirtió en confesor y vicario del monasterio de la Encarnación de Ávila.
- Sus mayores obras son cuatro:
- Subida al Monte Carmelo,
- Noche oscura,
- Cántico espiritual y
- Llama de amor viva.
«Si un hombre lleva dentro de sí un gran amor, este amor le da casi alas, y soporta más fácilmente todas las molestias de la vida, porque lleva en sí esta gran luz; esta es la fe: ser amado por Dios y dejarse amar por Dios en Jesucristo. Este dejarse amar es la luz que nos ayuda a llevar el peso de cada día. Y la santidad no es una obra nuestra, muy difícil, sino precisamente esta «apertura»: abrir las ventanas de nuestra alma para que la luz de Dios pueda entrar; no olvidar a Dios porque precisamente en la apertura a su luz se encuentra fuerza, se encuentra la alegría de los redimidos. Oremos al Señor para que nos ayude a encontrar esta santidad, dejarse amar por Dios, que es la vocación de todos y la verdadera redención».
(Audiencia General BENEDICTO XVI el 16 de Febrero de 2011, aquí)
SAN GREGORIO MAGNO
Aclamado Doctor en 1295 por Bonifacio VIII
Fiesta Litúrgica: 3 de septiembre
- Uno de los cuatro doctores de Occidente.
- El clero, el pueblo y el senado fueron unánimes en elegirlo precisamente a él, como sucesor en la Sede de Pedro. Trató de resistirse, incluso intentando la fuga, pero todo fue inútil: al final tuvo que hacerlo.
- De su gobierno se conserva una amplia documentación gracias al Registro de sus cartas, (aproximadamente 800).
- Se preocupó de la conversión de los pueblos jóvenes y de la nueva organización civil de Europa.
- En sus escritos sólo quiere ser la boca de Cristo y de su Iglesia.
- Insiste en el deber de que el pastor reconozca cada día su propia miseria, de manera que el orgullo no haga vano a los ojos del Juez supremo el bien realizado.
«Junto a la acción meramente espiritual y pastoral, el Papa san Gregorio fue protagonista activo también de una múltiple actividad social. Con las rentas del conspicuo patrimonio que la Sede romana poseía en Italia, especialmente en Sicilia, compró y distribuyó trigo, socorrió a quienes se encontraban en situación de necesidad, ayudó a sacerdotes, monjes y monjas que vivían en la indigencia, pagó rescates de ciudadanos que habían caído prisioneros de los longobardos, compró armisticios y treguas. Además desarrolló, tanto en Roma como en otras partes de Italia, una atenta labor de reforma administrativa, dando instrucciones precisas para que los bienes de la Iglesia, útiles para su subsistencia y su obra evangelizadora en el mundo, se gestionaran con total rectitud y según las reglas de la justicia y de la misericordia. Exigía que los colonos fueran protegidos de los abusos de los concesionarios de las tierras de propiedad de la Iglesia y, en caso de fraude, que se les indemnizara con prontitud, para que el rostro de la Esposa de Cristo no se contaminara con beneficios injustos».
(Audiencias Generales BENEDICTO XVI el 28 de Mayo de 2008 y 4 de Junio de 2008 aquí)
SANTA TERESA DE JESÚS
Aclamada Doctora en 1970 por Pablo VI
Fiesta Litúrgica: 15 de octubre
- Obra literaria:
- Camino de la perfección, (Avisos y consejos que da Teresa de Jesús a sus hermanas)
- Libro de la vida, (Libro de las misericordias del Señor)
- Propone las virtudes evangélicas como base de toda la vida cristiana y humana.
- Verdadera «mistagogia»: al lector de sus obras le enseña a orar rezando ella misma con él.
- La perfección, como aspiración de toda la vida cristiana y meta final de la misma.
«Teresa hablará de sus lecturas de la infancia y afirmará que en ellas descubrió la verdad, que resume en dos principios fundamentales: por un lado «el hecho de que todo lo que pertenece al mundo de aquí, pasa»; y, por otro, que sólo Dios es «para siempre, siempre, siempre», tema que se reitera en la famosísima poesía «Nada te turbe / nada te espante; / todo se pasa. / Dios no se muda; / la paciencia todo lo alcanza; / quien a Dios tiene / nada le falta / ¡Sólo Dios basta!». Al quedar huérfana de madre a los 12 años, pide a la santísima Virgen que le haga de madre (cf. Vida 1, 7)».
(Audiencia General BENEDICTO XVI el 2 de Febrero de 2011, aquí)
LAS RAZONES POR LAS CUALES CONSIDERAMOS QUE
JOSEPH RATZINGER DEBE SER DOCTOR
Ratzinger habla diez idiomas, de los que domina por lo menos seis: alemán, italiano, francés, latín, inglés y español. Además, lee el griego antiguo y el hebreo. Es miembro de varias academias científicas de Europa y ha recibido ocho doctorados honoris causa de diferentes universidades (entre otras, de la Universidad de Navarra en 1998 y de la Pontificia Universidad Católica del Perú en 1986); además es ciudadano honorífico de las comunidades de Pentling (1987), Marktl (1997), Traunstein (2006) y Ratisbona (2006).
Ratzinger ingresó como profesor en la Universidad de Bonn en 1959; su conferencia inaugural fue acerca de «el Dios de la fe y el Dios de la filosofía». En 1963 se fue a la Universidad de Münster, donde al dar su conferencia inaugural ya era bien conocido como teólogo. En el Concilio Vaticano II, sirvió como asesor teológico del cardenal Joseph Frings de Colonia, y luego trabajó por defender el Concilio en sus distintos documentos, incluyendo “Nostra Aetate”, el documento que habla acerca del respeto hacia otras religiones y sobre el derecho a la libertad religiosa. Fue visto durante el tiempo del Concilio como un reformista convencido.
En 1972, fundó la publicación teológica Communio junto con Hans Urs von Balthasar, Henri de Lubac y otros. “Communio”, hoy publicada en diecisiete idiomas (alemán, inglés y español, entre otros), se ha convertido en una de las publicaciones católicas más influyentes del mundo.
Como joven profesor de teología, abría a sus alumnos a pensadores en aquel momento considerados avanzados, y que en aquella época incluso tuvieron problemas con la jerarquía católica, como Yves Congar o Henri de Lubac, además de autores protestantes como Karl Barth, Oscar Cullmann o Dietrich Bonhoeffer. Ello le acarreó los recelos del catolicismo más conservador.
Entendía que había que superar la abstracción metafísica de la Neoescolástica en la que consideraba estaba atrapada la Teología Católica. Defendía la necesidad de abrirse a un nuevo lenguaje que, partiendo del Evangelio, conectase existencialmente con las inquietudes del hombre concreto contemporáneo. En ese sentido, no ha ocultado la influencia en su enfoque de la filosofía de existencialistas como Heidegger o Karl Jaspers.
Como asesor en el Concilio Vaticano II del cardenal Frings, defendió un debate abierto y una elaboración de los textos creativa y una nueva manera de exponer las verdades centrales del cristianismo, como la Revelación o la Salvación. (Así lo recuerda en el libro La Sal de la Tierra)
En su estudio sobre la Teología de la Historia en san Buenaventura, aparecen ya algunas constantes de su pensamiento. Para Ratzinger, la fe de la Iglesia ha de fundamentarse en el mensaje de liberación del Evangelio y en la tradición más primigenia del cristianismo, (en particular los Padres de la Iglesia) de los que es posible hacer una relectura significativa para el hombre de hoy. Esto no significa, según él, la defensa del pasado, porque entiende que el depósito de la fe es inagotable, ha de entenderse vivencialmente de un modo dinámico y, por lo tanto, está siempre proyectado hacia lo nuevo.
En el terreno moral, ha insistido en que el «cristianismo no es un moralismo». La fe en Jesús se basa en la humildad que vive del amor gratuito recibido (gracia), más allá del mérito y el rigorismo.
Sobre la Escatología, escribió una obra del mismo título donde pretende dar respuesta teológica a una sociedad burguesa atenazada por el miedo al sufrimiento y la muerte.
Joseph Ratzinger, ha escrito gran cantidad de obras escritas tanto en libros como artículos, junto a lo escrito como Papa Benedicto XVI entre las que podemos citar sus tres encíclicas y su Trilogía sobre la figura de Jesús de Nazaret convertida en uno de los libros más vendidos.
PUNTOS COMUNES A DOCTORES DE LA IGLESIA PROCLAMADOS
- Con San Atanasio de Alejandría tiene en común que ambos acompañaron a sus respectivos obispos a un Concilio.
