Archivos diarios: 7 febrero, 2014

27/01/2014 – CONFERENCIA DEL PADRE FEDERICO LOMBARDI SOBRE LA COMUNICACIÓN DE LA SANTA SEDE

Conferencia impartida en el Instituto Superior de Estudios Teológicos de San Ildefonso

 en Toledo el 27 de Enero de 2014

«LA COMUNICACIÓN DE LA SANTA SEDE»

(ARCHIDIÓCESIS DE TOLEDO)

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http://www.rtvd.org/Lombardi/LOMBARDI.mp3

Foto del Padre Lombardi en la Radio Vaticana

Foto del Padre Lombardi en la Radio Vaticana

Después de esta introducción yo estoy un poco impresionado porque yo creo que nuestro amigo Monseñor Díaz Tamayo ha dicho demasiado de mí y yo creo que ustedes esperan de mí algo muy extraordinario. Yo voy a tener una simple charla como amigo por todos y espero en su comprensión y su amistad.

Excelencia Sr. Arzobispo,
Excelencias, Monseñores,
Autoridades académicas y civiles, estudiantes, señoras y señores, amigos todos.

Agradezco sinceramente la invitación a dar una charla en la prestigiosa sede de este instituto teológico con motivo de la fiesta de santo tomás y del importante aniversario de la radio y televisión diocesana de vuestra gloriosa archidiócesis. He reflexionado sobre qué tema podría tratar con ustedes esta tarde, teniendo en cuenta que no soy un teórico de las comunicaciones sociales prefiero como es habitual contar algún episodio significativo de mi experiencia y después desarrollar algunos temas de reflexión a partir de los mismos.

Llevo trabajando en el Vaticano, como dice José María de diferentes modos, más de veinte años, por esto he podido trabajar en la comunicación con tres Papas diferentes. Con mi charla intentaré atravesar los tres últimos Pontificados capturando algunas ideas que espero sean interesantes.

Comenzamos pues con un momento para mí inolvidable durante el Pontificado de Juan Pablo II en la gran Aula Pablo VI con ocasión de una vigilia de oración con millares de universitarios. Esta televisión es una institución maravillosa, ahora encontrándome aquí, en Roma, en esta aula veo la Iglesia de Santa Ana en Cracovia que conozco muy bien y veo a los estudiantes que ahora tienen otro Cardenal que se deja ver en la televisión así los dos podemos repetir institución bendita esta televisión y los jóvenes de Cracovia a través de la televisión también aplauden mientras con los técnicos de Centro Televisivo Vaticano apretados y sudorosos dentro de nuestro pequeño autobús gestionábamos con el corazón en un puño las múltiples conexiones de satélites bidireccionales con seis ciudades europeas durante una vigilia de oración del Papa con los universitarios. Hace unos años, estas palabras hacían que me saliera el corazón del pecho. Sí, el Papa, gracias a nuestro modesto servicio, pudo dar los primeros pasos hacia una nueva dimensión mediática de su Ministerio, no sólo para ser visto y oído por medio mundo sino también para poder conversar con los fieles presentes en otros lugares a donde no podía ir físicamente, interaccionar con ellos con una forma de presencia mediada por los instrumentos técnicos pero no privada de verdad e intensidad. ¿Hasta dónde llegaría por este camino el servicio del Papa en el futuro? Juan Pablo II lo presagiaba y se alegraba. ¿Cuántos eclesiásticos se atreven a decir «bendita televisión»? Estamos acostumbrados a pensar en la mala utilización de la televisión y de los medios de comunicación, pero a veces la gente también espera cosas buenas y los trabajadores de los medios que casi instintivamente saben las espectativas de la gente común nos lo hacen entender.

pq_FedericoLombardiToledoRecuerdo otro momento muy importante para mí, pocos días después del terrible atentado del 11 de septiembre, Europa entera se dio una cita para tres minutos de silencio a las doce en conmemoración de las víctimas del atentado. Por la mañana las agencias de televisión comenzaron a llamarme al CTV, al Centro Televisivo, ¿y el Papa qué hará, tendremos imágenes?, me permití comunicarlo al Apartamento Pontificio, Monseñor Stanisław.

A las 12: 15 distribuimos las imágenes que dieron la vuelta al mundo del Papa arrodillado inmerso en oración en su Capilla. Evidentemente, Juan Pablo II ya había rezado durante horas aquella mañana sin necesidad de que se lo dijéramos, pero, cuando se enteró de que la gente quería verle rezar, compartir el dolor y la angustia de la humanidad respondió inmediatamente con disponibilidad.

¿Quién puede olvidar las imágenes de la conversación en la cárcel entre Juan Pablo II y su agresor Ali Agca? Volviéndolas a ver después de mucho tiempo pensé que tal vez quedarán como unas de las más conmovedoras y significativas de todo el Pontificado. Son las imágenes más concretas y eficaces del perdón cristiano que hemos visto en nuestra vida e incluso en nuestro tiempo. Sin embargo, una natural y religiosa modestia, podría haber hecho pensar a muchos, quizás a la mayoría de la gente, que no era un momento oportuno para filmarlo con las cámaras. Hoy, podemos decir, bendita televisión que nos ha conservado estas imágenes, de hecho, son un anuncio del Evangelio.

Juan Pablo II tuvo una extraordinaria habilidad para realizar gestos, para elaborar signos fuertes, expresivos, a través de los cuales comunicó su mensaje de manera aún más eficaz que con las palabras habladas o escritas. Gestos efectuados en lugares significativos donde lo han llevado sus viajes sin fin.

¿Quién puede olvidar su figura en oración ante el Muro de las Lamentaciones del Templo de Jerusalén y la mano que pone la hoja de papel en el hueco de la pared o su abrazo a los pies del Cristo en el Día del Perdón del Gran Jubileo? Son gestos que han hecho historia, son hitos en la historia de la Iglesia de nuestros días. De este modo Juan Pablo II ha transcurrido 25 años de Pontificado inolvidables ante el mundo y se los ha ofrecido a la historia gracias al trabajo de los medios de comunicación, así, Juan Pablo II ha cumplido su misión transcurriendo las diferentes edades de la vida ante el mundo: El momento de vigor como el momento de la vejez. Podemos decir que no nos escondió nada no sólo de su espitirualidad sino también, lo que es quizás aún más raro, de su humanidad. Publicó incluso sus poesías compuestas cuando tenía más de 80 años, con el Triptico Romano nos dejó entrar en lo más profundo de su meditación «Omnia nuda et aperta ante oculos Eius», Dios nos ha sido presentado para Juan Pablo II como el primer vidente que veía todo en transparencia, la verdad, lo bueno, la belleza… Adán que ha pecado se esconde pero, ¿quién se dejó conquistar por el Evangelio porqué tendría que esconderse? Con este instenso amor por la verdad, Juan Pablo II se presentó hasta el final ante los ojos del mundo por lo que era y lo que creía. Una persona absolutamente creíble y esto me parece el secreto de la fuerza extrema de su comunicación, incluso en el momento en el que prácticamente ya no hablaba y se comunicaba principalmente sólo a través de las imágenes de su sufrimiento, de su testimonio que se recogieron con gran respeto y amor por los ojos de las cámaras del Centro Televisivo Vaticano y que permitieron a la Iglesia y a la humanidad acompañarle en el viaje hacia la meta de su vida.

Otro aspecto de la experiencia con Juan Pablo II que amo recordar es el de las reuniones para reflexionar sobre la comunicación en el curso de sus largos viajes. Al volver de cada viaje apostólico en el extranjero unos días después, los tres o cuatro responsables de los medios de comunicación vaticanos que habían formado parte del séquito papal eran invitados a un almuerzo de trabajo con el Papa junto con el Monseñor de la Secretaría de Estado que había seguido cada día el resumen de la prensa internacional sobre el viaje. El Papa quería saber cuáles habían sido los ecos del viaje en los medios de comunicación, quería reflexionar con sus colaboradores sobre lo que se había entendido y lo que no, ver si su mensaje había llegado o no al público en general. Lo hacía siempre con regularidad incluso después de su viaje número cien cuando se podría pensar que ya habría entendido como funcionan los medios de comunicación. Por supuesto, era una comida agradable pero era un almuerzo de trabajo el Papa sabía muy bien lo que quería de este tipo de reuniones y no dejaba que la conversación se desviara del argumento principal, este hecho, me impresionó profundamente. Decía mucho de la relación del Papa con los medios de comunicación, de su atención a los medios de comunicación como dimensión de la realidad diaria, de su percepción de que son una vía imprescindible para la difusión de cualquier mensaje. Era una atención serena y humilde tratando de entender y tomar nota de las dinámicas de la comunicación en el mundo de hoy, sin dejarse intimidar o condicionar. El Papa sabía bien lo que quería y tenía que decir y sin duda no lo habría cambiado por miedo o por amor de los medios de comunicación pero no era indiferente al hecho de lo que él quería decir fuera entendido o no e incluso después de 25 años todavía se esforzaba de aprender más para conseguir que los medios de comunicación colaboraran siempre mejor a su misión.

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El Papa Benedicto XVI retomó de inmediato el sistema iniciado por Juan Pablo II y lo continuó con sus colaboradores reuniéndose también con ellos para comer después de cada viaje al extranjero. Su atención era la misma aunque sabemos que la historia de la relación entre Benedicto XVI y los medios de comunicación fue más difícil marcada por momentos buenos pero también por varios momentos difíciles. Por esto, me parece adecuado, dedicar la segunda parte de mi charla a un testimonio personal sobre Benedicto XVI como comunicador.

Comenzaré contando un pequeño episodio que nunca he podido olvidar. Estábamos en los días inmediatamente anteriores al tercer viaje del Papa Benedicto XVI en Alemania que iniciaba en Berlín y la Radio Televisión Alemana pidió al Papa un breve mensaje para el programa religioso del sábado por la noche ««WORT ZUM SONNTAG»», («Una palabra para el Domingo»), un programa de televisión  muy seguido de unos tres minutos de duración, tres minutos, que sería transmitido la víspera de su viaje. El Papa  aceptó, y con el equipo del Centro Televisivo Vaticano fuimos a Castelgandolfo, porque estábamos en septiembre, para grabar. Preparamos las cámaras para que el Papa pudiese hablar de pie ante un fondo adecuado, cuando llegó, exactamente a la hora prevista, le dije que si había algún problema o se equivocaba podía tranquilamente detenerse, repetir las veces que hicieran falta porque era fácil para nosotros arreglarlo en el montaje final del mensaje, Benedicto, cortés como siempre, dio las gracias, no tenía nada escrito en su mano y preguntó cuándo tenía que empezar, hice un gesto con la mano, el Papa habló, por supuesto en perfecto alemán en modo perfectamente claro y lineal sin interrupciones, sin incertidumbre, mirando a la cámara… en un momento determinado acabó miré el reloj y habían sido dos minutos y cincuenta y cinco segundos, nos quedamos impresionados. El Papa preguntó si necesitábamos hacer algo más, le dijimos que no, que era perfecto, nos saludó con la amabilidad de siempre y se despidió, todo duró poco más de cinco minutos. Este era el Papa Benedicto XVI, un pensamiento claro, limpio, expresado de una manera ordenada, coherente, concesisa, sin inseguridades ni confusión. Me parece que esta era la forma en la que él prefería expresarse y daba lo mejor de sí mismo, no tanto una respuesta improvisada sino una respuesta reflexiva, preparada, aún rápidamente, que tuviera un principio, un desarrollo y un final, que así ofreciera realmente un contenido valioso para su interlocutor o para los oyentes. Por esta razón en su Pontificado para las llamadas conferencias de prensa en el avión preparé el método de elegir algunas preguntas de los periodistas que se le presentaban con antelación para permitirle preparar aquellas respuestas claras, ricas de pensamiento y sustanciales que habrían sido objeto de reflexión y orientación sobre los principales aspectos y contenidos del viaje. Nunca descartó ninguna pregunta difícil, y en casi todos los casos todo fue perfecto, sólo en uno, una única palabra menos oportuna fue sufienciente desafortunadamente para provocar un interminable debate acerca de los condones pero no creo que sea este el momento para revivirlo. Lo que yo quería destacar sobre todo es la capacidad excepcional de claridad y de síntesis de pensamiento y de la palabra del Papa Benedicto.

VÍDEO MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

PARA LA TRANSMISION «WORT ZUM SONNTAG»

DE LA TELEVISIÓN PÚBLICA ALEMANA ARD

EN VÍSPERAS DE SU VIAJE A ALEMANIA

Señoras y señores,
queridos connacionales:

En pocos días partiré para mi viaje a Alemania, y estoy muy contento de ello. Pienso con alegría particularmente en Berlín, donde tendrán lugar muchos encuentros, y, naturalmente en el discurso que pronunciaré en el Bundestag y en la gran misa que podremos celebrar en el estadio olímpico.

Uno de los momentos importantes de la visita será Erfurt: en ese monasterio agustino, en esa iglesia agustina, donde Lutero empezó su camino, podré reunirme con los representantes de la Iglesia evangélica de Alemania. Allí oraremos juntos, escucharemos la Palabra de Dios, reflexionaremos y hablaremos juntos. No esperamos ningún acontecimiento sensacional: de hecho, la verdadera grandeza del evento consiste precisamente en esto, que en este lugar juntos podemos pensar, escuchar la Palabra de Dios y orar, y así estaremos íntimamente próximos y se manifestará un verdadero ecumenismo.

Algo especial para mí es el encuentro con Eichsfeld, esta pequeña franja de tierra que, aún pasando por todas las peripecias de la historia, ha permanecido católica; luego el sudoeste de Alemania, con Friburgo, la gran ciudad, con muchos encuentros que allí tendrán lugar, sobre todo la vigilia con los jóvenes y la gran misa que concluirá el viaje.

Todo ello no es turismo religioso, y menos todavía un «show». De qué se trata, lo dice el lema de estas jornadas: «Donde está Dios, ahí hay futuro». Debería tratarse del hecho de que Dios vuelva a nuestro horizonte, ese Dios con tanta frecuencia totalmente ausente, de quien, en cambio, tenemos tanta necesidad.

Tal vez me preguntaréis: «¿Pero existe Dios? Y si existe, ¿se ocupa verdaderamente de nosotros? ¿Podemos llegar a él?». Cierto, es verdad: no podemos poner a Dios sobre la mesa, no podemos tocarlo como a un utensilio o tomarlo con la mano como un objeto cualquiera. Debemos desarrollar de nuevo la capacidad de percepción de Dios, capacidad que existe en nosotros. En la grandeza del cosmos podemos intuir algo de la magnitud de Dios. Podemos utilizar el mundo a través de la técnica, porque está construido de manera racional. En la gran racionalidad del mundo podemos intuir el espíritu creador de quien aquél deriva, y en la belleza de la creación podemos intuir algo de la belleza, de la grandeza y también de la bondad de Dios. En la Palabra de las Sagradas Escrituras podemos escuchar palabras de vida eterna que no vienen sencillamente de hombres, sino que vienen de Él, y en ellas oímos su voz. Y finalmente, casi vemos a Dios también en el encuentro con las personas que han sido tocadas por Él. No pienso sólo en los grandes: desde san Pablo hasta Francisco de Asís y la Madre Teresa; sino que pienso en las muchas personas sencillas de las que nadie habla. Y sin embargo, cuando las encontramos, emana de ellas algo de bondad, sinceridad, alegría, y nosotros sabemos que ahí está Dios y que Él nos toca también a nosotros. Así que, en estos días, deseamos empeñarnos en volver a ver a Dios, para nosotros mismos volver a ser personas desde quienes entre en el mundo una luz de la esperanza, que es luz que viene de Dios y nos ayuda a vivir.

Pero hay otros aspectos de la capacidad comunicativa del Papa Benedicto que merecen la pena recordar, ante todo, los libros sobre Jesús, no sólo los massmedia o socialmedia son comunicación, también el trabajo cultural más sólido y profundo forma parte de la comunicación, de hecho, es por lo general, una de las bases imprescindibles y el Papa Benedicto es el único Papa en los últimos tiempos que ha escrito una obra muy amplia y muy comprometida durante su Pontificado, la trilogía sobre Jesús, que ha tenido una gran importancia para el pueblo cristiano y para la orientación de la lectura de la Palabra de Dios en la Iglesia de nuestro tiempo, con su excepcional síntesis de competencia bíblica, teológica y de espiritualidad.

El Papa Benedicto XVI, también ha hecho unas pocas pero grandes entrevistas. Recuerdo la que concedió a las tres cadenas alemanas de televisión pública junto con Radio Vaticana antes del viaje a Baviera que duró más de 40 minutos y a la que contestó con respuestas claras y concisas a la gran cantidad de preguntas preparadas por los entrevistadores y continuó con gran naturalidad y veracidad respondiendo a las nueve preguntas improvisadas porque los entrevistadores no tenían más preguntas preparadas. Pero, recuerdo especialmente el libro entrevista, «La luz del mundo», el diálogo con Peter Seewald, una larga y auténtica entrevista contestando a preguntas periodísticas de todo tipo sobre su Pontificado incluso las más difíciles. En esa ocasión Benedicto eligió deliberadamente un tipo específico de comunicación popular con un lenguaje sencillo para llegar a un gran público incluso sobre temas candentes y controvertidos como los abusos sexuales y muchos de los momentos de crisis de su Pontificado.

Tengo que señalar que Juan Pablo II publicó un libro entrevista con Messori‎, «Cruzando el umbral de la esperanza», pero no se trataba de respuestas dadas por escrito, con un estilo muy diferente de Benedicto XVI. Y entre estas últimas respuestas de Benedicto no podemos olvidar aquella sobre la posiblidad de la renuncia al Pontificado que fue la palabra más esclarecedora de lo que más tarde sucedería o la del debate acerca de la valoración moral del uso del preservativos en la que se presenta un enfoque pastoral y dinámico que me parece profundamente en sintonía con lo que en los últimos meses el Papa Francisco ha mostrado cuando le preguntaron acerca de la homosexualidad o de otros problemas morales candentes.