- Con San Basilio el grande tienen en común que era escritor, el interés en el mejoramiento y reforma de la Liturgia.
- Con San Jerónimo tiene en común que ambos son grandes eruditos de una gran preparación. También Joseph Ratzinger con sus conocimientos en las lenguas clásicas como el latín y el griego fue un gran exegeta.
- San Agustín es uno de los Padres de la Iglesia más importante y cuyo pensamiento ha sido de gran influencia en Joseph Ratzinger en los que se haya una gran similitud y coincidencias entre la que podemos destacar la fe y razón no están en oposición sino que son complementarias.
- San Anselmo de Canterbury tiene varias coincidencias aparte de ser Teólogo coincide en su pensamiento ambos tratan el binomio fe y razón. Seguían a San Agustín.
- Con San Bernardo de Claraval tiene la coincidencia de las fuentes de su pensamiento basado en las Sagradas Escrituras y en la tradición Cristiana. Seguían a San Agustín.
- Con San Buenaventura fue uno de los autores en los que se inspiró Joseph Ratzinger en su época de estudiante. Al igual que él participó en un Concilio y ambos tuvieron un papel relevante. Otro punto de coincidencia es que ambos destacaron por sus escritos de amor a Jesucristo.
- Con San Pedro Canisio ambos defendían la religión católica con toda el alma y ambos elaboraron un Catecismo.
- Con San Roberto Belarmino tiene en común que elaboraron catecismos.
28/08 – SAN AGUSTÍN (AUDIENCIAS GENERALES)
SAN AGUSTÍN
AUDIENCIAS GENERALES BENEDICTO XVI
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles, 9 de Enero de 2008
SAN AGUSTÍN (1)
Queridos hermanos y hermanas:
Después de las grandes festividades navideñas, quiero volver a las meditaciones sobre los Padres de la Iglesia y hablar hoy del Padre más grande de la Iglesia latina, San Agustín:
hombre de pasión y de fe, de altísima inteligencia y de incansable solicitud pastoral. Este gran Santo y Doctor de la Iglesia a menudo es conocido, al menos de fama, incluso por quienes ignoran el cristianismo o no tienen familiaridad con él, porque dejó una huella profundísima en la vida cultural de Occidente y de todo el mundo.
Por su singular relevancia, San Agustín ejerció una influencia enorme y podría afirmarse, por una parte, que todos los caminos de la literatura latina cristiana llevan a Hipona (hoy Anaba, en la costa de Argelia), lugar donde era obispo; y, por otra, que de esta ciudad del África romana, de la que San Agustín fue obispo desde el año 395 hasta su muerte, en el año 430, parten muchas otras sendas del cristianismo sucesivo y de la misma cultura occidental.
Pocas veces una civilización ha encontrado un espíritu tan grande, capaz de acoger sus valores y de exaltar su riqueza intrínseca, inventando ideas y formas de las que se alimentarían las generaciones posteriores, como subrayó también Pablo VI: «Se puede afirmar que todo el pensamiento de la antigüedad confluye en su obra y que de ella derivan corrientes de pensamiento que empapan toda la tradición doctrinal de los siglos posteriores» (AAS, 62, 1970, p. 426: L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 31 de mayo de 1970, p. 10).
San Agustín es, además, el Padre de la Iglesia que ha dejado el mayor número de obras. Su biógrafo, Posidio, dice: parecía imposible que un hombre pudiera escribir tanto durante su vida. En un próximo encuentro hablaremos de estas diversas obras. Hoy nuestra atención se centrará en su vida, que puede reconstruirse a través de sus escritos, y en particular de las Confesiones, su extraordinaria autobiografía espiritual, escrita para alabanza de Dios, que es su obra más famosa. Las Confesiones, precisamente por su atención a la interioridad y a la psicología, constituyen un modelo único en la literatura occidental, y no sólo occidental, incluida la no religiosa, hasta la modernidad. Esta atención a la vida espiritual, al misterio del yo, al misterio de Dios que se esconde en el yo, es algo extraordinario, sin precedentes, y permanece para siempre, por decirlo así, como una «cumbre» espiritual.
Pero, volvamos a su vida. San Agustín nació en Tagaste, en la provincia de Numidia, en el África romana, el 13 de noviembre del año 354. Era hijo de Patricio, un pagano que después fue catecúmeno, y de Mónica, cristiana fervorosa. Esta mujer apasionada, venerada como santa, ejerció en su hijo una enorme influencia y lo educó en la fe cristiana. San Agustín había recibido también la sal, como signo de la acogida en el catecumenado. Y siempre quedó fascinado por la figura de Jesucristo; más aún, dice que siempre amó a Jesús, pero que se alejó cada vez más de la fe eclesial, de la práctica eclesial, como sucede también hoy a muchos jóvenes.
San Agustín tenía también un hermano, Navigio, y una hermana, cuyo nombre desconocemos, la cual, tras quedar viuda, fue superiora de un monasterio femenino. El muchacho, de agudísima inteligencia, recibió una buena educación, aunque no siempre fue un estudiante ejemplar. En cualquier caso, estudió bien la gramática, primero en su ciudad natal y después en Madaura y, a partir del año 370, retórica en Cartago, capital del África romana: llegó a dominar perfectamente el latín, pero no alcanzó el mismo dominio en griego, ni aprendió el púnico, la lengua de sus paisanos. Precisamente en Cartago San Agustín leyó por primera vez el Hortensius, obra de Cicerón que después se perdió y que se sitúa en el inicio de su camino hacia la conversión. Ese texto ciceroniano despertó en él el amor por la sabiduría, como escribirá, siendo ya obispo, en las Confesiones: «Aquel libro cambió mis aficiones» hasta el punto de que «de repente me pareció vil toda vana esperanza, y con increíble ardor de corazón deseaba la inmortalidad de la sabiduría» (III, 4, 7).
Pero, dado que estaba convencido de que sin Jesús no puede decirse que se ha encontrado efectivamente la verdad, y dado que en ese libro apasionante faltaba ese nombre, al acabar de leerlo comenzó a leer la Escritura, la Biblia. Pero quedó decepcionado, no sólo porque el estilo latino de la traducción de la sagrada Escritura era deficiente, sino también porque el mismo contenido no le pareció satisfactorio. En las narraciones de la Escritura sobre guerras y otras vicisitudes humanas no encontraba la altura de la filosofía, el esplendor de la búsqueda de la verdad, propio de la filosofía. Sin embargo, no quería vivir sin Dios; buscaba una religión que respondiera a su deseo de verdad y también a su deseo de acercarse a Jesús.
De esta manera, cayó en la red de los maniqueos, que se presentaban como cristianos y prometían una religión totalmente racional. Afirmaban que el mundo se divide en dos principios:
- el bien y
- el mal.
Así se explicaría toda la complejidad de la historia humana. También la moral dualista atraía a San Agustín, pues implicaba una moral muy elevada para los elegidos; quienes, como él, se adherían a esa moral podían llevar una vida mucho más adecuada a la situación de la época, especialmente los jóvenes.
Por tanto, se hizo maniqueo, convencido en ese momento de que había encontrado la síntesis entre racionalidad, búsqueda de la verdad y amor a Jesucristo. Y sacó también una ventaja concreta para su vida: la adhesión a los maniqueos abría fáciles perspectivas de carrera. Adherirse a esa religión, que contaba con muchas personalidades influyentes, le permitía seguir su relación con una mujer y progresar en su carrera. De esa mujer tuvo un hijo, Adeodato, al que quería mucho, muy inteligente, que después estaría presente en su preparación para el bautismo junto al lago de Como, participando en los Diálogos que San Agustín nos dejó. Por desgracia, el muchacho falleció prematuramente.
Cuando tenía alrededor de veinte años, fue profesor de gramática en su ciudad natal, pero pronto regresó a Cartago, donde se convirtió en un brillante y famoso maestro de retórica. Con el paso del tiempo, sin embargo, comenzó a alejarse de la fe de los maniqueos, que le decepcionaron precisamente desde el punto de vista intelectual, pues eran incapaces de resolver sus dudas; se trasladó a Roma y después a Milán, donde residía entonces la corte imperial y donde había obtenido un puesto de prestigio, por recomendación del prefecto de Roma, el pagano Simaco, que era hostil al obispo de Milán, San Ambrosio.
En Milán, San Agustín adquirió la costumbre de escuchar, al inicio con el fin de enriquecer su bagaje retórico, las bellísimas predicaciones del obispo San Ambrosio, que había sido representante del emperador para el norte de Italia. El retórico africano quedó fascinado por la palabra del gran prelado milanés; y no sólo por su retórica. Sobre todo el contenido fue tocando cada vez más su corazón.