El Papa Benedicto XVI también nos ha dado algunos documentos de gran intensidad espiritual y humana yo diría casi dramáticos en los que su personalidad se revela en toda su sinceridad, lealtad y coherencia evangélica. Recuerdo la famosa carta a los pastores y a los fieles de Irlanda en el periodo más doloroso de la crisis causada por los abusos sexuales a menores de edad

CARTA PASTORAL DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS CATÓLICOS DE IRLANDA

1. Queridos hermanos y hermanas de la Iglesia en Irlanda, os escribo con gran preocupación como Pastor de la Iglesia universal. Al igual que vosotros, estoy profundamente consternado por las noticias que han salido a la luz sobre el abuso de niños y jóvenes vulnerables por parte de miembros de la Iglesia en Irlanda, especialmente sacerdotes y religiosos. Comparto la desazón y el sentimiento de traición que muchos de vosotros habéis experimentado al enteraros de esos actos pecaminosos y criminales y del modo en que los afrontaron las autoridades de la Iglesia en Irlanda.
Como sabéis, invité hace poco a los obispos de Irlanda a una reunión en Roma para que informaran sobre cómo abordaron esas cuestiones en el pasado e indicaran los pasos que habían dado para hacer frente a esta grave situación. Junto con algunos altos prelados de la Curia romana escuché lo que tenían que decir, tanto individualmente como en grupo, mientras proponían un análisis de los errores cometidos y las lecciones aprendidas, y una descripción de los programas y procedimientos actualmente en curso. Nuestras reflexiones fueron francas y constructivas. Confío en que, como resultado, los obispos estén ahora en una posición más fuerte para continuar la tarea de reparar las injusticias del pasado y afrontar las cuestiones más amplias relacionadas con el abuso de menores de manera conforme con las exigencias de la justicia y las enseñanzas del Evangelio.

2. Por mi parte, teniendo en cuenta la gravedad de estos delitos y la respuesta a menudo inadecuada que han recibido por parte de las autoridades eclesiásticas de vuestro país, he decidido escribir esta carta pastoral para expresaros mi cercanía a vosotros, y proponeros un camino de curación, renovación y reparación.

En realidad, como han indicado muchas personas en vuestro país, el problema de abuso de menores no es específico de Irlanda ni de la Iglesia. Sin embargo, la tarea que tenéis ahora por delante es la de hacer frente al problema de los abusos ocurridos dentro de la comunidad católica de Irlanda y de hacerlo con valentía y determinación. Que nadie se imagine que esta dolorosa situación se va a resolver pronto. Se han dado pasos positivos pero todavía queda mucho por hacer. Se necesita perseverancia y oración, con gran confianza en la fuerza sanadora de la gracia de Dios.

Al mismo tiempo, también debo expresar mi convicción de que para recuperarse de esta dolorosa herida, la Iglesia en Irlanda debe reconocer en primer lugar ante Dios y ante los demás los graves pecados cometidos contra niños indefensos. Ese reconocimiento, junto con un sincero pesar por el daño causado a las víctimas y a sus familias, debe desembocar en un esfuerzo conjunto para garantizar que en el futuro los niños estén protegidos de semejantes delitos.

Mientras afrontáis los retos de este momento, os pido que recordéis la «roca de la que fuisteis tallados» (Is 51, 1). Reflexionad sobre la generosa y a menudo heroica contribución que han dado a la Iglesia y a la humanidad generaciones de hombres y mujeres irlandeses, y haced que esa reflexión impulse a un honrado examen de conciencia personal y a un convencido programa de renovación eclesial e individual. Rezo para que la Iglesia en Irlanda, asistida por la intercesión de sus numerosos santos y purificada por la penitencia, supere esta crisis y vuelva a ser una vez más testigo convincente de la verdad y la bondad de Dios todopoderoso, que se han manifestado en su Hijo Jesucristo.

3. A lo largo de la historia, los católicos irlandeses han demostrado ser, tanto en su patria como fuera de ella, una fuerza motriz del bien. Monjes celtas como san Columbano difundieron el Evangelio en Europa occidental y sentaron las bases de la cultura monástica medieval. Los ideales de santidad, caridad y sabiduría trascendente, nacidos de la fe cristiana, se plasmaron en la construcción de iglesias y monasterios, y en la creación de escuelas, bibliotecas y hospitales, que contribuyeron a consolidar la identidad espiritual de Europa. Aquellos misioneros irlandeses debían su fuerza y su inspiración a la firmeza de su fe, al fuerte liderazgo y a la rectitud moral de la Iglesia en su tierra natal.

A partir del siglo XVI, los católicos en Irlanda sufrieron un largo período de persecución, durante el cual lucharon por mantener viva la llama de la fe en circunstancias difíciles y peligrosas. San Oliverio Plunkett, arzobispo mártir de Armagh, es el ejemplo más famoso de una multitud de valerosos hijos e hijas de Irlanda dispuestos a dar su vida por la fidelidad al Evangelio. Después de la Emancipación Católica, la Iglesia fue libre para volver a crecer. Las familias y un sinfín de personas que habían conservado la fe en el momento de la prueba se convirtieron en la chispa de un gran renacimiento del catolicismo irlandés en el siglo XIX. La Iglesia escolarizaba, especialmente a los pobres, lo cual supuso una importante contribución a la sociedad irlandesa. Entre los frutos de las nuevas escuelas católicas se cuenta el aumento de las vocaciones:  generaciones de misioneros -sacerdotes, hermanas y hermanos- dejaron su patria para servir en todos los continentes, sobre todo en el mundo de habla inglesa. Eran admirables no sólo por la vastedad de su número, sino también por la fuerza de su fe y la solidez de su compromiso pastoral. Muchas diócesis, especialmente en África, América y Australia, se han beneficiado de la presencia de clérigos y religiosos irlandeses, que predicaron el Evangelio y fundaron parroquias, escuelas y universidades, clínicas y hospitales, abiertas tanto a los católicos como al resto de la sociedad, prestando una atención particular a las necesidades de los pobres.

En casi todas las familias irlandesas ha habido siempre alguien —un hijo o una hija, una tía o un tío— que ha entregado su vida a la Iglesia. Con razón, las familias irlandesas tienen un gran respeto y afecto por sus seres queridos que han dedicado su vida a Cristo, compartiendo el don de la fe con otros y llevando esa fe a la práctica con un servicio amoroso a Dios y al prójimo.

4. En las últimas décadas, sin embargo, la Iglesia en vuestro país ha tenido que afrontar nuevos y graves retos para la fe debidos a la rápida transformación y secularización de la sociedad irlandesa. El cambio social ha sido muy veloz y con frecuencia ha repercutido adversamente en la tradicional adhesión de las personas a la enseñanza y los valores católicos. Asimismo, a menudo se dejaban de lado las prácticas sacramentales y devocionales que sostienen la fe y la hacen capaz de crecer, como la confesión frecuente, la oración diaria y los retiros anuales. También fue significativa en ese período la tendencia, incluso por parte de sacerdotes y religiosos, a adoptar formas de pensamiento y de juicio de las realidades seculares sin suficiente referencia al Evangelio. El programa de renovación propuesto por el concilio Vaticano ii a veces fue mal entendido y, además, a la luz de los profundos cambios sociales que estaban teniendo lugar, no era nada fácil discernir la mejor manera de realizarlo. En particular, hubo una tendencia, motivada por buenas intenciones, pero equivocada, a evitar los enfoques penales de las situaciones canónicamente irregulares. En este contexto general debemos tratar de entender el desconcertante problema del abuso sexual de niños, que ha contribuido no poco al debilitamiento de la fe y a la pérdida de respeto por la Iglesia y sus enseñanzas.

Sólo examinando cuidadosamente los numerosos elementos que dieron lugar a la crisis actual es posible efectuar un diagnóstico claro de sus causas y encontrar remedios eficaces. Ciertamente, entre los factores que contribuyeron a ella, podemos enumerar:  procedimientos inadecuados para determinar la idoneidad de los candidatos al sacerdocio y a la vida religiosa; insuficiente formación humana, moral, intelectual y espiritual en los seminarios y noviciados; una tendencia en la sociedad a favorecer al clero y otras figuras de autoridad y una preocupación fuera de lugar por el buen nombre de la Iglesia y por evitar escándalos, cuyo resultado fue la falta de aplicación de las penas canónicas en vigor y la falta de tutela de la dignidad de cada persona. Hay que actuar con urgencia para contrarrestar estos factores, que han tenido consecuencias tan trágicas para la vida de las víctimas y sus familias y han obscurecido la luz del Evangelio como no lo habían logrado ni siquiera siglos de persecución.

5. En varias ocasiones, desde mi elección a la Sede de Pedro, me he encontrado con víctimas de abusos sexuales y estoy dispuesto a seguir haciéndolo en futuro. He hablado con ellos, he escuchado sus historias, he constatado su sufrimiento, he rezado con ellos y por ellos. Anteriormente en mi pontificado, preocupado por abordar esta cuestión, pedí a los obispos de Irlanda, durante la visita «ad limina» de 2006, «establecer la verdad de lo sucedido en el pasado, dar todos los pasos necesarios para evitar que se repita en el futuro, garantizar que se respeten plenamente los principios de justicia y, sobre todo, curar a las víctimas y a todos los afectados por esos crímenes abominables» (Discurso a los obispos de Irlanda, 28 de octubre de 2006:  L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 3 de noviembre de 2006, p. 3).

Con esta carta quiero exhortaros a todos vosotros, como pueblo de Dios en Irlanda, a reflexionar sobre las heridas infligidas al cuerpo de Cristo, sobre los remedios necesarios, a veces dolorosos, para vendarlas y curarlas , y sobre la necesidad de unidad, caridad y ayuda mutua en el largo proceso de recuperación y renovación eclesial. Me dirijo ahora a vosotros con palabras que me salen del corazón, y quiero hablar a cada uno de vosotros y a todos vosotros como hermanos y hermanas en el Señor.