El gran problema del Antiguo Testamento, de la falta de belleza retórica y de altura filosófica, se resolvió con las predicaciones de San Ambrosio, gracias a la interpretación tipológica del Antiguo Testamento: san Agustín comprendió que todo el Antiguo Testamento es un camino hacia Jesucristo. De este modo, encontró la clave para comprender la belleza, la profundidad, incluso filosófica, del Antiguo Testamento; y comprendió toda la unidad del misterio de Cristo en la historia, así como la síntesis entre filosofía, racionalidad y fe en el Logos, en Cristo, Verbo eterno, que se hizo carne.
Pronto San Agustín se dio cuenta de que la interpretación alegórica de la Escritura y la filosofía neoplatónica del obispo de Milán le permitían resolver las dificultades intelectuales que, cuando era más joven, en su primer contacto con los textos bíblicos, le habían parecido insuperables.
Así, tras la lectura de los escritos de los filósofos, San Agustín se dedicó a hacer una nueva lectura de la Escritura y sobre todo de las cartas de San Pablo. Por tanto, la conversión al cristianismo, el 15 de agosto del año 386, llegó al final de un largo y agitado camino interior, del que hablaremos en otra catequesis. Se trasladó al campo, al norte de Milán, junto al lago de Como, con su madre Mónica, su hijo Adeodato y un pequeño grupo de amigos, para prepararse al bautismo. Así, a los 32 años, San Agustín fue bautizado por San Ambrosio el 24 de abril del año 387, durante la Vigilia pascual, en la catedral de Milán.
Después del bautismo, San Agustín decidió regresar a África con sus amigos, con la idea de llevar vida en común, al estilo monástico, al servicio de Dios. Pero en Ostia, mientras esperaba para embarcarse, su madre repentinamente se enfermó y poco más tarde murió, destrozando el corazón de su hijo.
Tras regresar finalmente a su patria, el convertido se estableció en Hipona para fundar allí un monasterio. En esa ciudad de la costa africana, a pesar de resistirse, fue ordenado presbítero en el año 391 y comenzó con algunos compañeros la vida monástica en la que pensaba desde hacía bastante tiempo, repartiendo su tiempo entre la oración, el estudio y la predicación. Quería dedicarse sólo al servicio de la verdad; no se sentía llamado a la vida pastoral, pero después comprendió que la llamada de Dios significaba ser pastor entre los demás y así ofrecerles el don de la verdad. En Hipona, cuatro años después, en el año 395, fue consagrado obispo.
Al seguir profundizando en el estudio de las Escrituras y de los textos de la tradición cristiana, San Agustín se convirtió en un obispo ejemplar por su incansable compromiso pastoral:
- predicaba varias veces a la semana a sus fieles,
- ayudaba a los pobres y a los huérfanos,
- cuidaba la formación del clero y la organización de monasterios femeninos y masculinos.
En poco tiempo, el antiguo retórico se convirtió en uno de los exponentes más importantes del cristianismo de esa época: muy activo en el gobierno de su diócesis, también con notables implicaciones civiles, en sus más de 35 años de episcopado, el obispo de Hipona influyó notablemente en la dirección de la Iglesia católica del África romana y, más en general, en el cristianismo de su tiempo, afrontando tendencias religiosas y herejías tenaces y disgregadoras, como el maniqueísmo, el donatismo y el pelagianismo, que ponían en peligro la fe cristiana en el Dios único y rico en misericordia.
Y San Agustín se encomendó a Dios cada día, hasta el final de su vida: afectado por la fiebre mientras la ciudad de Hipona se encontraba asediada desde hacía casi tres meses por los vándalos invasores, como cuenta su amigo Posidio en la Vita Augustini, el obispo pidió que le transcribieran con letras grandes los salmos penitenciales «y pidió que colgaran las hojas en la pared de enfrente, de manera que desde la cama, durante su enfermedad, los podía ver y leer, y lloraba intensamente sin interrupción» (31, 2). Así pasaron los últimos días de la vida de San Agustín, que falleció el 28 de agosto del año 430, sin haber cumplido los 76 años. A sus obras, a su mensaje y a su experiencia interior dedicaremos los próximos encuentros.
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles, 16 de Enero de 2008
SAN AGUSTÍN (2)
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy, al igual que el miércoles pasado, quiero hablar del gran obispo de Hipona, San Agustín. Cuatro años antes de morir, quiso nombrar a su sucesor. Por eso, el 26 de septiembre del año 426, reunió al pueblo en la basílica de la Paz, en Hipona, para presentar a los fieles a quien había designado para esa misión. Dijo: «En esta vida todos somos mortales, pero para cada persona el último día de esta vida es siempre incierto. Sin embargo, en la infancia se espera llegar a la adolescencia; en la adolescencia, a la juventud; en la juventud, a la edad adulta; en la edad adulta, a la edad madura; en la edad madura, a la vejez. Nadie está seguro de que llegará, pero lo espera. La vejez, por el contrario, no tiene ante sí otro período en el que poder esperar; su misma duración es incierta… Yo, por voluntad de Dios, llegué a esta ciudad en el vigor de mi vida; pero ahora mi juventud ha pasado y ya soy viejo» (Ep. 213, 1).
En ese momento, San Agustín dio el nombre de su sucesor designado, el sacerdote Heraclio. La asamblea estalló en un aplauso de aprobación repitiendo veintitrés veces: «¡Demos gracias a Dios! ¡Alabemos a Cristo!». Con otras aclamaciones, los fieles aprobaron, además, lo que después dijo San Agustín sobre sus propósitos para su futuro: quería dedicar los años que le quedaban a un estudio más intenso de las sagradas Escrituras (cf. Ep. 213, 6).
De hecho, en los cuatro años siguientes llevó a cabo una extraordinaria actividad intelectual:
- escribió obras importantes,
- emprendió otras no menos relevantes,
- mantuvo debates públicos con los herejes —siempre buscaba el diálogo—,
- promovió la paz en las provincias africanas amenazadas por las tribus bárbaras del sur.
En este sentido escribió al Conde Darío, que había ido a África para tratar de solucionar la disputa entre el Conde Bonifacio y la corte imperial, de la que se estaban aprovechando las tribus de los moros para sus correrías: «Acabar con la guerra mediante la palabra, y buscar o mantener la paz con la paz y no con la guerra, es un título de gloria mucho mayor que matar a los hombres con la espada. Ciertamente, incluso quienes combaten, si son buenos, buscan sin duda la paz, pero a costa de derramar sangre. Tú, por el contrario, has sido enviado precisamente para impedir que haya derramamiento de sangre» (Ep. 229, 2).
Por desgracia, la esperanza de una pacificación de los territorios africanos quedó defraudada: en mayo del año 429 los vándalos, invitados a África como venganza por el mismo Bonifacio, pasaron el estrecho de Gibraltar y penetraron en Mauritania. La invasión se extendió rápidamente por las otras ricas provincias africanas. En mayo o junio del año 430, «los destructores del imperio romano», como califica Posidio a esos bárbaros (Vida, 30, 1), ya rodeaban Hipona, asediándola.
En la ciudad se había refugiado también Bonifacio, el cual, habiéndose reconciliado demasiado tarde con la corte, trataba en vano de bloquear el paso a los invasores. El biógrafo Posidio describe el dolor de San Agustín: «Las lágrimas eran, más que de costumbre, su pan día y noche y, habiendo llegado ya al final de su vida, vivía su vejez en la amargura y en el luto más que los demás» (Vida, 28, 6). Y explica: «Ese hombre de Dios veía las matanzas y las destrucciones de las ciudades; las casas destruidas en los campos y a los habitantes asesinados por los enemigos o desplazados; las iglesias sin sacerdotes y ministros; las vírgenes consagradas y los religiosos dispersos por doquier; entre ellos, algunos habían desfallecido en las torturas, otros habían sido asesinados con la espada, otros habían sido hechos prisioneros, perdida la integridad del alma y del cuerpo e incluso la fe, reducidos a una dolorosa y larga esclavitud por los enemigos» (ib., 28, 8).
Aunque era anciano y estaba cansado, San Agustín permaneció en la brecha, confortándose a sí mismo y a los demás con la oración y con la meditación de los misteriosos designios de la Providencia. Al respecto, hablaba de la «vejez del mundo» —y en realidad ese mundo romano era viejo—; hablaba de esta vejez como lo había hecho ya algunos años antes para consolar a los refugiados procedentes de Italia, cuando en el año 410 los godos de Alarico invadieron la ciudad de Roma.