6. A las víctimas de abusos y a sus familias

Habéis sufrido inmensamente y eso me apesadumbra en verdad. Sé que nada puede borrar el mal que habéis soportado. Vuestra confianza ha sido traicionada y vuestra dignidad ha sido violada. Muchos habéis experimentado que cuando teníais el valor suficiente para hablar de lo que os había pasado, nadie quería escucharos. Los que habéis sufrido abusos en los internados debéis haber sentido que no había manera de escapar de vuestros sufrimientos. Es comprensible que os resulte difícil perdonar o reconciliaros con la Iglesia. En su nombre, expreso abiertamente la vergüenza y el remordimiento que sentimos todos. Al mismo tiempo, os pido que no perdáis la esperanza. En la comunión con la Iglesia es donde nos encontramos con la persona de Jesucristo, que fue él mismo víctima de la injusticia y del pecado. Como vosotros, aún lleva las heridas de su sufrimiento injusto. Él entiende la profundidad de vuestro dolor y la persistencia de su efecto en vuestra vida y en vuestras relaciones con los demás, incluyendo vuestra relación con la Iglesia. Sé que a algunos de vosotros les resulta difícil incluso entrar en una iglesia después de lo que ha sucedido. Sin embargo, las heridas mismas de Cristo, transformadas por sus sufrimientos redentores, son los instrumentos que han roto el poder del mal y nos hacen renacer a la vida y la esperanza. Creo firmemente en el poder curativo de su amor sacrificial —incluso en las situaciones más oscuras y sin esperanza— que trae la liberación y la promesa de un nuevo comienzo.

Al dirigirme a vosotros como pastor, preocupado por el bien de todos los hijos de Dios, os pido humildemente que reflexionéis sobre lo que he dicho. Ruego para que, acercándoos a Cristo y participando en la vida de su Iglesia —una Iglesia purificada por la penitencia y renovada en la caridad pastoral— descubráis de nuevo el amor infinito de Cristo por cada uno de vosotros. Estoy seguro de que de esta manera seréis capaces de encontrar reconciliación, profunda curación interior y paz.

  1.  A los sacerdotes y religiosos que han abusado de niños

Habéis traicionado la confianza depositada en vosotros por jóvenes inocentes y por sus padres. Debéis responder de ello ante Dios todopoderoso y ante los tribunales debidamente constituidos. Habéis perdido la estima de la gente de Irlanda y arrojado vergüenza y deshonor sobre vuestros hermanos sacerdotes o religiosos. Los que sois sacerdotes habéis violado la santidad del sacramento del Orden, en el que Cristo mismo se hace presente en nosotros y en nuestras acciones. Además del inmenso daño causado a las víctimas, se ha hecho un daño enorme a la Iglesia y a la percepción pública del sacerdocio y de la vida religiosa.

Os exhorto a examinar vuestra conciencia, a asumir la responsabilidad de los pecados que habéis cometido y a expresar con humildad vuestro pesar. El arrepentimiento sincero abre la puerta al perdón de Dios y a la gracia de la verdadera enmienda. Debéis tratar de expiar personalmente vuestras acciones ofreciendo oraciones y penitencias por aquellos a quienes habéis ofendido. El sacrificio redentor de Cristo tiene el poder de perdonar incluso el más grave de los pecados y de sacar el bien incluso del más terrible de los males. Al mismo tiempo, la justicia de Dios nos pide dar cuenta de nuestras acciones sin ocultar nada. Admitid abiertamente vuestra culpa, someteos a las exigencias de la justicia, pero no desesperéis de la misericordia de Dios.

  1.  A los padres

Os habéis sentido profundamente conmocionados al conocer los hechos terribles que sucedían en el que debía haber sido el entorno más seguro de todos. En el mundo de hoy no es fácil construir un hogar y educar a los hijos. Se merecen crecer en un ambiente seguro, con cariño y amor, con un fuerte sentido de su identidad y su valor. Tienen derecho a ser educados en los auténticos valores morales, enraizados en la dignidad de la persona humana, a inspirarse en la verdad de nuestra fe católica y a aprender modos de comportamiento y acción que los lleven a una sana autoestima y a la felicidad duradera. Esta tarea noble pero exigente está confiada en primer lugar a vosotros, sus padres. Os invito a desempeñar vuestro papel para garantizar a los niños los mejores cuidados posibles, tanto en el hogar como en la sociedad en general, mientras la Iglesia, por su parte, sigue aplicando las medidas adoptadas en los últimos años para proteger a los jóvenes en los ambientes parroquiales y escolares. Os aseguro que estoy cerca de vosotros y os ofrezco el apoyo de mis oraciones mientras cumplís vuestras importantes responsabilidades

  1.  A los niños y jóvenes de Irlanda

Quiero dirigiros una palabra especial de aliento. Vuestra experiencia de la Iglesia es muy diferente de la de vuestros padres y abuelos. El mundo ha cambiado mucho desde que ellos tenían vuestra edad. Sin embargo, todas las personas, en cada generación, están llamadas a recorrer el mismo camino durante la vida, cualesquiera que sean las circunstancias. Todos estamos escandalizados por los pecados y fallos de algunos miembros de la Iglesia, en particular de los que fueron elegidos especialmente para guiar y servir a los jóvenes. Pero es en la Iglesia donde encontraréis a Jesucristo, que es el mismo ayer, hoy y siempre (cf. Hb 13, 8). Él os ama y se entregó por vosotros en la cruz. Buscad una relación personal con él dentro de la comunión de su Iglesia, porque él nunca traicionará vuestra confianza. Sólo él puede satisfacer vuestros anhelos más profundos y dar pleno sentido a vuestra vida, orientándola al servicio de los demás. Mantened vuestra mirada fija en Jesús y en su bondad, y proteged la llama de la fe en vuestro corazón. Espero en vosotros para que, junto con vuestros hermanos católicos en Irlanda, seáis discípulos fieles de nuestro Señor y aportéis el entusiasmo y el idealismo tan necesarios para la reconstrucción y la renovación de nuestra amada Iglesia.

10. A los sacerdotes y religiosos de Irlanda

Todos nosotros estamos sufriendo las consecuencias de los pecados de nuestros hermanos que han traicionado una obligación sagrada o no han afrontado de forma justa y responsable las denuncias de abusos. A la luz del escándalo y la indignación que estos hechos han causado, no sólo entre los fieles laicos sino también entre vosotros y en vuestras comunidades religiosas, muchos os sentís personalmente desanimados e incluso abandonados. También soy consciente de que a los ojos de algunos aparecéis tachados de culpables por asociación, y de que os consideran como si fuerais de alguna forma responsable de los delitos de los demás. En este tiempo de sufrimiento quiero reconocer la entrega de vuestra vida sacerdotal y religiosa, y vuestros apostolados, y os invito a reafirmar vuestra fe en Cristo, vuestro amor a su Iglesia y vuestra confianza en la promesa evangélica de redención, de perdón y de renovación interior. De esta manera, demostraréis a todos que donde abunda el pecado, sobreabunda la gracia (cf. Rm 5, 20).

Sé que muchos estáis decepcionados, desconcertados e irritados por la manera en que algunos de vuestros superiores han abordado esas cuestiones. Sin embargo, es esencial que cooperéis estrechamente con los que desempeñan cargos de autoridad y colaboréis a fin de garantizar que las medidas adoptadas para responder a la crisis sean verdaderamente evangélicas, justas y eficaces. Os pido, sobre todo, que seáis cada vez más claramente hombres y mujeres de oración, siguiendo con valentía el camino de la conversión, la purificación y la reconciliación. De esta manera, la Iglesia en Irlanda cobrará nueva vida y vitalidad gracias a vuestro testimonio del poder redentor de Dios que se hace visible en vuestra vida.

  1.  A mis hermanos obispos

No se puede negar que algunos de vosotros y de vuestros predecesores habéis fallado, a veces gravemente, a la hora de aplicar las normas, codificadas desde hace largo tiempo, del derecho canónico sobre los delitos de abusos de niños. Se han cometido graves errores en la respuesta a las acusaciones. Reconozco que era muy difícil captar la magnitud y la complejidad del problema, obtener información fiable y tomar decisiones adecuadas a la luz de los pareceres divergentes de los expertos. No obstante, hay que reconocer que se cometieron graves errores de juicio y hubo fallos de gobierno. Todo esto ha socavado gravemente vuestra credibilidad y eficacia. Aprecio los esfuerzos que habéis llevado a cabo para remediar los errores del pasado y para garantizar que no vuelvan a ocurrir. Además de aplicar plenamente las normas del derecho canónico concernientes a los casos de abusos de niños, seguid cooperando con las autoridades civiles en el ámbito de su competencia. Está claro que los superiores religiosos deben hacer lo mismo. También ellos participaron en las recientes reuniones en Roma con el propósito de establecer un enfoque claro y coherente de estas cuestiones. Es necesario revisar y actualizar constantemente las normas de la Iglesia en Irlanda para la protección de los niños y aplicarlas plena e imparcialmente, en conformidad con el derecho canónico.

Sólo una acción decidida llevada a cabo con total honradez y transparencia restablecerá el respeto y el aprecio del pueblo irlandés por la Iglesia a la que hemos consagrado nuestra vida. Debe brotar, en primer lugar, de vuestro examen de conciencia personal, de la purificación interna y de la renovación espiritual. El pueblo de Irlanda, con razón, espera que seáis hombres de Dios, que seáis santos, que viváis con sencillez y busquéis día tras día la conversión personal. Para ellos, en palabras de san Agustín, sois obispos, y sin embargo, con ellos estáis llamados a ser discípulos de Cristo (cf. Sermón 340, 1). Os exhorto, por tanto, a renovar vuestro sentido de responsabilidad ante Dios, para crecer en solidaridad con vuestro pueblo y profundizar vuestra solicitud pastoral por todos los miembros de vuestro rebaño. En particular, preocupaos por la vida espiritual y moral de cada uno de vuestros sacerdotes. Servidles de ejemplo con vuestra propia vida, estad cerca de ellos, escuchad sus preocupaciones, ofrecedles aliento en este momento de dificultad y alimentad la llama de su amor a Cristo y su compromiso al servicio de sus hermanos y hermanas.

Asimismo, hay que alentar a los laicos a que desempeñen el papel que les corresponde en la vida de la Iglesia. Asegurad su formación para que puedan dar razón del Evangelio, de modo articulado y convincente, en medio de la sociedad moderna (cf. 1 P 3, 15), y cooperen más plenamente en la vida y en la misión de la Iglesia. Esto, a su vez, os ayudará a volver a ser guías y testigos creíbles de la verdad redentora de Cristo.

  1.  A todos los fieles de Irlanda

La experiencia que un joven hace de la Iglesia debería fructificar siempre en un encuentro personal y vivificador con Jesucristo, dentro de una comunidad que lo ama y lo sustenta. En este entorno, hay que animar a los jóvenes a alcanzar su plena estatura humana y espiritual, a aspirar a altos ideales de santidad, caridad y verdad, y a inspirarse en la riqueza de una gran tradición religiosa y cultural. En nuestra sociedad cada vez más secularizada, en la que incluso los cristianos a menudo encontramos difícil hablar de la dimensión trascendente de nuestra existencia, tenemos que encontrar nuevos modos de transmitir a los jóvenes la belleza y la riqueza de la amistad con Jesucristo en la comunión de su Iglesia. Al afrontar la crisis actual, las medidas para contrarrestar adecuadamente los delitos individuales son esenciales, pero por sí solos no bastan:  hace falta una nueva visión que inspire a la generación actual y a las futuras a atesorar el don de nuestra fe común. Siguiendo el camino indicado por el Evangelio, observando los mandamientos y conformando vuestra vida cada vez más a la persona de Jesucristo, experimentaréis seguramente la renovación profunda que necesita con urgencia nuestra época. Os invito a todos a perseverar en este camino.

13. Queridos hermanos y hermanas en Cristo, profundamente preocupado por todos vosotros en este momento de dolor, en que la fragilidad de la condición humana se revela tan claramente, os he querido ofrecer estas palabras de aliento y apoyo. Espero que las aceptéis como un signo de mi cercanía espiritual y de mi confianza en vuestra capacidad de afrontar los retos del momento actual, recurriendo, como fuente de renovada inspiración y fortaleza, a las nobles tradiciones de Irlanda de fidelidad al Evangelio, perseverancia en la fe y determinación en la búsqueda de la santidad. Juntamente con todos vosotros, oro con insistencia para que, con la gracia de Dios, se curen las heridas infligidas a tantas personas y familias, y para que la Iglesia en Irlanda experimente una época de renacimiento y renovación espiritual

14. Quiero proponeros, además, algunas medidas concretas para afrontar la situación.

Al final de mi reunión con los obispos de Irlanda, les pedí que la Cuaresma de este año se considerara tiempo de oración para una efusión de la misericordia de Dios y de los dones de santidad y fortaleza del Espíritu Santo sobre la Iglesia en vuestro país. Ahora os invito a todos a ofrecer durante un año, desde ahora hasta la Pascua de 2011, las penitencias de los viernes para este fin. Os pido que ofrezcáis vuestro ayuno, vuestras oraciones, vuestra lectura de la Sagrada Escritura y vuestras obras de misericordia para obtener la gracia de la curación y la renovación de la Iglesia en Irlanda. Os animo a redescubrir el sacramento de la Reconciliación y a aprovechar con más frecuencia el poder transformador de su gracia.

Hay que prestar también especial atención a la adoración eucarística, y en cada diócesis debe haber iglesias o capillas específicamente dedicadas a este fin. Pido a las parroquias, seminarios, casas religiosas y monasterios que organicen tiempos de adoración eucarística, para que todos tengan la oportunidad de participar. Con la oración ferviente ante la presencia real del Señor, podéis llevar a cabo la reparación por los pecados de abusos que han causado tanto daño y, al mismo tiempo, implorar la gracia de una fuerza renovada y un sentido más profundo de misión por parte de todos los obispos, sacerdotes, religiosos y fieles.

Estoy seguro de que este programa llevará a un renacimiento de la Iglesia en Irlanda en la plenitud de la verdad misma de Dios, porque es la verdad la que nos hace libres (cf. Jn 8, 32).
Además, después de haber orado y consultado sobre esta cuestión, tengo la intención de convocar una visita apostólica en algunas diócesis de Irlanda, así como en seminarios y congregaciones religiosas. La visita tiene por finalidad ayudar a la Iglesia local en su camino de renovación y se hará en cooperación con las oficinas competentes de la Curia romana y de la Conferencia episcopal irlandesa. Los detalles se anunciarán a su debido tiempo.

También propongo que se convoque una Misión a nivel nacional para todos los obispos, sacerdotes y religiosos. Espero que gracias a la competencia de predicadores expertos y organizadores de retiros de Irlanda y de otros lugares, y examinando nuevamente los documentos conciliares, los ritos litúrgicos de la ordenación y la profesión, y las recientes enseñanzas pontificias, lleguéis a un aprecio más profundo de vuestras vocaciones respectivas, a fin de redescubrir las raíces de vuestra fe en Jesucristo y de beber en abundancia en las fuentes de agua viva que os ofrece a través de su Iglesia.

En este Año dedicado a los sacerdotes, os propongo de forma especial la figura de san Juan María Vianney, que comprendió tan profundamente el misterio del sacerdocio. «El sacerdote —escribió— tiene la llave de los tesoros del cielo:  él es quien abre la puerta; es el administrador del buen Dios; el administrador de sus bienes». El cura de Ars entendió perfectamente la gran bendición que supone para una comunidad un sacerdote bueno y santo:  «Un buen pastor, un pastor según el corazón de Dios, es el tesoro más grande que el buen Dios puede conceder a una parroquia, y uno de los dones más preciosos de la misericordia divina». Que por la intercesión de san Juan María Vianney se revitalice el sacerdocio en Irlanda y toda la Iglesia en Irlanda crezca en la estima del gran don del ministerio sacerdotal.

Aprovecho esta oportunidad para dar las gracias anticipadamente a todos aquellos que se implicarán en la tarea de organizar la visita apostólica y la Misión, así como a los numerosos hombres y mujeres que en toda Irlanda ya están trabajando para proteger a los niños en los ambientes eclesiales. Desde que se comenzó a entender plenamente la gravedad y la magnitud del problema de los abusos sexuales de niños en instituciones católicas, la Iglesia ha llevado a cabo una cantidad inmensa de trabajo en muchas partes del mundo para hacerle frente y ponerle remedio. Aunque no se debe escatimar ningún esfuerzo para mejorar y actualizar los procedimientos existentes, me anima el hecho de que las prácticas vigentes de tutela adoptadas por las Iglesias locales se consideran en algunas partes del mundo un modelo para otras instituciones.

Quiero concluir esta carta con una Oración especial por la Iglesia en Irlanda, que os envío con la solicitud de un padre por sus hijos y con el afecto de un cristiano como vosotros, escandalizado y herido por lo que ha ocurrido en nuestra amada Iglesia. Que, cuando recéis esta oración en vuestras familias, parroquias y comunidades, la santísima Virgen María os proteja y guíe a cada uno a una unión más íntima con su Hijo, crucificado y resucitado. Con gran afecto y firme confianza en las promesas de Dios, de corazón os imparto a todos mi bendición apostólica como prenda de fortaleza y paz en el Señor.

Vaticano,  19  de  marzo de 2010, solemnidad de San José.

BENEDICTUS PP. XVI

ORACIÓN POR LA IGLESIA EN IRLANDA

Dios de nuestros padres,
renuévanos en la fe que es nuestra vida y salvación,
en la esperanza que promete perdón y renovación interior,
en la caridad que purifica y abre nuestro corazón
a amarte a ti, y en ti, a todos nuestros hermanos y hermanas.

Señor Jesucristo,
que la Iglesia en Irlanda renueve su compromiso milenario
en la formación de nuestros jóvenes en el camino
de la verdad y la bondad, la santidad y el servicio generoso a la sociedad.

Espíritu Santo, consolador, defensor y guía,
inspira una nueva primavera de santidad y celo apostólico
para la Iglesia en Irlanda.

Que nuestro dolor y nuestras lágrimas,
nuestro sincero esfuerzo por corregir los errores del pasado
y nuestro firme propósito de enmienda,
den una cosecha abundante de gracia
para la profundización de la fe
en nuestras familias, parroquias, escuelas y comunidades,
para el progreso espiritual de la sociedad irlandesa,
y el crecimiento de la caridad,
la justicia, la alegría y la paz en toda la familia humana.