En la vejez —decía— abundan los achaques: tos, catarro, legañas, ansiedad, agotamiento. Pero si el mundo envejece, Cristo es siempre joven. Por eso, hacía la invitación:
«No rechaces rejuvenecer con Cristo, incluso en un mundo envejecido. Él te dice: «No temas, tu juventud se renovará como la del águila»» (cf. Serm. 81, 8). Por eso el cristiano no debe abatirse, incluso en situaciones difíciles, sino que ha de esforzarse por ayudar a los necesitados.
Es lo que el gran Doctor sugiere respondiendo al obispo de Tiabe, Honorato, el cual le había preguntado si, ante la amenaza de las invasiones bárbaras, un obispo o un sacerdote o cualquier hombre de Iglesia podía huir para salvar la vida: «Cuando el peligro es común a todos, es decir, para obispos, clérigos y laicos, quienes tienen necesidad de los demás no deben ser abandonados por aquellos de quienes tienen necesidad. En este caso, todos deben refugiarse en lugares seguros; pero si algunos necesitan quedarse, no los han de abandonar quienes tienen el deber de asistirles con el ministerio sagrado, de manera que o se salven juntos o juntos soporten las calamidades que el Padre de familia quiera que sufran» (Ep. 228, 2). Y concluía: «Esta es la prueba suprema de la caridad» (ib., 3). ¿Cómo no reconocer en estas palabras el heroico mensaje que tantos sacerdotes, a lo largo de los siglos, han acogido y hecho propio?
Mientras tanto la ciudad de Hipona resistía. La casa-monasterio de San Agustín había abierto sus puertas para acoger a sus hermanos en el episcopado que pedían hospitalidad. Entre estos se encontraba también Posidio, que había sido su discípulo, el cual de este modo pudo dejarnos el testimonio directo de aquellos últimos y dramáticos días.
«En el tercer mes de aquel asedio —narra— se acostó con fiebre: era su última enfermedad» (Vida, 29, 3). El santo anciano aprovechó aquel momento, finalmente libre, para dedicarse con más intensidad a la oración. Solía decir que nadie, obispo, religioso o laico, por más irreprensible que pudiera parecer su conducta, puede afrontar la muerte sin una adecuada penitencia. Por este motivo, repetía continuamente entre lágrimas los salmos penitenciales, que tantas veces había recitado con el pueblo (cf. ib., 31, 2).
Cuanto más se agravaba su enfermedad, más necesidad sentía el obispo moribundo de soledad y de oración: «Para que nadie le molestara en su recogimiento, unos diez días antes de abandonar el cuerpo nos pidió a los presentes que no dejáramos entrar a nadie en su habitación, a excepción de los momentos en los que los médicos iban a visitarlo o cuando le llevaban la comida. Su voluntad se cumplió escrupulosamente y durante todo ese tiempo él se dedicaba a la oración» (ib., 31, 3). Murió el 28 de agosto del año 430: su gran corazón finalmente pudo descansar en Dios.
«Para la inhumación de su cuerpo —informa Posidio— se ofreció a Dios el sacrificio, al que asistimos, y después fue sepultado» (Vida, 31, 5). Su cuerpo, en fecha incierta, fue trasladado a Cerdeña y, hacia el año 725, a Pavía, a la Basílica de San Pedro en el Cielo de Oro, donde descansa en la actualidad. Su primer biógrafo da de él este juicio conclusivo: «Dejó a la Iglesia un clero muy numeroso, así como monasterios de hombres y de mujeres llenos de personas con voto de continencia bajo la obediencia de sus superiores, además de bibliotecas que contenían los libros y discursos suyos y de otros santos, gracias a los cuales se conoce cuál ha sido por gracia de Dios su mérito y su grandeza en la Iglesia, y en los cuales los fieles siempre lo encuentran vivo» (Posidio, Vida, 31, 8).
Es un juicio que podemos compartir: en sus escritos también nosotros lo «encontramos vivo».
Cuando leo los escritos de san Agustín no tengo la impresión de que se trate de un hombre que murió hace más o menos mil seiscientos años, sino que lo siento como un hombre de hoy: un amigo, un contemporáneo que me habla, que nos habla con su fe lozana y actual.
En San Agustín, que nos habla, que me habla a mí en sus escritos, vemos la actualidad permanente de su fe, de la fe que viene de Cristo, Verbo eterno encarnado, Hijo de Dios e Hijo del hombre. Y podemos ver que esta fe no es de ayer, aunque haya sido predicada ayer; es siempre actual, porque Cristo es realmente ayer, hoy y para siempre. Él es el camino, la verdad y la vida. De este modo san Agustín nos impulsa a confiar en este Cristo siempre vivo y a encontrar así el camino de la vida.
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles, 30 de Enero de 2008
SAN AGUSTÍN (3): ARMONÍA ENTRE FE Y RAZÓN
Queridos amigos:
Después de la Semana de oración por la unidad de los cristianos volvemos hoy a hablar de la gran figura de San Agustín. Mi querido predecesor Juan Pablo II le dedicó, en 1986, es decir, en el decimosexto centenario de su conversión, un largo y denso documento, la carta apostólica Augustinum Hipponensem (cf. L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 14 de septiembre de 1986, pp. 15-21). El mismo Papa definió ese texto como «una acción de gracias a Dios por el don que hizo a la Iglesia, y mediante ella a la humanidad entera, gracias a aquella admirable conversión» (n. 1).
Sobre el tema de la conversión hablaré en una próxima audiencia. Es un tema fundamental, no sólo para su vida personal, sino también para la nuestra. En el evangelio del domingo pasado el Señor mismo resumió su predicación con la palabra: «Convertíos». Siguiendo el camino de san Agustín, podríamos meditar en lo que significa esta conversión: es algo definitivo, decisivo, pero la decisión fundamental debe desarrollarse, debe realizarse en toda nuestra vida.
La catequesis de hoy está dedicada, en cambio, al tema de la fe y la razón, un tema determinante, o mejor, el tema determinante de la biografía de San Agustín. De niño había aprendido de su madre, Santa Mónica, la fe católica. Pero siendo adolescente había abandonado esta fe porque ya no lograba ver su racionalidad y no quería una religión que no fuera también para él expresión de la razón, es decir, de la verdad. Su sed de verdad era radical y lo llevó a alejarse de la fe católica. Pero era tan radical que no podía contentarse con filosofías que no llegaran a la verdad misma, que no llegaran hasta Dios. Y a un Dios que no fuera sólo una hipótesis cosmológica última, sino que fuera el verdadero Dios, el Dios que da la vida y que entra en nuestra misma vida. De este modo, todo el itinerario intelectual y espiritual de San Agustín constituye un modelo válido también hoy en la relación entre fe y razón, tema no sólo para hombres creyentes, sino también para todo hombre que busca la verdad, tema central para el equilibrio y el destino de todo ser humano.
Estas dos dimensiones, fe y razón, no deben separarse ni contraponerse, sino que deben estar siempre unidas. Como escribió San Agustín tras su conversión, fe y razón son «las dos fuerzas que nos llevan a conocer» (Contra academicos, III, 20, 43). A este respecto, son justamente célebres sus dos fórmulas (cf. Sermones, 43, 9) con las que expresa esta síntesis coherente entre fe y razón:
- crede ut intelligas («cree para comprender») —creer abre el camino para cruzar la puerta de la verdad—, pero también y de manera inseparable,
- intellige ut credas («comprende para creer»), escruta la verdad para poder encontrar a Dios y creer.
Las dos afirmaciones de San Agustín expresan con gran eficacia y profundidad la síntesis de este problema, en la que la Iglesia católica ve manifestado su camino. Históricamente esta síntesis se fue formando, ya antes de la venida de Cristo, en el encuentro entre la fe judía y el pensamiento griego en el judaísmo helenístico. Sucesivamente, en la historia, esta síntesis fue retomada y desarrollada por muchos pensadores cristianos. La armonía entre fe y razón significa sobre todo que Dios no está lejos: no está lejos de nuestra razón y de nuestra vida; está cerca de todo ser humano, cerca de nuestro corazón y de nuestra razón, si realmente nos ponemos en camino.