A ti, Trinidad,
con plena confianza en la amorosa protección de María,
Reina de Irlanda, Madre nuestra,
y de san Patricio, santa Brígida y todos los santos,
nos encomendamos nosotros mismos,
y a nuestros hijos
así como las necesidades de la Iglesia en Irlanda.
Amén.

pero recuerdo todavía más la carta a los obispos después de los debates sobre la remisión de la excomunión a los obispos lefebrianos y el caso Williamson. Es un documento en el que el Papa respondió con mucha humildad pero también con verdadera pasión evangélica a las críticas que se levantaron, un documentos de las más alta nobleza espiritual. Recuerdo que cuando Monseñor Gänswein habló conmigo antes de su publicación me dijo que la carta era totalmente de la mano del Papa y que mostraba, no lo puedo olvidar, «Ratzinger en estado puro». (Vale la pena leer esta carta). Para mí, sigue siendo uno de los documentos más expresivos del Pontificado del Papa Benedicto XVI y de su espíritu.

CARTA DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI

A LOS OBISPOS DE LA IGLESIA CATÓLICA

SOBRE LA REMISIÓN DE LA EXCOMUNIÓN DE LOS CUATRO OBISPOS

CONSAGRADOS POR EL ARZOBISPO LEFEBVRE

Queridos Hermanos en el ministerio episcopal

La remisión de la excomunión a los cuatro Obispos consagrados en el año 1988 por el Arzobispo Lefebvre sin mandato de la Santa Sede, ha suscitado por múltiples razones dentro y fuera de la Iglesia católica una discusión de una vehemencia como no se había visto desde hace mucho tiempo. Muchos Obispos se han sentido perplejos ante un acontecimiento sucedido inesperadamente y difícil de encuadrar positivamente en las cuestiones y tareas de la Iglesia de hoy. A pesar de que muchos Obispos y fieles estaban dispuestos en principio a considerar favorablemente la disposición del Papa a la reconciliación, a ello se contraponía sin embargo la cuestión sobre la conveniencia de dicho gesto ante las verdaderas urgencias de una vida de fe en nuestro tiempo. Algunos grupos, en cambio, acusaban abiertamente al Papa de querer volver atrás, hasta antes del Concilio. Se desencadenó así una avalancha de protestas, cuya amargura mostraba heridas que se remontaban más allá de este momento. Por eso, me siento impulsado a dirigiros a vosotros, queridos Hermanos, una palabra clarificadora, que debe ayudar a comprender las intenciones que me han guiado en esta iniciativa, a mí y a los organismos competentes de la Santa Sede. Espero contribuir de este modo a la paz en la Iglesia.

Una contrariedad para mí imprevisible fue el hecho de que el caso Williamson se sobrepusiera a la remisión de la excomunión. El gesto discreto de misericordia hacia los cuatro Obispos, ordenados válidamente pero no legítimamente, apareció de manera inesperada como algo totalmente diverso: como la negación de la reconciliación entre cristianos y judíos y, por tanto, como la revocación de lo que en esta materia el Concilio había aclarado para el camino de la Iglesia. Una invitación a la reconciliación con un grupo eclesial implicado en un proceso de separación, se transformó así en su contrario: un aparente volver atrás respecto a todos los pasos de reconciliación entre los cristianos y judíos que se han dado a partir del Concilio, pasos compartidos y promovidos desde el inicio como un objetivo de mi trabajo personal teológico. Que esta superposición de dos procesos contrapuestos haya sucedido y, durante un tiempo haya enturbiado la paz entre cristianos y judíos, así como también la paz dentro de la Iglesia, es algo que sólo puedo lamentar profundamente. Me han dicho que seguir con atención las noticias accesibles por Internet habría dado la posibilidad de conocer tempestivamente el problema. De ello saco la lección de que, en el futuro, en la Santa Sede deberemos prestar más atención a esta fuente de noticias. Me ha entristecido el hecho de que también los católicos, que en el fondo hubieran podido saber mejor cómo están las cosas, hayan pensado que debían herirme con una hostilidad dispuesta al ataque. Justamente por esto doy gracias a los amigos judíos que han ayudado a deshacer rápidamente el malentendido y a restablecer la atmósfera de amistad y confianza que, como en el tiempo del Papa Juan Pablo II, también ha habido durante todo el período de mi Pontificado y, gracias a Dios, sigue habiendo.

Otro desacierto, del cual me lamento sinceramente, consiste en el hecho de que el alcance y los límites de la iniciativa del 21 de enero de 2009 no se hayan ilustrado de modo suficientemente claro en el momento de su publicación. La excomunión afecta a las personas, no a las instituciones. Una ordenación episcopal sin el mandato pontificio significa el peligro de un cisma, porque cuestiona la unidad del colegio episcopal con el Papa. Por esto, la Iglesia debe reaccionar con la sanción más dura, la excomunión, con el fin de llamar a las personas sancionadas de este modo al arrepentimiento y a la vuelta a la unidad. Por desgracia, veinte años después de la ordenación, este objetivo no se ha alcanzado todavía. La remisión de la excomunión tiende al mismo fin al que sirve la sanción: invitar una vez más a los cuatro Obispos al retorno. Este gesto era posible después de que los interesados reconocieran en línea de principio al Papa y su potestad de Pastor, a pesar de las reservas sobre la obediencia a su autoridad doctrinal y a la del Concilio.

Con esto vuelvo a la distinción entre persona e institución. La remisión de la excomunión ha sido un procedimiento en el ámbito de la disciplina eclesiástica: las personas venían liberadas del peso de conciencia provocado por la sanción eclesiástica más grave. Hay que distinguir este ámbito disciplinar del ámbito doctrinal. El hecho de que la Fraternidad San Pío X no posea una posición canónica en la Iglesia, no se basa al fin y al cabo en razones disciplinares sino doctrinales. Hasta que la Fraternidad no tenga una posición canónica en la Iglesia, tampoco sus ministros ejercen ministerios legítimos en la Iglesia. Por tanto, es preciso distinguir entre el plano disciplinar, que concierne a las personas en cuanto tales, y el plano doctrinal, en el que entran en juego el ministerio y la institución. Para precisarlo una vez más: hasta que las cuestiones relativas a la doctrina no se aclaren, la Fraternidad no tiene ningún estado canónico en la Iglesia, y sus ministros, no obstante hayan sido liberados de la sanción eclesiástica, no ejercen legítimamente ministerio alguno en la Iglesia.

A la luz de esta situación, tengo la intención de asociar próximamente la Pontificia Comisión «Ecclesia Dei», institución competente desde 1988 para esas comunidades y personas que, proviniendo de la Fraternidad San Pío X o de agrupaciones similares, quieren regresar a la plena comunión con el Papa, con la Congregación para la Doctrina de la Fe. Con esto se aclara que los problemas que deben ser tratados ahora son de naturaleza esencialmente doctrinal, y se refieren sobre todo a la aceptación del Concilio Vaticano II y del magisterio postconciliar de los Papas. Los organismos colegiales con los cuales la Congregación estudia las cuestiones que se presentan (especialmente la habitual reunión de los Cardenales el miércoles y la Plenaria anual o bienal) garantizan la implicación de los Prefectos de varias Congregaciones romanas y de los representantes del Episcopado mundial en las decisiones que se hayan de tomar. No se puede congelar la autoridad magisterial de la Iglesia al año 1962, lo cual debe quedar bien claro a la Fraternidad. Pero a algunos de los que se muestran como grandes defensores del Concilio se les debe recordar también que el Vaticano II lleva consigo toda la historia doctrinal de la Iglesia. Quien quiere ser obediente al Concilio, debe aceptar la fe profesada en el curso de los siglos y no puede cortar las raíces de las que el árbol vive.

Espero, queridos Hermanos, que con esto quede claro el significado positivo, como también sus límites, de la iniciativa del 21 de enero de 2009. Sin embargo, queda ahora la cuestión: ¿Era necesaria tal iniciativa? ¿Constituía realmente una prioridad? ¿No hay cosas mucho más importantes? Ciertamente hay cosas más importantes y urgentes. Creo haber señalado las prioridades de mi Pontificado en los discursos que pronuncié en sus comienzos. Lo que dije entonces sigue siendo de manera inalterable mi línea directiva. La primera prioridad para el Sucesor de Pedro fue fijada por el Señor en el Cenáculo de manera inequívoca: «Tú… confirma a tus hermanos» (Lc 22,32). El mismo Pedro formuló de modo nuevo esta prioridad en su primera Carta: «Estad siempre prontos para dar razón de vuestra esperanza a todo el que os la pidiere» (1 Pe 3,15). En nuestro tiempo, en el que en amplias zonas de la tierra la fe está en peligro de apagarse como una llama que no encuentra ya su alimento, la prioridad que está por encima de todas es hacer presente a Dios en este mundo y abrir a los hombres el acceso a Dios. No a un dios cualquiera, sino al Dios que habló en el Sinaí; al Dios cuyo rostro reconocemos en el amor llevado hasta el extremo (cf. Jn 13,1), en Jesucristo crucificado y resucitado. El auténtico problema en este momento actual de la historia es que Dios desaparece del horizonte de los hombres y, con el apagarse de la luz que proviene de Dios, la humanidad se ve afectada por la falta de orientación, cuyos efectos destructivos se ponen cada vez más de manifiesto.

Conducir a los hombres hacia Dios, hacia el Dios que habla en la Biblia: Ésta es la prioridad suprema y fundamental de la Iglesia y del Sucesor de Pedro en este tiempo. De esto se deriva, como consecuencia lógica, que debemos tener muy presente la unidad de los creyentes. En efecto, su discordia, su contraposición interna, pone en duda la credibilidad de su hablar de Dios. Por eso, el esfuerzo con miras al testimonio común de fe de los cristianos –al ecumenismo– está incluido en la prioridad suprema. A esto se añade la necesidad de que todos los que creen en Dios busquen juntos la paz, intenten acercarse unos a otros, para caminar juntos, incluso en la diversidad de su imagen de Dios, hacia la fuente de la Luz. En esto consiste el diálogo interreligioso. Quien anuncia a Dios como Amor «hasta el extremo» debe dar testimonio del amor. Dedicarse con amor a los que sufren, rechazar el odio y la enemistad, es la dimensión social de la fe cristiana, de la que hablé en la Encíclica Deus caritas est.

Por tanto, si el compromiso laborioso por la fe, por la esperanza y el amor en el mundo es en estos momentos (y, de modos diversos, siempre) la auténtica prioridad para la Iglesia, entonces también forman parte de ella las reconciliaciones pequeñas y medianas. Que el humilde gesto de una mano tendida haya dado lugar a un revuelo tan grande, convirtiéndose precisamente así en lo contrario de una reconciliación, es un hecho del que debemos tomar nota. Pero ahora me pregunto: ¿Era y es realmente una equivocación, también en este caso, salir al encuentro del hermano que «tiene quejas contra ti» (cf. Mt 5,23s) y buscar la reconciliación? ¿Acaso la sociedad civil no debe intentar también prevenir las radicalizaciones y reintegrar a sus eventuales partidarios –en la medida de lo posible- en las grandes fuerzas que plasman la vida social, para evitar su segregación con todas sus consecuencias? ¿Puede ser totalmente desacertado el comprometerse en la disolución de las rigideces y restricciones, para dar espacio a lo que haya de positivo y recuperable para el conjunto? Yo mismo he visto en los años posteriores a 1988 cómo, mediante el regreso de comunidades separadas anteriormente de Roma, ha cambiado su clima interior; cómo el regreso a la grande y amplia Iglesia común ha hecho superar posiciones unilaterales y ablandado rigideces, de modo que luego han surgido fuerzas positivas para el conjunto. ¿Puede dejarnos totalmente indiferentes una comunidad en la cual hay 491 sacerdotes, 215 seminaristas, 6 seminarios, 88 escuelas, 2 institutos universitarios, 117 hermanos, 164 hermanas y millares de fieles? ¿Debemos realmente dejarlos tranquilamente ir a la deriva lejos de la Iglesia? Pienso por ejemplo en los 491 sacerdotes. No podemos conocer la trama de sus motivaciones. Sin embargo, creo que no se hubieran decidido por el sacerdocio si, junto a varios elementos distorsionados y enfermos, no existiera el amor por Cristo y la voluntad de anunciarlo y, con Él, al Dios vivo. ¿Podemos simplemente excluirlos, como representantes de un grupo marginal radical, de la búsqueda de la reconciliación y de la unidad? ¿Qué será de ellos luego?

Ciertamente, desde hace mucho tiempo y, después, de nuevo en esta ocasión concreta hemos escuchado de representantes de esa comunidad muchas cosas fuera de tono: soberbia y presunción, obcecaciones sobre unilateralismos, etc. Por amor a la verdad, debo añadir que he recibido también una serie de impresionantes testimonios de gratitud, en los cuales se percibía una apertura de los corazones. ¿Acaso no debe la gran Iglesia permitirse ser también generosa, siendo consciente de la envergadura que posee; en la certeza de la promesa que le ha sido confiada? ¿No debemos como buenos educadores ser capaces también de dejar de fijarnos en diversas cosas no buenas y apresurarnos a salir fuera de las estrecheces? ¿Y acaso no debemos admitir que también en el ámbito eclesial se ha dado alguna salida de tono? A veces se tiene la impresión de que nuestra sociedad tenga necesidad de un grupo al menos con el cual no tener tolerancia alguna; contra el cual pueda tranquilamente arremeter con odio. Y si alguno intenta acercársele –en este caso el Papa– también él pierde el derecho a la tolerancia y puede también ser tratado con odio, sin temor ni reservas.

Queridos Hermanos, por circunstancias fortuitas, en los días en que me vino a la mente escribir esta carta, tuve que interpretar y comentar en el Seminario Romano el texto de Ga 5,13-15. Percibí con sorpresa la inmediatez con que estas frases nos hablan del momento actual: «No una libertad para que se aproveche el egoísmo; al contrario, sed esclavos unos de otros por amor. Porque toda la ley se concentra en esta frase: «Amarás al prójimo como a ti mismo». Pero, atención: que si os mordéis y devoráis unos a otros, terminaréis por destruiros mutuamente». Siempre fui propenso a considerar esta frase como una de las exageraciones retóricas que a menudo se encuentran en San Pablo. Bajo ciertos aspectos puede ser también así. Pero desgraciadamente este «morder y devorar» existe también hoy en la Iglesia como expresión de una libertad mal interpretada. ¿Sorprende acaso que tampoco nosotros seamos mejores que los Gálatas? Que ¿quizás estemos amenazados por las mismas tentaciones? ¿Que debamos aprender nuevamente el justo uso de la libertad? ¿Y que una y otra vez debamos aprender la prioridad suprema: el amor? El día en que hablé de esto en el Seminario Mayor, en Roma se celebraba la fiesta de la Virgen de la Confianza. En efecto, María nos enseña la confianza. Ella nos conduce al Hijo, del cual todos nosotros podemos fiarnos. Él nos guiará, incluso en tiempos turbulentos. De este modo, quisiera dar las gracias de corazón a todos los numerosos Obispos que en este tiempo me han dado pruebas conmovedoras de confianza y de afecto y, sobre todo, me han asegurado sus oraciones. Este agradecimiento sirve también para todos los fieles que en este tiempo me han dado prueba de su fidelidad intacta al Sucesor de San Pedro. El Señor nos proteja a todos nosotros y nos conduzca por la vía de la paz. Es un deseo que me brota espontáneo del corazón al comienzo de esta Cuaresma, que es un tiempo litúrgico particularmente favorable a la purificación interior y que nos invita a todos a mirar con esperanza renovada al horizonte luminoso de la Pascua.

Con una especial Bendición Apostólica me confirmo vuestro en el Señor.

Benedictus PP. XVI

Vaticano, 10 de marzo de 2009.

Me gustaría mencionar también la calidad y el estilo de las catequesis de las Audiencias Generales de los miércoles, las ricas lecciones divine realizadas sobre la base de unas pocas notas, las conversaciones libres con los sacerdotes, hasta la última, increíble, sobre el Concilio, tres días después de la comunicación de su renuncia al Pontificado.

Pero, si tengo que decir cual sigue siendo para mí la más importante entre las expresiones comunicativas del Papa Benedicto pienso en sus Homilías. El nivel de síntesis entre teología, conocimiento biblíco y espiritualidad alcanza en ocasiones cotas que no dudo en denominar de sublimes por su armonía y profundidad de inspiración. Tal vez hay quien diga, ¿qué tiene esto que ver con la comunicación? Yo respondo, que la Homilía es la forma más importante de comunicación en la vida de la comunidad eclesial y la calidad de la Homilía es a menudo un reflejo de la calidad de esta vida eclesial, por este motivo en la reciente Exhortación Apostólica «Evangelii Gaudium» el Papa Francisco dedica una sección excepcional por su amplitud de detalle precisamente a la Homilía. Y también en el Ministerio vivido por el Papa Francisco verificamos que las Homilías diarias en Santa Marta aunque de forma muy diferente de las de Benedicto XVI tienen una importancia esencial en el servicio pastoral del Papa.

El-portavoz-vaticano-Federico-LombardiCiertamente, respecto a su predecesor y a su sucesor el Papa Benedicto XVI ha tenido un menor carisma de comunicación con las masas y con los gestos, ha sido menos capaz de hacer partícipe al público en el diálogo, de interaccionar con preguntas directas o gestos sorprendentes. No le gustaba ser interrumpido con aplausos y prefería llevar hasta el final su expresión ordenada y clara de su pensamiento. En esto, en la expresión ordenada y clara de su pensamiento era un maestro difícil de superar y por ello amado y admirado por los que esperaban una palabra llena de contenido, de conceptos, y al mismo tiempo tan inspirada como para guiar un camino de reflexión y de profunda búsqueda espiritual. En resumen, considero al Papa Benedicto XVI un gran maestro de la comunicación con formas y direcciones, tal vez, no siempre fáciles de exponer a través de los medios de comunicación de masa pero no por ello menos importantes para la vida de la Iglesia y nuestros contemporáneos.

Se ha escrito ya mucho sobre el nuevo Papa Francisco, sobre su carisma como comunicador por lo que no considero oportuno repetir otra vez todas las cosas que ya conocéis y ya habéis visto con vuestros propios ojos, pero, aprovecho esta oportunidad para hacer algunas observaciones que pueden tener cierto interés.