San Agustín experimentó con extraordinaria intensidad esta cercanía de Dios al hombre. La presencia de Dios en el hombre es profunda y al mismo tiempo misteriosa, pero puede reconocerse y descubrirse en la propia intimidad: no hay que salir fuera —afirma el convertido—; «vuelve a ti mismo. La verdad habita en lo más íntimo del hombre. Y si encuentras que tu naturaleza es mudable, trasciéndete a ti mismo. Pero, al hacerlo, recuerda que trasciendes un alma que razona. Así pues, dirígete adonde se enciende la luz misma de la razón» (De vera religione, 39, 72). Con una afirmación famosísima del inicio de las Confesiones, autobiografía espiritual escrita en alabanza de Dios, él mismo subraya: «Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto, hasta que descanse en ti» (I, 1, 1).
La lejanía de Dios equivale, por tanto, a la lejanía de sí mismos. «Porque tú —reconoce San Agustín (Confesiones, III, 6, 11)— estabas más dentro de mí que lo más íntimo de mí, y más alto que lo supremo de mi ser» («interior intimo meo et superior summo meo»), hasta el punto de que, como añade en otro pasaje recordando el tiempo precedente a su conversión, «tú estabas, ciertamente, delante de mí, mas yo me había alejado también de mí, y no acertaba a hallarme, ¡cuánto menos a ti!» (Confesiones, V, 2, 2).
Precisamente porque San Agustín vivió a fondo este itinerario intelectual y espiritual, supo presentarlo en sus obras con tanta claridad, profundidad y sabiduría, reconociendo en otros dos famosos pasajes de las Confesiones (IV, 4, 9 y 14, 22) que el hombre es «un gran enigma» (magna quaestio) y «un gran abismo» (grande profundum), enigma y abismo que sólo Cristo ilumina y colma. Esto es importante: quien está lejos de Dios también está lejos de sí mismo, alienado de sí mismo, y sólo puede encontrarse a sí mismo si se encuentra con Dios. De este modo logra llegar a sí mismo, a su verdadero yo, a su verdadera identidad.
El ser humano —subraya después San Agustín en el De civitate Dei (XII, 27)— es sociable por naturaleza pero antisocial por vicio, y quien lo salva es Cristo, único mediador entre Dios y la humanidad, y «camino universal de la libertad y de la salvación», como repitió mi predecesor Juan Pablo II (Augustinum Hipponensem, 21). Fuera de este camino, que nunca le ha faltado al género humano —afirma también San Agustín en esa misma obra— «nadie ha sido liberado nunca, nadie es liberado y nadie será liberado» (De civitate Dei X, 32, 2). Como único mediador de la salvación, Cristo es cabeza de la Iglesia y está unido místicamente a ella, hasta el punto de que San Agustín puede afirmar: «Nos hemos convertido en Cristo. En efecto, si él es la cabeza, nosotros somos sus miembros; el hombre total es él y nosotros» (In Iohannis evangelium tractatus, 21, 8).
Según la concepción de San Agustín, la Iglesia, pueblo de Dios y casa de Dios, está por tanto íntimamente vinculada al concepto de Cuerpo de Cristo, fundamentada en la relectura cristológica del Antiguo Testamento y en la vida sacramental centrada en la Eucaristía, en la que el Señor nos da su Cuerpo y nos transforma en su Cuerpo. Por tanto, es fundamental que la Iglesia, pueblo de Dios, en sentido cristológico y no en sentido sociológico, esté verdaderamente insertada en Cristo, el cual, como afirma San Agustín en una página hermosísima, «ora por nosotros, ora en nosotros; nosotros oramos a él; él ora por nosotros como sacerdote; ora en nosotros como nuestra cabeza; y nosotros oramos a él como a nuestro Dios; por tanto, reconocemos en él nuestra voz y la suya en nosotros» (Enarrationes in Psalmos, 85, 1).
En la conclusión de la carta apostólica Augustinum Hipponensem, Juan Pablo II pregunta al mismo santo qué quería decir a los hombres de hoy y responde, ante todo, con las palabras que san Agustín escribió en una carta dictada poco después de su conversión: «A mí me parece que hay que conducir de nuevo a los hombres… a la esperanza de encontrar la verdad» (Ep., 1, 1), la verdad que es Cristo mismo, Dios verdadero, a quien se dirige una de las oraciones más hermosas y famosas de las Confesiones (X, 27, 38): «Tarde te amé, hermosura tan antigua, y tan nueva, tarde te amé. Y he aquí que tú estabas dentro de mí, y yo fuera, y fuera te buscaba yo, y me arrojaba sobre esas hermosuras que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo. Me mantenían lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no existirían. Llamaste y gritaste, y rompiste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y ahuyentaste mi ceguera; exhalaste tu fragancia, la respiré y suspiro por ti; te gusté y tengo hambre y sed de ti; me tocaste y me abrasé en tu paz».
San Agustín encontró a Dios y durante toda su vida lo experimentó hasta el punto de que esta realidad —que es ante todo el encuentro con una Persona, Jesús— cambió su vida, como cambia la de cuantos, hombres y mujeres, en cualquier tiempo, tienen la gracia de encontrarse con él. Pidamos al Señor que nos dé esta gracia y nos haga encontrar así su paz.
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles, 20 de Febrero de 2008
SAN AGUSTÍN (4): LAS OBRAS DE SAN AGUSTÍN
Queridos hermanos y hermanas:
Tras la pausa de los ejercicios espirituales de la semana pasada, hoy volvemos a presentar la gran figura de San Agustín, sobre el que ya he hablado varias veces en las catequesis del miércoles. Es el Padre de la Iglesia que ha dejado el mayor número de obras, y de ellas quiero hablar hoy brevemente. Algunos de los escritos de San Agustín son de fundamental importancia, no sólo para la historia del cristianismo, sino también para la formación de toda la cultura occidental: el ejemplo más claro son las Confesiones, sin duda uno de los libros de la antigüedad cristiana más leídos todavía hoy. Al igual que varios Padres de la Iglesia de los primeros siglos, aunque en una medida incomparablemente más amplia, también el obispo de Hipona ejerció una influencia amplia y persistente, como lo demuestra la sobreabundante tradición manuscrita de sus obras, que son realmente numerosas.
Él mismo las revisó algunos años antes de morir en las Retractationes y poco después de su muerte fueron cuidadosamente registradas en el Indiculus («índice») añadido por su fiel amigo Posidio a la biografía de San Agustín, Vita Augustini. La lista de las obras de San Agustín fue realizada con el objetivo explícito de salvaguardar su memoria mientras la invasión de los vándalos se extendía por toda el África romana y contabiliza mil treinta escritos numerados por su autor, junto con otros «que no pueden numerarse porque no les puso ningún número».
Posidio, obispo de una ciudad cercana, dictaba estas palabras precisamente en Hipona, donde se había refugiado y donde había asistido a la muerte de su amigo, y casi seguramente se basaba en el catálogo de la biblioteca personal de San Agustín. Hoy han sobrevivido más de trescientas cartas del obispo de Hipona, y casi seiscientas homilías, pero estas originalmente eran muchas más, quizá entre tres mil y cuatro mil, fruto de cuatro décadas de predicación del antiguo retórico, que había decidido seguir a Jesús, dejando de hablar a los grandes de la corte imperial para dirigirse a la población sencilla de Hipona.
En años recientes, el descubrimiento de un grupo de cartas y de algunas homilías ha enriquecido nuestro conocimiento de este gran Padre de la Iglesia. «Muchos libros —escribe Posidio— fueron redactados y publicados por él, muchas predicaciones fueron pronunciadas en la iglesia, transcritas y corregidas, ya sea para confutar a herejes ya sea para interpretar las sagradas Escrituras para edificación de los santos hijos de la Iglesia. Estas obras —subraya el obispo amigo— son tan numerosas que a duras penas un estudioso tiene la posibilidad de leerlas y aprender a conocerlas» (Vita Augustini, 18, 9).
Entre la producción literaria de San Agustín —por tanto, más de mil publicaciones subdivididas en
- escritos filosóficos,
- apologéticos,
- doctrinales,
- morales,
- monásticos,
- exegéticos y
- contra los herejes,
además de
- las cartas y
- homilías
— destacan algunas obras excepcionales de gran importancia teológica y filosófica. Ante todo, hay que recordar las Confesiones, antes mencionadas, escritas en trece libros entre los años 397 y 400 para alabanza de Dios. Son una especie de autobiografía en forma de diálogo con Dios. Este género literario refleja precisamente la vida de San Agustín, que no estaba cerrada en sí misma, dispersa en muchas cosas, sino vivida esencialmente como un diálogo con Dios y, de este modo, una vida con los demás.
El título Confesiones indica ya lo específico de esta autobiografía. En el latín cristiano desarrollado por la tradición de los Salmos, la palabra confessiones tiene dos significados, que se entrecruzan. Confessiones indica,
- en primer lugar, la confesión de las propias debilidades, de la miseria de los pecados;
- pero al mismo tiempo, confessiones significa alabanza a Dios, reconocimiento de Dios.
Ver la propia miseria a la luz de Dios se convierte en alabanza a Dios y en acción de gracias porque dios nos ama y nos acepta, nos transforma y nos eleva hacia sí mismo.
Sobre estas Confesiones, que tuvieron gran éxito ya en vida de San Agustín, escribió él mismo: «Han ejercido sobre mí un gran influjo mientras las escribía y lo siguen ejerciendo todavía cuando las vuelvo a leer. Hay muchos hermanos a quienes gustan estas obras» (Retractationes, II, 6):
y tengo que reconocer que yo también soy uno de estos «hermanos». Gracias a las Confesiones podemos seguir, paso a paso, el camino interior de este hombre extraordinario y apasionado por Dios.
Menos difundidas, aunque igualmente originales y muy importantes son, también, las Retractationes, redactadas en dos libros en torno al año 427, en las que San Agustín, ya anciano, realiza una labor de «revisión» (retractatio) de toda su obra escrita, dejando así un documento literario singular y sumamente precioso, pero también una enseñanza de sinceridad y de humildad intelectual.
De civitate Dei, obra imponente y decisiva para el desarrollo del pensamiento político occidental y para la teología cristiana de la historia, fue escrita entre los años 413 y 426 en veintidós libros. La ocasión fue el saqueo de Roma por parte de los godos en el año 410. Muchos paganos de entonces, y también muchos cristianos, habían dicho: Roma ha caído, ahora el Dios cristiano y los apóstoles ya no pueden proteger la ciudad. Durante la presencia de las divinidades paganas, Roma era caput mundi, la gran capital, y nadie podía imaginar que caería en manos de los enemigos. Ahora, con el Dios cristiano, esta gran ciudad ya no parecía segura. Por tanto, el Dios de los cristianos no protegía, no podía ser el Dios a quien convenía encomendarse. A esta objeción, que también tocaba profundamente el corazón de los cristianos, responde San Agustín con esta grandiosa obra, De civitate Dei, aclarando qué es lo que debían esperarse de Dios y qué es lo que no podían esperar de él, cuál es la relación entre la esfera política y la esfera de la fe, de la Iglesia. Este libro sigue siendo una fuente para definir bien la auténtica laicidad y la competencia de la Iglesia, la grande y verdadera esperanza que nos da la fe.
Este gran libro es una presentación de la historia de la humanidad gobernada por la divina Providencia, pero actualmente dividida en dos amores. Y este es el designio fundamental, su interpretación de la historia, la lucha entre dos amores: el amor a sí mismo «hasta el desprecio de Dios» y el amor a Dios «hasta el desprecio de sí mismo», (De civitate Dei, XIV, 28), hasta la plena libertad de sí mismo para los demás a la luz de Dios. Este es, tal vez, el mayor libro de San Agustín, de una importancia permanente.
Igualmente importante es el De Trinitate, obra en quince libros sobre el núcleo principal de la fe cristiana, la fe en el Dios trino, escrita en dos tiempos: entre los años 399 y 412 los primeros doce libros, publicados sin saberlo san Agustín, el cual hacia el año 420 los completó y revisó toda la obra. En ella reflexiona sobre el rostro de Dios y trata de comprender este misterio de Dios, que es único, el único creador del mundo, de todos nosotros: precisamente este Dios único es trinitario, un círculo de amor. Trata de comprender el misterio insondable: precisamente su ser trinitario, en tres Personas, es la unidad más real y profunda del único Dios.
El libro De doctrina christiana es, en cambio, una auténtica introducción cultural a la interpretación de la Biblia y, en definitiva, al cristianismo mismo, y tuvo una importancia decisiva en la formación de la cultura occidental.
Con gran humildad, San Agustín fue ciertamente consciente de su propia talla intelectual. Pero para él era más importante llevar el mensaje cristiano a los sencillos que redactar grandes obras de elevado nivel teológico. Esta intención profunda, que le guió durante toda su vida, se manifiesta en una carta escrita a su colega Evodio, en la que le comunica la decisión de dejar de dictar por el momento los libros del De Trinitate, «pues son demasiado densos y creo que son pocos los que los pueden entender; urgen más textos que esperamos sean útiles a muchos» (Epistulae, 169, 1, 1). Por tanto, para él era más útil comunicar la fe de manera comprensible para todos, que escribir grandes obras teológicas.
La gran responsabilidad que sentía por la divulgación del mensaje cristiano se encuentra en el origen de escritos como el De catechizandis rudibus, una teoría y también una práctica de la catequesis, o el Psalmus contra partem Donati. Los donatistas eran el gran problema del África de San Agustín, un cisma específicamente africano. Los donatistas afirmaban: la auténtica cristiandad es la africana. Se oponían a la unidad de la Iglesia. Contra este cisma el gran obispo luchó durante toda su vida, tratando de convencer a los donatistas de que incluso la africanidad sólo puede ser verdadera en la unidad. Y para que le entendieran los sencillos, los que no podían comprender el gran latín del retórico, dijo: tengo que escribir incluso con errores gramaticales, en un latín muy simplificado. Y lo hizo, sobre todo en este Psalmus, una especie de poesía sencilla contra los donatistas para ayudar a toda la gente a comprender que sólo en la unidad de la Iglesia se realiza realmente para todos nuestra relación con Dios y crece la paz en el mundo.
En esta producción destinada a un público más amplio reviste particular importancia su gran número de homilías, con frecuencia improvisadas, transcritas por taquígrafos durante la predicación e inmediatamente puestas en circulación. Entre estas destacan las bellísimas Enarrationes in Psalmos, muy leídas en la Edad Media. La publicación de las miles de homilías de San Agustín —con frecuencia sin el control del autor— explica su amplia difusión y su dispersión sucesiva, así como su vitalidad. Inmediatamente las predicaciones del obispo de Hipona, por la fama del autor, se convirtieron en textos sumamente requeridos. Para los demás obispos y sacerdotes servían también de modelos, adaptados a contextos siempre nuevos.
En la tradición iconográfica, un fresco de Letrán que se remonta al siglo VI, representa a San Agustín con un libro en la mano , no sólo para expresar su producción literaria, que tanta influencia ejerció en la mentalidad y en el pensamiento cristianos, sino también para expresar su amor por los libros, por la lectura y el conocimiento de la gran cultura precedente. A su muerte, cuenta Posidio, no dejó nada, pero «recomendaba siempre que se conservara diligentemente para las futuras generaciones la biblioteca de la iglesia con todos sus códices», sobre todo los de sus obras. En estas, subraya Posidio, San Agustín está «siempre vivo» y es muy útil para quien lee sus escritos, aunque —concluye— «creo que pudieron sacar más provecho de su contacto los que lo pudieron ver y escuchar cuando hablaba personalmente en la iglesia, y sobre todo los que fueron testigos de su vida cotidiana entre la gente» (Vita Augustini, 31).
Sí, también a nosotros nos hubiera gustado poderlo escuchar vivo. Pero sigue realmente vivo en sus escritos, está presente en nosotros y de este modo vemos también la permanente vitalidad de la fe por la que dio toda su vida.
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles, 27 de Febrero de 2008
SAN AGUSTÍN (5): LAS CONVERSIONES
Queridos hermanos y hermanas:
Con el encuentro de hoy quiero concluir la presentación de la figura de San Agustín. Después de comentar su vida, sus obras, y algunos aspectos de su pensamiento, hoy quiero volver a hablar de su experiencia interior, que hizo de él uno de los más grandes convertidos de la historia cristiana. A esta experiencia dediqué en particular mi reflexión durante la peregrinación que realicé a Pavía, el año pasado, para venerar los restos mortales de este Padre de la Iglesia. De ese modo le expresé el homenaje de toda la Iglesia católica, y al mismo tiempo manifesté mi personal devoción y reconocimiento con respecto a una figura a la que me siento muy unido por el influjo que ha tenido en mi vida de teólogo, de sacerdote y de pastor.
Todavía hoy es posible revivir la historia de San Agustín sobre todo gracias a las Confesiones, escritas para alabanza de Dios, que constituyen el origen de una de las formas literarias más específicas de Occidente, la autobiografía, es decir, la expresión personal de la propia conciencia. Pues bien, cualquiera que se acerque a este extraordinario y fascinante libro, muy leído todavía hoy, fácilmente se da cuenta de que la conversión de San Agustín no fue repentina ni se realizó plenamente desde el inicio, sino que puede definirse más bien como un auténtico camino, que sigue siendo un modelo para cada uno de nosotros.