Revisando mis notas de hace años sobre Juan Pablo II «comunicador» he encontrado que entre las primeras frases escribí: «ya las palabras espontáneas de la logia de las bendiciones en el día de la elección habían ayudado a romper diafragmas». Al Papa de un país lejano le ha sucedido el Papa llamado desde el fin del mundo. Estamos en la misma línea sólo hemos ido un poco más lejos saltando el Océano Atlántico. El, corregidme si me equivoco, de Juan Pablo II tuvo entonces un efecto no mucho menor que el de la solicitud al pueblo de oración y de bendición del Papa Francisco. También con respecto a la relación directa con los medios de comunicación el encuentro de Juan Pablo II con los periodistas en el avión fue en su momento un estilo de gran innovación en comparación con el breve y cortés saludo de Pablo VI y atrajo una simpatía grandísima demostrando una cercanía humana directa, franca y valiente. En cierto sentido, abrió una nueva era de relaciones con los medios de comunicación . La forma en la que Francisco ha establecido su relación con los periodistas en el primer viaje internacional en Brasil con la brillante idea del largo y amistoso saludo personal a todos durante el viaje de ida y luego con la interminable entrevista sin red de una hora y veinte minutos a todo campo en el viaje de regreso han tenido, creo, un impacto similar al que tuvo en su momento el nuevo estilo del Papa Wojtyła.

Todos hemos visto que la eliminación de toda forma de distancia, separación de la gente que encuentra, individuos o grupos grandes o incluso multitudes es uno de los signos eficaces de una actitud pastoral y espiritual que establece una relación directa a menudo física, de comunicación, hasta llegar a los abrazos y besos generosamente prodigados. Es exactamente la coherencia entre esta actitud y estos gestos y el mensaje central constantemente repetido del amor y de la aceptación de Dios hacia todos lo que confiere eficacia y fuerza extraordinaria a la comunicación del Papa Francisco. Confieso que en los primeros días del nuevo Pontificado cuando me di cuenta que el nuevo Papa sabía y hablaba pocos idiomas y que se sentía a gusto sólo con el español y el italiano me entró una fuerte preocupación. También el que no cantara ni una sola nota me llamó la atención pero la cuestión de los idiomas era mucho más grave, sus predecesores eran grandes políglotas, en particular, Juan Pablo II unió muchas expresiones propias de su Ministerio a un uso frecuente de múltiples expresiones lingüísticas que expresaban de manera efectiva la universalidad y diversidad cultural de la Iglesia, basta recordar los saludos en varios idiomas después de cada Ángelus dominical, las felicitaciones en sesenta idiomas diferentes en Navidad y Pascua, los discursos multilingües en muchas circunstancias internacionales importantes, en los tantos viajes en diferentes países del mundo. También Benedicto XVI demostró la capacidad de pronunciar frases más bien largas en polaco y cuando pensó en reducir el número de lenguas en los saludos de Navidad y Pascua, porque lo pensó una vez, la reacción de los oyentes de las lenguas que ya no estaban representadas le convenció rápidamente de que era mejor continuar el uso de Juan Pablo II. Pronto me di cuenta de que el Papa Francisco no tenía intención de multiplicar los saludos en diferentes idiomas, ni incluso en las reuniones internacionales, como la primera audiencia con los periodistas después de la elección, me preocupé. ¿Cómo habrían reaccionado los fieles en particular en el mundo donde muchas personas piensan que el inglés es el idioma dominante, una necesidad en el mundo internacional en inombrables ocasiones? ¿Qué habrían dicho y pensado los americanos o los ingleses o muchos asiáticos? Lo que realmente ocurrió ya lo sabemos. El Papa habla sólo en italiano, español y habló en portugués en algunos momentos del viaje a Brasil y las multitudes vienen a Roma más que antes y el interés por el Papa, puedo dar testimonio de mi propia experiencia con la Radio Vaticana, es muy alta en todas partes del mundo en las más diversas culturas. Por último la revista Time Magazine eligió al Papa que no habla inglés como hombre del año. ¿Qué se concluye de todo esto? Sobre todo que le eficacia de la comunicación global puede ser ayudada pero no depende de la cantidad de idiomas que una persona conoce, incluso si el Papa no habla inglés puede hacer llegar mensaje importantísimos al mundo entero. El Papa Francisco tiene un extraordinario carisma de comunicación que compensa ampliamente el conocimiento limitado de idiomas. Y no se puede ocultar que las imágenes son muy importantes para la comunicación global porque las imágenes superan las diferencias lingüísticas y hoy con la fotografía, la televisión, la difusión capilar de la red… las imágenes llegan más rápidamente que antes a cualquier rincón de la tierra y el Papa Francisco ha sido una fuente de un río inagotable de imágenes de un extraordinario impacto, con niños, jóvenes, adultos y ancianos, enfermos y pobres, etc. Imágenes que hacen llegar inmediatamente el mensaje de cercanía, misericordia y amor de Dios del cual el Papa es el portador.

© ANA PÉREZ HERRERA

© ANA PÉREZ HERRERA

Las imágenes crean un interés que más adelante requiere y demanda la traducción a varios idiomas de las palabras que el Papa dice. Hay un extraordinario interés por las síntesis de las breves Homilías del Papa en la matutina Misa diaria en Santa Marta que en la Radio Vaticana traducimos a todos nuestros idiomas que son unos cuarenta. Algunas personas que realizan actividades u organizaciones de relaciones públicas se han preguntado si el extraordinarios interés por el Papa Francisco es el resultado de una nueva estrategia de comunicación. Sobre esto les pudo asegurar que en comparación con el Pontificado anterior no se ha iniciado en el Vaticano una nueva estrategia de comunicación en el sentido de un estudio previo de las actividades, discursos, gestos del Papa… con el fin de llamar la atención de los presentes y tener éxito. Por supuesto, los colaboradores del Papa tratan de hacer bien su trabajo en el campo de la comunicación utilizando las herramientas adecuadas para difundir las imágenes, las palabras… con el fin de facilitar la adecuada comprensión e interpretación, pero, también antes trataban de hacerlo y no hay una nueva estrategia planificada desde un despacho. El hecho es, que el Papa Francisco actúa con un enfoque pastoral y un lenguaje muy concreto que es fácilmente entendido y acogido por la gente despertando un interés y una atracción nueva. En un lenguaje más fácilmente entendido, es un lenguaje más fácilmente entendido y transmitido por los medios de comunicación y al mismo tiempo los medios de comunicación perciben el interés de la gente por el Papa y comprenden que la gente espera que los medios de comunicación les ayuden a seguir, ver y escuchar al Papa. De esta manera se establece una especie de círculo virtuoso, una especie de alianza entre el servicio de los medios de comunicación y el anuncio del Papa. Esto no es resultado de una estrategia abstracta, sino de la fuerza del mensaje que llegando a los corazones genera un movimiento positivo que involucra a los propios medios de comunicación. En una cultura como la de hoy en día que carece generalmente de la dimensión religiosa, el Papa Francisco entra en la profundidad de la experiencia humana y ayuda a situarla en el contexto de la relación con Dios. Sólo podemos esperar que lo medios de comunicación, por lo menos, muchos de ellos, utilicen esta oportunidad para poner a disposición su gran poder para ayudar al servicio del Papa a la humanidad y al mundo de hoy. Amor de Dios, justicia para los pobres, dignidad y paz para todos, una alianza para el bien como había insinuado Juan Pablo II ayudando a los profesionales de los medios de comunicación a encontrar el significado más profundo de su vocación profesional para el bien común.

He presentado una serie de consideraciones que espero hayan sido interesantes aunque no constituyen una exposición orgánica y estructurada, por esto pienso sea oportuno tratar de resumir algunas de las lecciones que pueden extraerse para llevárnoslas con nosotros a modo de conclusión:

2014 01 27 lombardiEn primer lugar, los tres Papas a los que he servido o que sirvo son personas que han comunicado el Evangelio comunicándose a sí mismos con su vida, con palabras y acciones coherentes con el Evangelio y creíbles. La comunicación que nos interesa es sobre todo la de la verdad vivida y testimoniada así que se puede tener comunicación incluso cuando falta la palabra, como en la larga enfermedad de Juan Pablo II, cuando se llevan con valentía y coherencia ciertos momentos difíciles, como en el caso de lo ocurrido en el Pontificado de Benedicto, o cuando se utiliza un número limitado de idiomas del mundo, como en el Pontificado de Francisco. Por lo tanto las estrategias de comunicación o el uso de instrumentos y de las nuevas tecnologías de comunicación sin duda tienen un valor, pero, un valor de ayuda, en cierto sentido secundario respecto a la fuerza del mensaje en sí compuesto a la vez por las palabras y los actos, por el testimonio del comunicador. Para quien colabora con el Papa en la comunicación la estrategia real no es hacer ver lo que no hay sino al contrario, valorizar el carisma específico del servicio del Papa porque cada uno de ellos, de los Papas, tiene un gran y excepcional carisma específico. Y hacerlo con los instrumentos adecuados a fin de que llegue de forma amplia y capilar a todos los rincones del mundo porque el Evangelio que anuncia es para todos, para todo el mundo. Sin duda la comunicación más adictiva es aquella que alcanza y toca profundamente la mente y el corazón de las personas a la vez y por esta razón la proximidad, la cercanía al destinatario de su mensaje es crucial para la eficacia de la comuniación, este es sin duda el secreto del carisma único del Papa Francisco, su capacidad para reducir y superar todas las formas de distancia, de aquí que el mensaje publicado hace unos días con motivo de la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales se titule «La comunicación al servicio de una auténtica cultura del encuentro», una cultura del encuentro es un lema característico de este Papa. Les invito a leerlo con el fin de desarrollar la reflexión que hemos iniciado aquí juntos. Muchas gracias.