Ciertamente, este itinerario culminó con la conversión y después con el bautismo, pero no se concluyó en aquella Vigilia pascual del año 387, cuando en Milán el retórico africano fue bautizado por el obispo San Ambrosio. El camino de conversión de San Agustín continuó humildemente hasta el final de su vida, y se puede decir con verdad que sus diferentes etapas —se pueden distinguir fácilmente tres— son una única y gran conversión.
San Agustín buscó apasionadamente la verdad: lo hizo desde el inicio y después durante toda su vida. La primera etapa en su camino de conversión se realizó precisamente en el acercamiento progresivo al cristianismo. En realidad, había recibido de su madre, santa Mónica, a la que siempre estuvo muy unido, una educación cristiana y, a pesar de que en su juventud había llevado una vida desordenada, siempre sintió una profunda atracción por Cristo, habiendo bebido con la leche materna, como él mismo subraya (cf. Confesiones, III, 4, 8), el amor al nombre del Señor.
Pero también la filosofía, sobre todo la platónica, había contribuido a acercarlo más a Cristo, manifestándole la existencia del Logos, la razón creadora. Los libros de los filósofos le indicaban que existe la razón, de la que procede todo el mundo, pero no le decían cómo alcanzar este Logos, que parecía tan lejano. Sólo la lectura de las cartas de san Pablo, en la fe de la Iglesia católica, le reveló plenamente la verdad. San Agustín sintetizó esta experiencia en una de las páginas más famosas de las Confesiones: cuenta que, en el tormento de sus reflexiones, habiéndose retirado a un jardín, escuchó de repente una voz infantil que repetía una cantilena que nunca antes había escuchado: «tolle, lege; tolle, lege», «toma, lee; toma, lee» (VIII, 12, 29). Entonces se acordó de la conversión de san Antonio, padre del monaquismo, y solícitamente volvió a tomar el códice de san Pablo que poco antes tenía en sus manos: lo abrió y la mirada se fijó en el pasaje de la carta a los Romanos donde el Apóstol exhorta a abandonar las obras de la carne y a revestirse de Cristo (Rm 13, 13-14).
Había comprendido que esas palabras, en aquel momento, se dirigían personalmente a él, procedían de Dios a través del Apóstol y le indicaban qué debía hacer en ese momento. Así sintió cómo se disipaban las tinieblas de la duda y quedaba libre para entregarse totalmente a Cristo: «Habías convertido a ti mi ser», comenta (Confesiones, VIII, 12, 30). Esta fue la conversión primera y decisiva.
El retórico africano llegó a esta etapa fundamental de su largo camino gracias a su pasión por el hombre y por la verdad, pasión que lo llevó a buscar a Dios, grande e inaccesible. La fe en Cristo le hizo comprender que en realidad Dios no estaba tan lejos como parecía. Se había hecho cercano a nosotros, convirtiéndose en uno de nosotros. En este sentido, la fe en Cristo llevó a cumplimiento la larga búsqueda de San Agustín en el camino de la verdad. Sólo un Dios que se ha hecho «tocable», uno de nosotros, era realmente un Dios al que se podía rezar, por el cual y en el cual se podía vivir.
Es un camino que hay que recorrer con valentía y al mismo tiempo con humildad, abiertos a una purificación permanente, que todos necesitamos siempre. Pero, como hemos dicho, el camino de San Agustín no había concluido con aquella Vigilia pascual del año 387. Al regresar a África, fundó un pequeño monasterio y se retiró a él, junto a unos pocos amigos, para dedicarse a la vida contemplativa y al estudio. Este era el sueño de su vida. Ahora estaba llamado a vivir totalmente para la verdad, con la verdad, en la amistad de Cristo, que es la verdad. Un hermoso sueño que duró tres años, hasta que, contra su voluntad, fue consagrado sacerdote en Hipona y destinado a servir a los fieles. Ciertamente siguió viviendo con Cristo y por Cristo, pero al servicio de todos. Esto le resultaba muy difícil, pero desde el inicio comprendió que sólo podía realmente vivir con Cristo y por Cristo viviendo para los demás, y no simplemente para su contemplación privada.
Así, renunciando a una vida consagrada sólo a la meditación, San Agustín aprendió, a menudo con dificultad, a poner a disposición el fruto de su inteligencia para beneficio de los demás. Aprendió a comunicar su fe a la gente sencilla y a vivir así para ella en aquella ciudad que se convirtió en su ciudad, desempeñando incansablemente una actividad generosa y pesada, que describe con estas palabras en uno de sus bellísimos sermones: «Continuamente predicar, discutir, reprender, edificar, estar a disposición de todos, es una gran carga y un gran peso, una enorme fatiga» (Serm. 339, 4). Pero cargó con este peso, comprendiendo que precisamente así podía estar más cerca de Cristo. Su segunda conversión consistió en comprender que se llega a los demás con sencillez y humildad.
Pero hay una última etapa en el camino de San Agustín, una tercera conversión: la que lo llevó a pedir perdón a Dios cada día de su vida. Al inicio, había pensado que una vez bautizado, en la vida de comunión con Cristo, en los sacramentos, en la celebración de la Eucaristía, iba a llegar a la vida propuesta en el Sermón de la montaña: a la perfección donada en el bautismo y reconfirmada en la Eucaristía. En la última parte de su vida comprendió que no era verdad lo que había dicho en sus primeras predicaciones sobre el Sermón de la montaña: es decir, que nosotros, como cristianos, vivimos ahora permanentemente este ideal. Sólo Cristo mismo realiza verdadera y completamente el Sermón de la montaña. Nosotros siempre tenemos necesidad de ser lavados por Cristo, que nos lava los pies, y de ser renovados por él. Tenemos necesidad de una conversión permanente. Hasta el final necesitamos esta humildad que reconoce que somos pecadores en camino, hasta que el Señor nos da la mano definitivamente y nos introduce en la vida eterna. San Agustín murió con esta última actitud de humildad, vivida día tras día.
Esta actitud de humildad profunda ante el único Señor Jesús lo introdujo en la experiencia de una humildad también intelectual. San Agustín, que es una de las figuras más grandes en la historia del pensamiento, en los últimos años de su vida quiso someter a un lúcido examen crítico sus numerosísimas obras. Surgieron así las Retractationes («Revisiones»), que de este modo introducen su pensamiento teológico, verdaderamente grande, en la fe humilde y santa de aquella a la que llama sencillamente con el nombre de Catholica, es decir, la Iglesia. «He comprendido —escribe precisamente en este originalísimo libro (I, 19, 1-3)— que uno sólo es verdaderamente perfecto y que las palabras del Sermón de la montaña sólo se realizan totalmente en uno solo: en Jesucristo mismo. Toda la Iglesia, por el contrario —todos nosotros, incluidos los Apóstoles—, debemos rezar cada día: Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden».
San Agustín, convertido a Cristo, que es verdad y amor, lo siguió durante toda la vida y se transformó en un modelo para todo ser humano, para todos nosotros, en la búsqueda de Dios. Por eso quise concluir mi peregrinación a Pavía volviendo a entregar espiritualmente a la Iglesia y al mundo, ante la tumba de este gran enamorado de Dios, mi primera encíclica, Deus caritas est, la cual, en efecto, debe mucho, sobre todo en su primera parte, al pensamiento de san Agustín.
También hoy, como en su época, la humanidad necesita conocer y sobre todo vivir esta realidad fundamental: Dios es amor y el encuentro con él es la única respuesta a las inquietudes del corazón humano, un corazón en el que vive la esperanza —quizá todavía oscura e inconsciente en muchos de nuestros contemporáneos—, pero que para nosotros los cristianos abre ya hoy al futuro, hasta el punto de que San Pablo escribió que «en esperanza fuimos salvados» (Rm 8, 24). A la esperanza he dedicado mi segunda encíclica, Spe salvi, la cual también debe mucho a san Agustín y a su encuentro con Dios.
En un escrito sumamente hermoso, San Agustín define la oración como expresión del deseo y afirma que Dios responde ensanchando hacia él nuestro corazón. Por nuestra parte, debemos purificar nuestros deseos y nuestras esperanzas para acoger la dulzura de Dios (cf. In I Ioannis, 4, 6). Sólo ella nos salva, abriéndonos también a los demás.
Pidamos, por tanto, para que en nuestra vida se nos conceda cada día seguir el ejemplo de este gran convertido, encontrando como él en cada momento de nuestra vida al Señor Jesús, el único que nos salva, nos purifica y nos da la verdadera alegría, la verdadera vida.
16/10/2008 – DISCURSO A LOS PARTICIPANTES EN UN CONGRESO SOBRE EL TEMA «CONFIANZA EN LA RAZÓN» CON MOTIVO DEL X ANIVERSARIO DE LA ENCÍCLICA «FIDES ET RATIO»
DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
amables señoras,
ilustres señores:
Me alegra encontrarme con vosotros con ocasión del Congreso oportunamente organizado en el décimo aniversario de la encíclica Fides et ratio. Agradezco ante todo a Monseñor Rino Fisichella las cordiales palabras que me ha dirigido al inicio de este encuentro. Me complace que en las jornadas de estudio de vuestro Congreso colaboren concretamente la Universidad Lateranense, la Academia Pontificia de Ciencias y la Conferencia mundial de instituciones universitarias católicas de filosofía. Esa colaboración es siempre deseable, sobre todo cuando se está llamado a dar razón de la propia fe ante los desafíos cada vez más complejos que afrontan los creyentes en el mundo contemporáneo.
A diez años de distancia, una mirada atenta a la encíclica Fides et ratio permite percibir con admiración su actualidad perdurable: en ella se revela la clarividente profundidad de mi inolvidable predecesor. En efecto, la encíclica se caracteriza por su gran apertura con respecto a la razón, sobre todo en una época en la que se ha teorizado la debilidad de la razón. Juan Pablo II subraya en cambio la importancia de conjugar la fe y la razón en su relación recíproca, aunque respetando la esfera de autonomía propia de cada una.
La Iglesia, con este magisterio, se ha hecho intérprete de una exigencia emergente en el contexto cultural actual. Ha querido defender la fuerza de la razón y su capacidad de alcanzar la verdad, presentando una vez más la fe como una forma peculiar de conocimiento, gracias a la cual nos abrimos a la verdad de la Revelación (cf. Fides et ratio, 13). En la encíclica se lee que hay que tener confianza en la capacidad de la razón humana y no prefijarse metas demasiado modestas: «La fe mueve a la razón a salir de todo aislamiento y a apostar de buen grado por lo que es bello, bueno y verdadero. Así, la fe se hace abogada convencida y convincente de la razón» (n. 56).
Por lo demás, el paso del tiempo manifiesta cuántos objetivos ha sabido alcanzar la razón, movida por la pasión por la verdad. ¿Quién podría negar la contribución que los grandes sistemas filosóficos han dado al desarrollo de la autoconciencia del hombre y al progreso de las diversas culturas? Estas, por otra parte, se hacen fecundas cuando se abren a la verdad, permitiendo a cuantos participan en ellas alcanzar objetivos que hacen cada vez más humana la convivencia social. La búsqueda de la verdad da sus frutos sobre todo cuando está sostenida por el amor a la verdad. San Agustín escribió: «Lo que se posee con la mente se tiene conociéndolo, pero ningún bien se conoce perfectamente si no se ama perfectamente» (De diversis quaestionibus 35, 2).
Con todo, no podemos ignorar que se ha verificado un deslizamiento desde un pensamiento preferentemente especulativo a uno más experimental. La investigación se ha orientado sobre todo a la observación de la naturaleza tratando de descubrir sus secretos. El deseo de conocer la naturaleza se ha transformado después en la voluntad de reproducirla. Este cambio no ha sido indoloro: la evolución de los conceptos ha menoscabado la relación entre la fides y la ratio con la consecuencia de llevar a una y a otra a seguir caminos distintos. La conquista científica y tecnológica, con que la fides es cada vez más provocada a confrontarse, ha modificado el antiguo concepto de ratio; de algún modo, ha marginado a la razón que buscaba la verdad última de las cosas para dar lugar a una razón satisfecha con descubrir la verdad contingente de las leyes de la naturaleza.
La investigación científica tiene ciertamente su valor positivo. El descubrimiento y el incremento de las ciencias matemáticas, físicas, químicas y de las aplicadas son fruto de la razón y expresan la inteligencia con que el hombre consigue penetrar en las profundidades de la creación. La fe, por su parte, no teme el progreso de la ciencia y el desarrollo al que conducen sus conquistas, cuando estas tienen como fin al hombre, su bienestar y el progreso de toda la humanidad. Como recordaba el desconocido autor de la Carta a Diogneto: «Lo que mata no es el árbol de la ciencia, sino la desobediencia. No se tiene vida sin ciencia, ni ciencia segura sin vida verdadera» (XII, 2.4).
Sucede, sin embargo, que no siempre los científicos dirigen sus investigaciones a estos fines. La ganancia fácil, o peor aún, la arrogancia de sustituir al Creador desempeñan, a veces, un papel determinante. Esta es una forma de hybris de la razón, que puede asumir características peligrosas para la propia humanidad. La ciencia, por otra parte, no es capaz de elaborar principios éticos; puede sólo acogerlos en sí y reconocerlos como necesarios para erradicar sus eventuales patologías. En este contexto, la filosofía y la teología son ayudas indispensables con las que es preciso confrontarse para evitar que la ciencia avance sola por un sendero tortuoso, lleno de imprevistos y no privado de riesgos. Esto no significa en absoluto limitar la investigación científica o impedir a la técnica producir instrumentos de desarrollo; consiste, más bien, en mantener vigilante el sentido de responsabilidad que la razón y la fe poseen frente a la ciencia, para que permanezca en su estela de servicio al hombre.
La lección de San Agustín está siempre llena de significado, también en el contexto actual: «¿A qué llega —se pregunta el santo obispo de Hipona— quien sabe usar bien la razón, sino a la verdad? No es la verdad la que se alcanza a sí misma con el razonamiento, sino que a ella la buscan quienes usan la razón. (…) Confiesa que no eres tú la verdad, porque ella no se busca a sí misma; en cambio, tú no has llegado a ella pasando de un lugar a otro, sino buscándola con la disposición de la mente» (De vera religione, 39, 72). Equivale a decir: venga de donde venga la búsqueda de la verdad, permanece como dato que se ofrece y que puede ser reconocido ya presente en la naturaleza. De hecho, la inteligibilidad de la creación no es fruto del esfuerzo del científico, sino condición que se le ofrece para permitirle descubrir la verdad presente en ella. «El razonamiento no crea estas verdades —continúa san Agustín en su reflexión— sino que las descubre. Por tanto, estas subsisten en sí antes incluso de ser descubiertas, y una vez descubiertas nos renuevan» (ib., 39, 73). En síntesis, la razón debe cumplir plenamente su recorrido, con su plena autonomía y su rica tradición de pensamiento.
La razón, por otro lado, siente y descubre que, más allá de lo que ya ha alcanzado y conquistado, existe una verdad que nunca podrá descubrir partiendo de sí misma, sino sólo recibir como don gratuito. La verdad de la Revelación no se sobrepone a la alcanzada por la razón; más bien purifica la razón y la exalta, permitiéndole así dilatar sus propios espacios para insertarse en un campo de investigación insondable como el misterio mismo. La verdad revelada, en la «plenitud de los tiempos» (Ga 4, 4), tomó el rostro de una persona, Jesús de Nazaret, que trae la respuesta última y definitiva a la pregunta de sentido de todo hombre. La verdad de Cristo, en cuanto toca a cada persona que busca la alegría, la felicidad y el sentido, supera ampliamente cualquier otra verdad que la razón pueda encontrar. Por tanto, en torno al misterio es donde la fides y la ratio encuentran la posibilidad real de un trayecto común.
En estos días está teniendo lugar el Sínodo de los Obispos sobre el tema: «La Palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia». ¿Cómo no ver la coincidencia providencial de este momento con vuestro Congreso? La pasión por la verdad nos impulsa a volver a entrar en nosotros mismos para captar en el interior del hombre el sentido profundo de nuestra vida. Una filosofía verdadera conducirá de la mano a cada persona para hacerle descubrir cuán fundamental es para su propia dignidad conocer la verdad de la Revelación. Ante esta exigencia de sentido que no da tregua hasta que no desemboca en Jesucristo, la Palabra de Dios revela su carácter de respuesta definitiva. Una Palabra de revelación que se convierte en vida y que pide ser acogida como fuente inagotable de verdad.
A la vez que deseo a cada uno que sienta siempre en sí esta pasión por la verdad y haga cuanto esté a su alcance para satisfacer sus exigencias, quiero aseguraros que sigo con aprecio y simpatía vuestro trabajo, acompañando vuestra investigación también con mi oración. Para confirmar estos sentimientos, de buen grado os imparto a vosotros y a vuestros seres queridos la bendición apostólica.